Más allá de las continuas e impresentables declaraciones del ministro Dujovne y de Sturzenegger, más allá que la suba de precios de marzo arrojaría un 3,5% (según el promedio de las consultoras que miden los precios en forma privada), ubicando el alza entre el 32 y el 35% en términos interanuales y es una obviedad que no se va a cumplir “la promesa” del Gobierno de bajarla al 1% mensual en el segundo semestre del año; la polvareda que levanta el empeoramiento de las condiciones de visa (con el tema de la inflación a la cabeza) es hoy un asunto de enorme preocupación en todos los hogares de los que trabajamos.
La plata alcanza cada vez para menos. La constante suba de los artículos de primera necesidad castiga con dureza el poder adquisitivo de nuestro salario, cascoteado sin descanso por alzas brutales.
Los “grandes analistas”, sesudos intérpretes de las necesidades de unos pocos monopolios que están al frente del gobierno de nuestro país, nos dan “clases magistrales” para tratar de explicar el “fenómeno inflacionario”. Recurren a fórmulas algebraicas, logaritmos y otras yerbas, que de tan difíciles ni siquiera uno puede acordarse el nombre. Utilizan frases retorcidas con el único objetivo de ensombrecer más la situación, muy lejos de aclarar nada.
Unos nos hablan de la oferta y la demanda, que según ellos es el mecanismo natural para que el mercado regule los precios; otros nos hablan de la estacionalidad, que provoca que la estabilidad desaparezca; por otro lado atacan a los supermercados como responsables de la formación de precios, nos hablan de un montón de cosas… pero omiten que la inflación no tiene causas puramente económicas, que cada aumento es en sí mismo una decisión política empresarial, que en general apunta a achicar la masa salarial.
También omites los “explicadores” de todo signo que el mercado está dominado por empresas monopólicas que son las que fijan los precios, la calidad y cantidad de los productos que consumimos y cómo se distribuirán.
Este es el verdadero asunto, ausente no de forma casual cuando se habla de inflación: el nivel de concentración de la economía y de centralización del capital.
El modo capitalista de producción, basado en la propiedad privada de los medios de producción, nos condena a la permanente anarquía, donde la lógica del negocio prima por sobre cualquier otro interés.
En sus manos están la producción, la distribución, las materias primas, las finanzas. Tienen no sólo el poder de la economía, sino que además controlan la política y la vida misma, con el Estado a su servicio.
Mantener sus márgenes de ganancia cueste lo que cueste es su credo, y de él podemos esperar cualquier cosa, menos mejorar nuestras condiciones de vida.
¿Cómo explicar que tengamos una inflación en aumento permanente cuando según el gobierno “hay plata por todos lados, con reservas, con inversiones, y hasta con signos de crecimiento económico”? ¿Estamos mal pero vamos bien?
Lo cierto es que para nosotros, para el pueblo trabajador, la inflación es esa guerra silenciosa que nos vienen declarando los monopolios con gobiernos conservadores, más o menos liberales, progresistas o más o menos progresistas.
Ellos ganan cuando hay “estabilidad” del mismo modo que ganan cuando hay inflación; ellos siempre ganan por el sencillo hecho que tienen la sartén por el mango y con esa sartén nos pegan por la cabeza.
La carestía de la vida es una espada de Damocles que pende nuevamente hoy sobre nuestras cabezas y no para de golpearnos. Por eso, la lucha por un salario digno es parte inseparable de la lucha política de nuestro pueblo, ya que sólo sacándonos de encima a esta lacra de explotadores y parásitos dejaremos de sobrevivir en esta permanente penuria.