El proceso electoral en Estados Unidos se ha encarrilado por los andariveles que hoy recorren las “sacrosantas” democracias del planeta. Toda la prensa y los analistas políticos que conocen de primera mano la campaña presidencial en ese país, coinciden en afirmar que esta es la elección que menos entusiasma a sus ciudadanos y en la que los dos contendientes generan más rechazos que adhesiones en los votantes.
Como ayer se decía en la nota de esta página, luego de los debates presidenciales la pregunta a responder era cuál de los dos candidatos había mentido menos.
Todo lleva a confirmar que a la “mayor democracia del planeta” le tocan las esquirlas de una crisis política que atraviesa al conjunto de la oligarquía financiera mundial. Crisis que lleva años de desarrollarse, al punto de transformarse en una crisis estructural del sistema capitalista, ya no sólo en el plano económico sino, fundamentalmente, en el político. Crisis que se consolida al mismo ritmo que se consolida el rechazo de los pueblos a las políticas emprendidas por los centros del poder mundial, que han hecho tabla rasa con las conquistas y derechos de los trabajadores y pueblos en el mundo en su afán de garantizar la reproducción capitalista, en los estertores de un sistema que hace agua por donde se lo mire.
Que esta realidad se exprese en la, hasta hace muy poco tiempo nomás, “intocable” democracia yanqui, no hace más que confirmar que la lucha de clases está vivita y coleando, aun allí donde hace algunos años se le intentó dar por muerta.
Y como en toda farsa que la burguesía monopolista monta para “hacer entender” la realidad como sus intereses quieren que ésta se entienda, existen el bueno y el malo, la bella y la bestia, el héroe y el antihéroe; toda una superficialidad que no va al hueso del asunto.
Quieren convencernos que el candidato Trump es abominable y la candidata Clinton es el hada madrina. Si algo está claro es que el candidato republicano emerge como representante de una realidad política, social y económica que existe en los Estados Unidos; y, al mismo tiempo, representa intereses muy específicos de facciones de la burguesía monopolista abiertamente enfrentados con las facciones que apoyan a la candidata demócrata. Trump es producto de la crisis estructural del sistema capitalista mundial, y ese personaje es reflejo de la misma al interior de los Estados Unidos.
Cuando Trump propone recomponer las relaciones entre Estados Unidos y Rusia no lo hace porque se le ocurre que Putin es bueno y confiable sino porque hay intereses concretos que pugnan por reorientar la política exterior norteamericana para que facciones del capital concentrado aborden negocios que hoy le son vedados; cuando propone que Estados Unidos deje de lado los gastos militares que sostienen ala OTAN, no es porque sea menos guerrerista quela Clinton(que bastante guerrerista ha demostrado ser, más allá que se la quiera presentar como garante de la paz), sino porque también facciones del gran capital quieren disponer de los mismos para realizar otros negocios, incluso otras guerras. La disputa intermonopolista está al rojo vivo en el mundo y Estados Unidos no es la excepción; mucho menos aun cuando la lucha de clases en ese país se ha recrudecido y amplios sectores de la sociedad norteamericana cuestionan como nunca antes a la burguesía dominante de ese país.
Alejarse de este análisis desemboca, irremediablemente, en sumarse al coro de desesperados y miedosos que le temen, no ya a Trump, sino a la lucha de clases que es la que provoca estas crisis por arriba, más allá de la voluntad de los actores y sectores en pugna.
Volviendo a la farsa de la que hablábamos anteriormente, la burguesía monopolista intenta que tomemos partido por una Clinton que, en teoría, sería más razonable que el impresentable Trump, cuando la razonabilidad no cuenta a la hora de la contienda clasista dado que la burguesía monopolista es de todo, menos razonable cuando de defender sus intereses se trata. Si en ello hay que llevarse “puesta” a la humanidad, las pruebas están a la vista; precisamente lo irracional y anárquico es el carácter distintivo de la burguesía.
La teoría del “menos malo” es la nueva tendencia que la oligarquía intenta imponer para que sigamos discutiendo de todo menos de lo que ellos no quieren que discutamos: la revolución social.
Para los revolucionarios, las crisis por arriba no son un problema a resolver apoyando a una u otra facción de la clase dominante. Justamente, todo lo contrario; los revolucionarios debemos profundizar esas crisis profundizando la organización de la lucha de clases para que la misma desemboque en procesos revolucionarios que irán contra TODA la burguesía monopolista.