El gobierno macrista no puede ocultar ya sus idas y vueltas, al punto que desde las propias filas de los economistas y analistas que lo promovieron, llueven críticas a los que ellos denominan “kirchnerismo de buenos modales”.
La oposición peronista, dividida en ya ni se sabe cuántas facciones, termina acordando con el gobierno central, en la representación de gobernadores, el toma y daca de los recursos que cada uno necesita para que sus distritos no exploten.
La gerencia a cargo de la CGT hace malabares entre no romper lanzas con el gobierno y no quedar “fuera de la historia” ante la acuciante situación económica y social de los trabajadores.
Las últimas mediciones del Indec han develado que el 35% de la población es considerada pobre (desde la definición de pobre que arrojan las estadísticas), y vale aclarar que la pobreza no se limita a los desocupados sino que también incluye a millones de trabajadores cuyos sueldos no alcanzan a cubrir sus necesidades básicas.
Gobernabilidad es el término mágico que todos nombran y todos quieren garantizar. Y lo que, paradójicamente, nadie garantiza.
Los avances y retrocesos del gobierno, oposición y sindicalistas que un día dicen una cosa, para al otro día decir otra diametralmente opuesta; la evidente y manifiesta intención de no “sacar los pies del plato”; el inocultable temor de que nada se salga del normal cauce institucional burgués todos son síntomas de que gobernar la Argentina se le hace cada vez más difícil a la burguesía monopolista.
La gobernabilidad, por definición, implica un grado importante de confianza, expectativas, certidumbre; la sociedad debe aceptar y confiar que el que esté al frente del gobierno, o el que pueda llegar a estarlo, sus dirigencias en todos los ámbitos y niveles, serán capaces de hacer las cosas bien. Lo contrario es la crisis permanente de querer hacer lo que se necesita para los intereses dominantes y chocarse con los límites que presenta la lucha de los pueblos.
Esta es la crisis que la burguesía monopolista atraviesa enla Argentina, que estalló en 2001, y que con remiendos pudo recomponer parcialmente. Pero la crisis de fondo que es que el pueblo no crea en sus instituciones y condicione sus políticas en forma permanente, es el denominador común que caracterizó a los gobiernos kirchneristas y al gobierno actual.
Sobre esta base material se asienta la posibilidad y necesidad de construir la alternativa revolucionaria. Nuestra clase obrera debe prepararse para ofrecer una alternativa política de salida al conjunto del pueblo argentino. Debe retomar las mejores tradiciones de la lucha política expresada en experiencias como la CGT de los Argentinos, los Programas de La Falda y Huerta Grande, las organizaciones clasistas; dar el salto cualitativo que rompa el encorsetamiento de la lucha meramente económica para pasar a la lucha política por el poder, levantando programas y propuestas que atraigan al conjunto de los sectores populares. Convertirse material y políticamente en la clase que enfrente a la burguesía monopolista y ofrezca una salida verdadera que termine con su sistema de explotación.
De esta forma la gobernabilidad burguesa se convertirá en crisis de dominación dado que tendrá enfrente una propuesta revolucionaria que le disputará efectivamente la dirección política de la sociedad.