El sentido común de una sociedad lo constituyen una serie de premisas que se repiten millones de veces durante el día y que reproducen todas las personas sin que nos detengamos a meditar si esas premisas son verdaderas o falsas. Pareciera que tales afirmaciones que se vienen repitiendo desde generaciones anteriores son inapelables e impregnan las ideas de toda la sociedad que, a fuerza de reproducirlas, nadie las contradice.
Ese sentido común con todas sus ideas “inapelables” ha sido impuesto como lógica de pensamiento por una tradición histórica en la que se mezclan algunas ideas que se van transmitiendo de generación en generación y que son producto de la experiencia del pueblo y que, por lo tanto, contienen parte de verdades, con otras muchas -quizá en mayoría- que se ajustan como un guante a los intereses de la clase dominante, la burguesía.
En la vida cotidiana, aparecen todas juntas y mezcladas y, así, van formando un paquete de frases hechas que, quien las critica, aparece como un “volado”, idealista, utópico que no tiene los pies sobre la tierra, o simplemente como un criticón disconforme con quien no se puede hacer nada porque “siempre está en desacuerdo”.
Sin embargo, la historia nos ha demostrado, y nos sigue demostrando, que a fuerza de actuar y pensar para resolver problemas cotidianos y a futuro, el ser humano en su producción y reproducción social, va rompiendo muchos de los mitos que contradicen a ese sentido común vigente y comienza a desarrollarse un “sentido” crítico que a futuro constituirá otro sentido común nuevo que sepultará al viejo.
Los descubrimientos e inventos rompieron y rompen al sentido común vigente e imponen nuevos horizontes a la humanidad en su camino de permanente desarrollo. Las clases dominantes se oponen tenazmente a las ideas que rompen las bases de apoyo de su sistema y reaccionan negativamente intentando acallar a las personas que las sustentan, porque esas ideas científicas ponen en entredicho la base de sustentación de su poder. En cambio, la existencia de los mitos reproducidos cotidianamente, les permiten sostener en el pensamiento social, las “verdades” que aparecen como absolutas e incuestionables que son la guía de la acción cotidiana de los pueblos.
Entre las “verdades” que pueblan “nuestro” sentido común hay una que reza que para que haya trabajo deben invertirse capitales.
Marx, quien formuló la idea contraria: El trabajo humano es el que genera el capital en esta sociedad. No solamente fue odiado por la clase burguesa sino que también fue perseguido, falseado y ridiculizado. Pero como todo hallazgo científico, el principio descubierto, se impone primero en las personas que tienen oportunidad de conocer tal formulación científica comprobada en la realidad y luego se impondrá en toda la sociedad a pesar de la resistencia reaccionaria de la clase dominante. Pues, con el tiempo, ninguna idea es capaz de vencer al conocimiento científico.
El trabajo humano es el que crea el capital. El capital es trabajo humano acumulado y constituye una relación social entre el trabajo asalariado (el proletario) y el capitalista (el burgués). Como todo lo concerniente a la base ideológica burguesa, todo está puesto de cabeza. Nos dicen que es negro todo lo que es blanco y que lo de arriba es lo de abajo, etc.
En esa inversión de la realidad, se dicen y afirman falsedades tales como que “el trabajador necesita del capitalista para vivir”, cuando en realidad, quien vive a costa del trabajador es el capitalista. “Los productores son los capitalistas”, cuando en realidad los productores son los obreros y trabajadores. “El capitalismo es la sociedad basada en el respeto a la propiedad privada”, cuando en realidad es la sociedad que expropia el producto colectivo de quienes trabajamos a favor de los parásitos que no trabajan.
Y así, podríamos seguir citando ejemplos de “verdades” que son mentiras y que las leyes del Estado, la justicia en todos sus niveles, y las resoluciones de los poderes ejecutivos nacional, provincial y comunal, reproducen constantemente, con la ayuda indispensable de las fuerzas de seguridad a su servicio que sirven para mantener a raya a quienes se rebelan contra esas falsedades y las relaciones que las mismas imponen en la sociedad.
Pero el desarrollo de la humanidad es terco y las verdades reales siempre se imponen a las “verdades mentirosas”, arrojando a estas últimas al basurero de la historia en donde yacen las creencias vergonzantes de los dogmas opuestos al conocimiento científico. Tal ha sido el destino de afirmaciones como que “la tierra era plana”, o que “volar era imposible”, o que “la mujer es inferior al hombre”. Lo mismo ocurrirá con la afirmación de que “la explotación del hombre ha existido siempre y siempre existirá”.