El caso de los jubilados, entre otros sectores, es uno de los más escandalosos.
Los gobiernos burgueses se han caracterizado por el desprecio a las vidas y existencia de personas que durante más de 30 años aportaron a las cajas de previsión social y, a cambio, una vez llegada su edad de retiro, perciben un ingreso miserable por jubilación.
No han dudado en utilizar distintas medidas para achicar los ingresos de jubilados. Desde saquear las cajas de jubilación, vetar la ley del 82% móvil, manipular los porcentajes de actualización de los haberes reduciendo los mismos, etc.
Con el supuesto fin de favorecer a la sociedad, por el contrario, han echado mano a los fondos previsionales destinando los mismos a otros fines para cubrir las necesidades de expansión de sus negocios. Impunemente, han mentido reiteradamente, gobierno tras gobierno, haciendo de los fondos jubilatorios un “coto de caza” del cual ningún dinero se puede escapar a la voracidad de los monopolios y sus funcionarios políticos.
Este fraude organizado entre monopolios y Estado, siempre ha sido impune. Nadie lo cuestiona y nadie lo juzga. A lo sumo se escuchan voces cínicas haciendo reclamos electoralistas pero nadie se planta patrióticamente contra semejante estafa criminal.
El ingreso actual para la jubilación mínima, de poco más de $ 8.096,00 que en setiembre será elevado a $ 8.637,00, es menos de la cuarta parte de la canasta familiar, con lo cual la indigencia está garantizada.
La inhumanidad del capitalismo también se expresa en este crimen organizado contra las personas que dieron su vida al trabajo y, sin quererlo, a la acumulación del capital. ¡Más de siete jubilados de cada diez, perciben la jubilación mínima!
Ni siquiera les alcanza para los remedios que toda vida adulta requiere para “ir tirando” como dice el dicho popular. Es que para poder mal comer, se prescinde de los mismos y de otras cosas elementales para la subsistencia.
¿Acaso hay que defender o sostener esta institucionalidad basada sobre decisiones políticas que matan con “suave” crueldad a millones de jubilados, entre otros crímenes igualmente masivos? ¿No es acaso un acto patriótico hacer todos los esfuerzos para acabar lo antes posible con estas políticas y echar del poder a estos indeseables parásitos que hacen indigna nuestras vidas?
No hay que respetar la finalización de ningún período de mandato. Cuando la patria está en peligro, y hablamos de millones de vidas además de los jubilados, tenemos el derecho de hacerles un infierno a quienes juegan con fuego y munición gruesa.
Intensificar las luchas, ponerles freno a sus medidas de ataque el pueblo, avanzar en no dejarlos gobernar en nuestra contra es el mandato de la hora. La unidad en la acción y la profundización de las luchas por cambiar esta atroz situación como vía para la acumulación de una fuerza proletaria y popular que corte definitivamente este oprobio, es el camino a recorrer.