La cantidad de movilizaciones, ollas populares y piquetes que se llevaron adelante el martes 25 de septiembre pasado, el día del paro nacional, han superado las expectativas de propios y extraños.
No es casualidad. Asistimos a una etapa de construcción de poder popular a nivel local y territorial masivo.
Es que nuestro pueblo cuenta con una experiencia y un recorrido que hace que se haya llegado a una síntesis de lo que no se quiere y comienza a avizorar por dónde pasa la cuestión de la construcción de las herramientas que el pueblo necesita.
Cada vez están más lejos y ajenos los viejos aparatos, en donde las minorías deciden por las grandes mayorías.
Y en donde todavía existe dicha práctica, es repudiada, combatida, o reemplazada por nuevas metodologías de decisión, acción y construcción. Y eso, de alguna manera, comienza a pesar el trabajo de base -ya sea en las fábricas, escuelas, centros de salud, barrios, etc.
Se comienza a diferenciar el discursismo barato que habla de la unidad, de la amplitud , de la organización… pero que en la realidad y sobre terreno concreto, son incapaces de llevarla adelante. Por eso se lo diferencia de la palabra acompañada con la acción y ejecución.
Es tarea de los revolucionarios seguir profundizando las prácticas revolucionarias desde las bases, para continuar destapando las fuerzas que anidan en cada rincón de nuestro país, y que jueguen el papel histórico de luchar y conquistar una vida digna.