Como un eco permanente, proveniente desde las instituciones del Estado y sociales en general, resuena en todos los ámbitos de la vida cotidiana el concepto de pragmatismo.
Presidentes, funcionarios y gobernantes lo usan para explicar las políticas que deciden y ejecutan. Independiente de su origen filosófico, el término pragmatismo, tal como se utiliza, alude a la supuesta “virtud” de emplear los medios y procedimientos más prácticos para lograr, en forma inmediata, determinados objetivos.
A primera vista, resulta atractiva la idea pues pareciera que aplicando el pragmatismo, se encaran en forma directa, y sin demora, las soluciones de los problemas que tenemos por delante. Así tenemos a los funcionarios y periodistas e “intelectuales” que les hacen coro, afirmando que para detener la inflación hay que secar el mercado, o que para que haya más riqueza hay que bajar salarios para que se inviertan más capitales, o que para que el dólar baje hay que aumentar la tasa de interés, etc. Sin embargo, todas estas medidas, sólo logran aumentar los padecimientos de la población y hacer crecer su empobrecimiento.
La famosa y repetida idea de “el fin justifica los medios” es expresión inequívoca de este concepto pragmático.
Pero la trampa mayor de esta metodología pragmática radica en que se esconde deliberadamente el origen de los problemas, las causas de los mismos, y se atacan los fenómenos, lo cual le da pie a la burguesía a aumentar sus negocios urgentes. El resultado final es el mismo que combatir un incendio apuntando el manguerazo a las llamas y no a la base del fuego. Pero lo que es peor es que se oculta la intencionalidad de no atacar la base del fuego, en este caso, el origen del sufrimiento de la población.
Veamos, el sistema capitalista tiene una causa fundamental que lo hace insostenible para la humanidad: su motor es la búsqueda de la óptima ganancia y, entonces, las necesidades y aspiraciones humanas son sólo los medios para alcanzarla.
A partir de allí, toda la organización económica, política y social se amolda a ese fin, dado lo cual los problemas humanos pasan a segundo o tercer plano. Todos los días trabajamos para enriquecimiento de la burguesía y nuestras vidas se hunden en el sufrimiento.
Cuando la fuerza productiva de todo un país como el nuestro está abocada a la producción de la óptima ganancia que sólo beneficia a los dueños del capital, un puñado de burgueses monopolistas, y sólo deja el magro salario con tendencia decreciente a los trabajadores, el incendio se propaga incontenible y la disputa por el reparto de la riqueza producida se vuelve un infierno, conmoviendo a toda la superestructura política e institucional a niveles de putrefacción irreversible.
La lucha del pueblo por la conquista de la satisfacción de sus necesidades y aspiraciones futuras, es esencialmente política y la solución real de los problemas generados por esa causa (la apropiación por un puñado de burgueses de todo lo producido en el país, amparados por el “derecho” de la propiedad privada capitalista), se alcanza con una lucha política de masas permanente y creciente hasta la conquista del poder que no es otra cosa que el derecho del pueblo a decidir los destinos de su producción y el disfrute de la misma y los proyectos de desarrollo en beneficio social, para lo cual es necesario que la propiedad de lo producido pase a manos directa de sus productores: los trabajadores.
Cuando las ideas revolucionarias apuntan a sofocar la base del incendio que destruye al país, y explica los verdaderos motivos de nuestros problemas y el camino para la solución de los mismos, los ideólogos y defensores del sistema, armados con las lanzas del pragmatismo y otras armas, argumentan que la propuesta revolucionaria es idealista y que no es realizable ya que “los problemas son hoy y hay que resolverlos ya” y con ello, desvían el eje del problema apuntando a las llamas y sacando el agua del foco del incendio.
El pragmatismo, hartamente repetido, en manos de la burguesía, el cual han logrado hacer penetrar en el sentido común de la sociedad, ajusta como anillo al dedo a sus fines de permanente explotación del trabajo ajeno para enriquecimiento propio y, a la vez, tiene el efecto de un arma cargada sin seguro y con gatillo altamente celoso contra los intereses de las mayorías populares.
El combate político contra la burguesía monopolista, sus gobiernos de turno y sus instituciones, debe ser acompañado con una lucha inquebrantable contra estas ideas perniciosas metidas entre el pueblo haciéndonos doblemente víctimas del poder: por un lado por el saqueo de riquezas al que nos someten y, por otro, porque estas ideas que nos han inculcado no nos permiten ver claramente cuál es la salida que se transita por el camino de la lucha.