Mientras los opinadores profesionales de los medios argentinos realizan sesudos análisis sobre la crisis en Brasil, una noticia aparecida en el diario “El Cronista” el día 19 de mayo pasó absolutamente inadvertida. En la misma se da a conocer que Joesley Batista, directivo del frigorífico JBS que hizo desencadenar la crisis del gobierno de Temer con sus delaciones, realizó tales confesiones con la venia del Departamento de Justicia de los Estados Unidos a los fines de que le autoricen a su empresa a poder operar en el mercado de acciones de dicho país para convertirse en una multinacional “hecha y derecha” con sede en Holanda convirtiéndose en JBS Food International (https://www.cronista.com/economiapolitica/JBS-rifo-a-Brasil-para-garantizar-su-llegada-a-EE.UU.-20170519-0056.html).
La maniobra apunta a profundizar la trasnacionalización de una empresa que cuenta con casi el 80% de sus operaciones en el exterior y tiene en Estados Unidos 56 fábricas de procesamiento y casi la mitad de sus ventas globales. En una palabra, las confesiones del empresario fueron el “peaje” que debió pagar para blanquear su imagen y la de su empresa, evitar ir a la cárcel e instalarse, para continuar su nueva vida de empresario integrante de lo más granado de la oligarquía financiera internacional, en la ciudad de Nueva York.
Mientras tanto en nuestro país los referidos opinadores, con ceremoniosos y encendidos discursos, nos quieren convencer de que las instituciones del sistema judicial brasilero funcionan y las ponen como ejemplo de lo que debería ocurrir en la Argentina.
Sin perjuicio de que las instituciones de uno y otro país funcionen distinto, lo que devela la noticia publicada es que el funcionamiento del capitalismo es, en su esencia, corrupto hasta la médula. Al mismo tiempo, es un ejemplo más de la compleja e intrincada trama de intereses existente entre los monopolios y los Estados; sean estos los de el país de origen del monopolio como otros Estados donde éstos necesiten expandir su negocio e influencia.
El sistema capitalista en Brasil, como en Argentina y en el resto de los países capitalistas del globo, puede desenvolverse con la condición indispensable de corromper a políticos, funcionarios, jueces, legisladores de absolutamente todos los colores. La magnitud del caso brasilero tiene quizás una espectacularidad que no se ve en todos lados, pero eso no quiere decir que en todos lados las cosas funcionen de esa misma manera.
Los monopolios, en su feroz pelea intermonopolista por dominar, controlar o directamente fagocitarse a los capitales competidores, utilizan los resortes estatales para tales fines. En una época en que esa competencia se profundiza y acelera, el caos y la anarquía le ganan al “orden” y semejantes escándalos no son más que la vidriera que exhibe ante los ojos de los ciudadanos de a pie en manos de qué siniestros personajes están nuestras vidas. De allí que en Brasil la consigna “fuera Temer” se haya convertido en “fuera todos”, expresando que el pueblo de ese país ya no diferencia a unos de otros a la hora de caracterizar la situación política.
Los coletazos de la crisis en Brasil tienen serias consecuencias económicas y políticas en nuestro país. Por estos días, el caso Odebrecht amenaza con salpicar a la totalidad de los empresarios de la construcción de Argentina, entre los que figuran integrantes de la familia presidencial, por lo que se vienen realizando desde las más altas esferas del Estado desesperadas maniobras para que los daños sean menores, al punto que ha generado denuncias entre integrantes de la propia coalición que gobierna la Argentina.
Querer resolver el problema de la corrupción dentro del capitalismo es desconocer el propio carácter del sistema capitalista; un sistema fundado en la explotación del trabajo ajeno y de donde provienen los millonarios fondos que se destinan a la compra de voluntades con el fin de obtener nuevos negocios.
Intentar luchar contra la corrupción sin cuestionar al capitalismo es un absurdo idealismo, en el mejor de los casos, o directamente una política diversionista para engañar a las masas. Luchar contra la corrupción es luchar contra la esencia misma del capitalismo, un sistema corrupto desde su origen.
Así ocurre cuando cae un cargamento de droga, y en simultáneo otros cargamentos siguen su ruta sin mayores inconvenientes, con el cuento de la corrupción se saca del medio a un competidor para que otros capitales tomen su lugar y sigan cometiendo las mismas prácticas corruptas que sus antecesores.
Así funciona y se reproduce el sistema. Ni más ni menos.