La política independiente de la clase obrera es aquella que transita el camino de la lucha de clases hacia la liberación del yugo de la explotación del trabajo asalariado a favor del enriquecimiento de la clase burguesa.
Mientras exista un sistema de vida o sistema social, basado en la explotación de la mano de obra para la obtención de ganancia será imposible poder hacer realidad ese objetivo.
Dentro del capitalismo la clase obrera y los trabajadores en general estamos condenados a trabajar para la burguesía a cambio de un salario que día a día tiende a bajar.
¿Es posible lograr una distribución más equitativa de la riqueza que se produce en el país a favor de los trabajadores, tal como nos recitan múltiples sectores políticos y de los medios masivos de comunicación?
Veamos: Si del trabajo asalariado salen la ganancia de los burgueses y los salarios de los trabajadores, quiere decir que ambos son opuestos. Cuanto mayores ganancias para la burguesía, menores salarios para los proletarios; y a la inversa: cuanto mayores salarios para los proletarios, menores ganancias para la burguesía.
Cierto es que cuando arrecian los conflictos y las luchas populares, los trabajadores logran mejores salarios y mejores condiciones de vida en libertades democráticas y, en general, la obtención de reivindicaciones sentidas por las mayorías populares.
Pero la burguesía, desde el poder del Estado, a través de los gobiernos de turno, vuelve una y otra vez a quitar esas conquistas. Los mecanismos son diversos tales como los recortes de derechos a través de las postergaciones de la aplicación de leyes existentes a favor del pueblo (82% móvil, baja del salario mínimo vital y móvil, recorte de libertades políticas de agremiación y agrupamientos sindicales en las fábricas y empresas, juicios laborales ganados que no se pagan, aprobación de leyes laborales que amplían la jornada laboral y la intensidad del trabajo, eliminación de recursos estatales para la salud y la educación de las masas, etc.).
Esta permanente lucha que vuelve y se repite una y otra vez, es la lucha de clases entre los que tienen todo y no trabajan contra los que trabajan y no tienen ninguna propiedad sobre los medios de vida, dado lo cual todos los días sin excepción deben ir a trabajar para beneficio de la clase explotadora y zángana.
La lucha de clases existe y es una realidad incuestionable, que la burguesía y otros sectores políticos que no quieren aparecer como burgueses se empeñan en ocultar y no reconocer, para evitar que aparezcan claros los dos intereses antagónicos que disputan los medios de vida.
Pero, ¿podemos esperar algo de esa lucha de clases?
¿Hay alguna salida a la repetición de esa contienda?
Si los trabajadores, a través del ejercicio de esa lucha nos unimos en un proyecto común, es posible organizar esa lucha de clases hacia el objetivo de terminar con ella.
La única forma de terminar con ella es poniendo las cosas en su justo lugar. Es decir que los medios de vida (la tierra, la naturaleza en general, las fábricas y empresas, es decir, todos los medios de producción) pasen a mano de quienes producimos todos los bienes materiales y de todo tipo que genera la sociedad.
Ese proyecto común no puede ser otro que lograr la toma del poder del Estado, y construir un nuevo Estado proletario y popular, a partir de lo cual podríamos decidir en forma colectiva el rumbo y el destino que daríamos a toda la producción social del país.
En resumen, ésta sería la política independiente de la clase obrera.
Toda obra comienza con una primera piedra, se continúa con una segunda y así sucesivamente hasta llegar a completarla.
La política independiente de la clase obrera sigue ese mismo recorrido. Ya están puestas las primeras piedras del proyecto revolucionario proletario y aunque la finalización de la obra parece lejana en el tiempo, es el camino que debemos transitar para poder cambiar esta interminable lucha de clases.
Los procesos sociales tienen la ventaja que cuando están avanzados, con la masividad que van ganando día a día en la propia lucha de clases, se aceleran en forma vertiginosa y entonces las piedras que faltan colocar, se acomodan una sobre otra en gran número a la vez, y la obra se culmina en un tiempo inimaginado al principio de la tarea.
El trabajo revolucionario nunca debe esperar mejores tiempos para realizarse. El tiempo es hoy. Y ello implica una lucha sin cuartel contra la burguesía por la disputa del poder en todos los planos y también una guerra a muerte contra las ideas que nos vienen a decir que los cambios no son posibles ahora, o que hay que esperar que desde el cielo lluevan margaritas.
Gobierno tras gobierno, cualquiera sea su signo político, ya sea que se presente como democrático republicano o como dictadura militar, han pasado por nuestras vidas sin cambiar un ápice nada de lo sustancial que modifique la situación a favor de las mayorías populares. Por el contrario, siempre hemos empeorado.
Y si alguna vez estuvimos un poco mejor, ha sido gracias a la decidida y potente lucha que hemos llevado adelante como pueblo. Nada debemos agradecer a nadie (personaje o gobierno) que no sea una expresión viva de nuestras propias fuerzas. Pues nadie, fuera de nuestras filas de trabajadores y pueblo, ha hecho nada por las mayorías populares.
No puede concebirse la lucha revolucionaria sin el involucramiento de grandes masas movilizadas de obreros y sectores populares, pero tampoco puede lograrse poner en movimiento a esas grandes masas en la acción revolucionaria si no es por el camino de la lucha concreta que vaya marcando conquistas y unidad en el cuerpo de una organización nacional que ya se está gestando en cada fábrica, barrio y centro educativo, piedra sobre piedra.