La crítica al sistema capitalista comúnmente se centra en los aspectos que hacen a la producción y a la distribución de los productos materiales. Así, se discute el papel de cada clase antagónica, burguesía y proletariado, siendo la primera la dueña de todos los medios de producción y por lo tanto, con «derecho» a apropiarse de todo lo producido, y la segunda, la que produce todo lo existente y con «derecho» -según las leyes y constituciones de este sistema social- sólo a percibir su salario.
El antagonismo se expresa en la lucha de clases por la apropiación del producto social o lo que los burgueses llaman la distribución de la riqueza.
La riqueza social está constituida por bienes materiales, y la puja se da en torno a ella y a la disparidad en que cada clase recibe parte de la misma. Para la burguesía: todo, y para el proletariado solamente su salario, siendo los sectores intermedios laboriosos los que participan, en parte, con ingresos o pequeñas ganancias que sólo les permiten subsistir o vivir un poco más cómodamente que el proletariado.
Debido a ello, muchas veces, sino siempre, se pierde de vista la esencia del problema que queda reducido a la disputa por la parte de la torta que, en términos de números, porcentajes, estadísticas (cuando el Estado las muestra), aparece expresando el problema que, luego, los medios que las publican y los voceros que las reproducen, de tanto repetirlas reducen a cuestiones de precios, inflación, etc.
De tal forma, detrás de dichos porcentajes, o discusión sobre bienes materiales, desaparece el ser humano, centro real de todo el problema y principio activo y, a la vez, fin de toda producción.
Entonces, cuando incorporamos en toda su magnitud al ser humano trabajador, productor y reproductor de la vida y de la naturaleza que lo rodea y de la que se ha convertido en su transformador, el problema de la crítica al capitalismo se agiganta tomando la verdadera dimensión que tiene.
Este sistema, no sólo no da respuesta a la cada vez más injusta situación material generada en la distribución de la riqueza dependiente del modo de producción que la genera, sino que, al ser humano productor de todo lo existente, el proletariado y los sectores populares, se le hace sumamente gravoso poder producirse y reproducirse como tal, quedando sujeto a sobrevivir de una manera infrahumana en medio de la abundante riqueza material que ha logrado producir socialmente y que, contradictoriamente, se erige como un enemigo implacable que destruye su vida y la hace insoportable, condenándolo a transcurrir sus horas diarias envuelto en problemas no sólo de cómo satisfacer su sustento, sino de seguridad, enfermedades curables, o evitables, inestabilidad, falta de futuro promisorio, etc. Y todo eso, debido a que, a pesar de esa abundancia, dicha riqueza no le pertenece, pues es de la clase minoritaria y parasitaria.
La crítica al sistema capitalista es la falta de calidad de vida que hace que el ser humano no encuentre sosiego ni posibilidad de hallarlo, y menos de ir desarrollando sus potencialidades para ascender como persona transformadora de la realidad y de la vida social. Su tiempo diario está condicionado a conseguir los medios con los cuales poder reproducir su vida como proletario y no como ser humano pleno capaz de elaborar los medios y los planes para ascender como individuo libre frente a la naturaleza de la que es parte indudable pero transformador en beneficio propio y de las futuras generaciones.
La principal fuerza productiva de la sociedad, el ser humano, no sólo no se desarrolla sino que desciende día a día en su calidad de ser y existir.
La destrucción del sistema capitalista es no sólo necesaria para orientar un destino de la producción de bienes materiales a la clase productora y sectores trabajadores del pueblo, sino también y, fundamentalmente, para la producción y reproducción de un ser humano libre y capaz de elevar su potencial de vida.