Después de las cumbres del G7 y la OTAN en Bruselas, la canciller alemana Angela Merkel declaró que… «Los tiempos en los que nos podíamos fiar completamente de los otros en parte han terminando. Así lo experimenté los últimos días. Y por ello solo puedo decir: nosotros los europeos debemos tener nuestro destino en nuestras manos», en una clara alusión al gobierno de Estados Unidos. El presidente de este país, Donald Trump, no tardó en contestar: «Tenemos un MASIVO déficit comercial con Alemania, además paga mucho menos de lo que debería por la OTAN… Es muy malo para Estados Unidos. Esto cambiará».
Los medios burgueses simplifican este enfrentamiento en una supuesta nueva configuración de bloques en los que Estados Unidos y el Reino Unido (luego del Brexit) serían los proteccionistas, y Alemania (país claramente hegemónico en la Unión Europea), Francia y China serían los abanderados de la globalización y el libre comercio. Como siempre, simplificaciones que, como tales, dejan de lado el intrincado y complejo proceso de guerra intermonopolista a nivel mundial.
En el último Foro de Davos por primera vez un presidente de China abrió el encuentro; allí Xi Jinping hizo una encendida defensa de la vigencia de la globalización y de los beneficios del libre comercio a nivel mundial. Sabemos que Trump ganó las presidenciales en Estado Unidos con un discurso proteccionista. Esto por sí mismo podría explicar que uno y otro país lideren políticas distintas. Sin embargo, los hechos demuestran que ello no es tan así.
En la visita del líder chino a Estados Unidos, se firmaron compromisos para que capitales que proviene del país asiático financien el mega plan de infraestructura que impulsa el gobierno de Trump, con el que daría trabajo a sus ciudadanos y cumpliría su promesa de campaña. Al mismo tiempo, China se comprometió a abrir mercados de su economía a EE.UU. que hasta el presente prohibían el ingreso del capital extranjero. En uno y otro caso, la asociación de capitales provenientes de ambos países serán los protagonistas de esas inversiones. No hay “capitales chinos” ni hay “capitales norteamericanos”; hay capitales. Y estos capitales traspasan las fronteras nacionales y circulan por el mundo utilizando a los gobiernos para materializar sus negocios. La asociación de estos capitales configura al mismo tiempo la lucha entre los mismos. Hoy se asocian, mañana se enfrentan.
Al mismo tiempo, China emprende la construcción de la llamada “Nueva Ruta de la Seda”. Dicho proyecto impulsa la construcción de rutas terrestres, ferrocarriles, gasoductos, usinas, puertos que conecten Asia con Africa y Europa. Este emprendimiento reúne una importantísima y megamillonaria cantidad de capitales mundiales. Los mismos serán concentrados a través del Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura (AIIB, por sus siglas en inglés) en le que participan 77 países entre ellos cinco de los integrantes del G7: Alemania, Reino Unido, Italia, Francia y Canadá. Que el presidente chino defienda entonces la globalización no es, entonces, ninguna novedad. Y aun cuando Estados Unidos no esté entre los países que integran el referido banco, los capitales de ese origen no dejarán pasar (aun a pesar de las peroratas nacionalistas de Trump) la oportunidad de participar en emprendimientos de tamaña envergadura. Más aun, están dando una feroz batalla a lo interno de ese gobierno para torcer el rumbo de las decisiones.
No cabe duda que estos proyectos configuran un enorme y cualitativo cambio en la economía capitalista mundial. Que dichos cambios conllevan realineamientos de alianzas entre países que han sido históricas, tampoco resiste lugar a dudas. Pero lo verdaderamente cualitativo es que tales cambios son promovidos por una oligarquía financiera absolutamente trasnacionalizada, que ya no puede ser identificada por una u otra nacionalidad. Que China lidere como país proyectos como el que describimos no significa en absoluto que lidere al “capital chino”; lidera a un conjunto de capitales cuya procedencia y afincamiento han mutado y mutan constantemente por lo que las alianzas nuevas que puedan establecerse no tienen el destino de durar largas décadas como las anteriores. Y los acuerdos entre capitalistas, tampoco.
La base material de la economía capitalista refleja una concentración y centralización del capital como nunca antes en la historia. Esa centralización y concentración es imposible materializarla en política, dado que la tendencia es que cuanto más se concentran los capitales más se intensifican las disputas entre los mismos. De allí que, lejos de pensarse en un “nuevo orden” internacional, lo que se debe prever es cada vez más desorden. Los que se verán reflejados en guerras comerciales, políticas, militares, alianzas que nacen y desaparecen, etc.
De estas guerras interimperialistas nada deben esperar los pueblos para su beneficio. Por el contrario, el camino a emprender es intensificar la lucha de clases para que esas disputas se profundicen. No debemos tomar partido por uno u otro capital sino luchar de manera intransigente contra el capitalismo que es uno solo. Sea en Estados Unidos, Europa o en la China. Esa misma conducta revolucionaria es la que debemos llevar al interior de nuestros países con una política proletaria independiente de cualquier variante de la burguesía monopolista.