La multitudinaria marcha de pescadores, estudiantes y movimientos sociales chilenos en las calles de Valparaíso del pasado viernes, contra la actual ley de pesca -que culminó con la represión de las fuerzas Estatales, un muerto y decenas de detenidos- es apenas la punta del iceberg de la crisis política y social producida por la mayor catástrofe marina de las últimas décadas, provocada por las salmoneras en la Isla Grande de Chiloé, en la Región de los Lagos.
El bloqueo por dos semanas de la Isla Grande, por parte de pescadores artesanales, desocupados de los centros de cultivos y factorías de las salmoneras y el conjunto del pueblo, en reclamo de soluciones a la catástrofe medioambiental, tiene su historia.
La depredación marina, que comenzó hace 30 años cuando desembarcaron las salmoneras, en su mayoría de origen noruego, con toda la impunidad del capitalismo, proletarizó compulsivamente al 60% de los casi 190.00 habitantes de la isla de Chiloé, en su mayoría constituida por campesinos y pescadores artesanales. Las consecuencias de la industrialización capitalista y de la piscicultura intensiva de salmónidos, una especie implantada en la región, no se hiso esperar.
Por un lado, en nombre del el “progreso”, la burguesía, generalizo la explotación, impuso miserables salarios, extremó la flexibilización laboral, la discriminación, el manoseo y condenó a la miseria a toda la población.
Y por otro, la explotación indiscriminada del ecosistema por parte de la industria salmonera, en los últimos años ya produjo dos emergencias sanitarias en la región y la caída abrupta de bivalvos en 1000 Km. de la costa patagónica chilena, afectando la economía de las poblaciones costeras.
La actual catástrofe, cuyos síntomas arrancaron en marzo con la muerte masiva de peces y mariscos, es producto las pésimas condiciones ambientales y el mal manejo sanitario de la salmonicultura. Las miles de toneladas de antibióticos, colorantes, insecticidas y alimento no consumido, produjo el colapso del ecosistema marino ,que provocó que 40 mil toneladas de salmón –aproximadamente 25 millones de peces– murieran por asfixia en las jaulas.
Las autoridades políticas autorizaron a las empresas que 9 mil toneladas de salmones muertos (y disueltos en ácido) fueran arrojados al mar… El resto tiene paradero desconocido, produciendo la actual destrucción masiva de la fauna marina.
El gobierno -para quitarse responsabilidades y salvar de la condena política y social de las salmoneras-, intentó enmascarar el desastre. Intentó aprovechar un fenómeno convergente, el de la marea roja, algo común que los pescadores deben enfrentar cada cierto tiempo… Pero el engaño no caló en el pueblo, sabedores que la marea roja no mata a los moluscos, sino que los hace no aptos para el consumo humano.
Los trabajadores y el pueblo chileno, son consientes que esta catástrofe tiene responsables: fueron los empresarios y las autoridades cómplices de un modelo de industrial empresarial de carácter netamente extractivo y depredador del medio ambiente, que amparados por las leyes generadas por sus gobiernos, les permite que hagan uso irracional del planeta como materia prima; pasando por sobre los hombres y la naturaleza sólo para optimizar la ganancias a cualquier costo.
El actual alzamiento del pueblo que hoy apunta a resolver las cuestiones elementales de la supervivencia, sabe que esto recién comienza, que el “sanamiento” del ecosistema marino llevará largos años y que esta no vendrá de la mano de las salmoneras, ni la de su Estado, ni de sus políticos. Vendrá de la organización y la confrontación política de todo el pueblo con los dueños del poder. Chiloe es el paradigma de lo que la clase dominante y su capitalismo puede “ofrecer” a los pueblos del mundo, explotación y destrucción del planeta. Esto pone a la humanidad en la emergencia de la búsqueda de una salida política, que ponga al hombre en el centro de la escena en armonía con la naturaleza.