La burguesía es incansable en la creación de nuevas mentiras. El sistema capitalista en sí mismo está basado en el ocultamiento y la deformación de la realidad. Por ejemplo, los burgueses saben a ciencia cierta que la plusvalía se origina en el trabajo ajeno pero lo niegan, lo desconocen, le atribuyen otro origen y deforman la realidad hasta convertirla en una fábula que repiten sostenidamente y sin pausa para convencer a la población. Así hacen con todo lo que está a su alcance y esa actitud no tiene más límite que sus propios negocios.
En ese marco, intentan diluir la lucha de clases transformando la definición de las mismas. Así, las clases sociales no están determinadas por el papel que cumplen en el proceso productivo sino por el nivel de ingresos que tienen los distintos sectores sociales.
La correcta definición de clases entre los poseedores del capital (los burgueses) y los que no son dueños de ningún medio de vida y, por lo tanto, se ven obligados a vender todos los días su fuerza de trabajo para poder subsistir (los proletarios), trata de esconderse detrás del velo de los ingresos económicos, con un claro fin.
Esto les permite generar la ilusión de que el simple aumento de ingresos posibilita pasar a ser de otra clase social aunque la vida de los individuos proletarios no cambie en nada su calidad en el proceso productivo. En una palabra el obrero o el trabajador en general seguirán siendo trabajador u obrero toda su vida, pero si su salario aumenta dejan de «pertenecer» a la clase más pobre para pasar a ser «clase media».
De tal forma, dividen falsamente a la sociedad en «ricos», «clase media» y «pobres».
La definición de clases a partir del papel que se cumple en la producción es clara y perfectamente definible. Mientras que la definición a partir de los ingresos puede moverse a conveniencia como se mueven las estadísticas. Es por eso que a la burguesía este concepto le calza como un guante para poder mentir y defender sus intereses.
Siguiendo con esta concepción, a la categoría de «ricos», pertenecen sólo los magnates, a la categoría de «pobres» pertenecen los excluidos del sistema y los miserables cuyas condiciones de vida no les permite siquiera subsistir.
Mientras que la «clase media» estaría compuesta por todos los trabajadores con puestos de trabajo permanentes (blanqueados o no, estables o inestables), la pequeño burguesía urbana y rural (incluidos los cuentapropistas, profesionales, artistas y los llamados sectores medios). A ellos, con el afán de confundir aún más, la burguesía agrega a muchos de los miembros de su clase a quienes oculta detrás de esa definición y a los funcionarios (privados o estatales) que administran los bienes e intereses de su propia clase. A estos últimos les otorgan ingresos a los que llaman sueldos pero no tienen nada de común con el salario del trabajador. Pues el salario sale del propio trabajo proletario y los ingresos de los funcionarios salen del trabajo ajeno (del proletariado).
A partir de allí la burguesía y sus intelectuales han desarrollado la idea de que en los últimos años, la «clase media» ha crecido, en nuestro país y en el mundo, en desmedro de la «clase baja» o «pobre». Pretenden hacernos creer que cuanto más crece el salario, más crece la «clase media». Ello alimenta la idea de «inclusión» puesta en boga insistentemente por la presidenta Fernández de Kirchner.
Detrás de esto han escondido el crecimiento del proletariado dado por dos vertientes: la expropiación de capitales pequeños o medianos provocada por las absorciones del gran capital; y la incorporación de importante fuerzas de trabajo a las nuevas inversiones de empresas monopolistas y sus satélites menores.
En definitiva hay dos sectores sociales que crecen: el proletariado (incluido el ejército de reserva) y los desclasados (desocupados crónicos y miserables que dependen de la caridad). Por su parte los sectores más pequeños del capital y los cuentapropistas, artesanos, artistas, profesionales autónomos, etc. (denominados sectores medios), disminuyen crecientemente su volumen al compás de la concentración y centralización del capital que obliga a su proletarización. La concentración de capitales también hace disminuir, en cantidad de componentes, a la propia burguesía. Esto es el mentís más evidente a la teoría del crecimiento de la clase media sostenida por la oligarquía financiera transnacional y sus intelectuales (ya sea que se vistan con ropaje de «derecha» o de «izquierda»).
Esto tiene una incidencia fundamental en el crecimiento de las tensiones sociales, la agudización de la lucha entre burgueses y proletarios junto al pueblo, que acorralan con su movilización y enfrentamiento, agigantado por su creciente peso específico, a la minoría capitalista. Se profundizan así, aún más, las disputas intermonopolistas, acicateadas por el enfrentamiento clasista que acorrala crecientemente al imperialismo y contribuye a disminuir su tasa de ganancia, haciendo que dicha disputa se torne cada vez más violenta, sobre la que se sustentan las guerras de rapiña y conflictos mundiales cada vez más extendidos.