La desconfianza de la clase obrera y de todo el pueblo a los partidos políticos burgueses y a todo el elenco electoralista viene desde hace muchos años. ¿Esto es bueno o es malo para la revolución que nos planteamos?
Más allá de afirmarlo o no, la realidad es que por infinitas cuestiones de la historia de la lucha de clases en nuestro país y del contexto internacional, los partidos electoralistas están bajo la permanente lupa de la inmensa mayoría de la población y parecería ser que es cosa juzgada.
Cada partido tiene un caudal de votos, de seguidores, de los cuales muchos de ellos están ligados a esas filas como parte de un séquito de acomodaticios, individuos con algún puesto en el Estado, un plantel de burócratas en diferentes niveles de compromiso. Son muy pocos los que adhieren a un programa, a una perspectiva real de cambio.
Los principios en estos partidos se compran y se venden. Y si no veamos ciertas trayectorias como la de la actual ministra del interior (Bulrich) que ha vestido todas las camisetas del espinel electoral.
Partidos que se crean y desaparecen en pocos años, partidos tradicionales rotos en mil pedazos, frentes, uniones de todos los colores capaces de toda traición por conquistar una banca, una concejalía o simplemente un puesto en el Estado.
En esta realidad, que se desconfíe de todo esto es muy bueno. Las instituciones del Estado están permanentemente cuestionadas y los partidos políticos no le van en zaga. La democracia representativa hace agua por los cuatros costados y los partidos electoralistas no expresan la “voluntad popular” que tanto agitan cuando ganan una elección. ¡Las fuerzas políticas organizadas en los partidos burgueses expresan los intereses de la burguesía!
Pero hay un aspecto de esta cuestión que sí afecta al proceso revolucionario. Y es que esa desconfianza a los partidos burgueses se transmite (por una u otra cosa) también a los destacamentos revolucionarios. Se pone todo en la misma bolsa y dificulta las tareas políticas de los partidos que apuntamos contra un Estado que defiende los intereses de unos pocos.
Es en estas circunstancias de dificultades para la construcción del partido revolucionario, que no es suficiente hoy tener una correcta política táctica-estratégica y embriones de organización en construcción. Hace falta que en todo ello comience a pesar la lucha ideológica. No sólo en todo el pueblo, sino que hay que profundizar los debates políticos e ideológicos en donde se están expresando vanguardias de masas en el proletariado y otros sectores que aún no son poseedoras -en sus propias experiencias- de transformar las luchas en los actuales marcos del sistema, en una lucha revolucionaria para la toma del poder.
¡Los partidos proletarios expresan los intereses históricos de la clase!
Hay una dificultad -entre otras tantas- para fortalecer las organizaciones revolucionarias y es que esa misma desconfianza hacia los partidos burgueses arrastra a los destacamentos proletarios, a los partidos que, teniendo una propuesta estratégica de luchar por el poder del Estado independiente de la burguesía y sus partidos, nos encontramos con fuerzas aún embrionarias.
En esta realidad, las vanguardias del pueblo deben tomar contacto con las ideas de revolución, del proyecto que está en marcha, ser parte activa de las aspiraciones de clase materializadas en destacamentos proletarios, partidos que como el nuestro no tienen un carácter afiliatorio como lo demanda la politiquería burguesa. Es un puesto de lucha en donde se resumen los intereses de clase, ser parte de ese puesto en el nivel que ello implique es facilitar desde las trincheras de lucha la puesta en marcha un plan nacional de carácter político revolucionario entre las masas populares.
Esas vanguardias aún dubitativas de pertenecer a estas organizaciones deben acceder rápidamente a las iniciativas desplegadas por los revolucionarios en el plano que sea.
A ellas hay que dirigir el esfuerzo para explicar la necesidad de robustecer los destacamentos proletarios para acelerar la idea de hacer pesar la salida de una alternativa al sistema capitalista. Estas vanguardias -que salen de la lucha- deben romper no sólo con el aislamiento concreto y material en que nos ha metido la clase dominante, sino también el aislamiento entendido como proyecto alternativo de carácter nacional de salida.
Tenemos que quebrar esas desconfianzas con más lucha política, más organización revolucionaria y con más lucha ideológica en el proletariado y el pueblo. Y en ese abrazador objetivo, robustecer las fuerzas de los destacamentos revolucionarios con hombres y mujeres que están dispuestos -ya en sus luchas concretas- a luchar por causas justas, solidarias por el bien de las mayorías explotadas y oprimidas.
Nuestra propuesta de Democracia Directa -que se opone radicalmente a la Democracia Burguesa, representativa- necesita de un partido proletario de clase que no se proponga reemplazar las fuerzas del pueblo que están yendo en esa dirección desde hace muchos años, sino que esas experiencias multitudinarias acumulen hacia la revolución. Es ese el papel trascendente de dirección política de lo que nuestro pueblo está realizando y en ello le cabe trascendental importancia a partidos que como el nuestro, no tienen un fin electoral sino un fin de toma del poder, con plena participación de la clase obrera y de todo el pueblo.
Quebrar las desconfianzas todos los días, caminar juntos, luchar, movilizarse, organizar… pero jamás abandonar la lucha ideológica. Una lucha de principios que envuelve nuestro proyecto y con especial esfuerzo robustecer las fuerzas políticas revolucionarias en todos los planos y en particular la de nuestro Partido.
Se necesitan más manos, más experiencias, más fuerzas y ello se ha transformado en problema práctico y político a resolver. Un paso necesario de acumulación de fuerzas.