“Según un informe de Unicef, casi la mitad de los chicos y adolescentes del país (0 a 17 años) vive en la pobreza. El 48% tiene vulnerado al menos uno de los derechos básicos relacionados con la educación, el saneamiento y la protección social”.
Tomando en cuenta los hogares monoparentales, los porcentajes aumentas superando el 50%. Estas cifras -recientemente difundidas- no son nuevas ni sorprenden, pero no dejan de doler y de generar una profunda indignación. ¿Podría ser peor? Sí: el informe adelantó lo que ya sabemos: las cifras serán peores en el próximo informe (2019), ya que el difundido ahora no contempla los efectos del ajuste y la inflación del segundo semestre de este año.
Como aclara el informe, “vivir en pobreza durante la infancia significa no asistir a la escuela ni aprender, saltar una de las comidas o ir a dormir con hambre, no tener zapatos o vestimenta digna, estar privado de atención médica y estar expuesto a enfermedades, vivir en un hogar sin agua potable, electricidad, en espacios inseguros y en condiciones de hacinamiento o enfrentarse a muchas otras carencias”. Casi la mitad de los pibes en nuestro país pasa por alguna de estas situaciones en su día a día.
Los porcentajes “duelen” porque las cifras que difunden las instituciones de la burguesía son personas, de carne y hueso: 6,3 millones de chicos padecen, en algún sentido, lo que denominan “pobreza no monetaria. De ellos, 3,5 millones son, además, pobres “económicos”, es decir, por el ingreso insuficiente en sus hogares.
Estos niveles de pobreza son una verdadera vergüenza en un país como el nuestro (en donde producimos de todo y entre ello, alimento para cientos de millones de personas), y sólo puede explicarse debido al sistema que nos somete y saquea: el capitalismo monopolista de Estado. Donde un puñado de grandes empresas y grupos transnacionales se han apoderado de todo los resortes del Estado para apropiarse a su antojo del trabajo y de lo que producimos millones. Así de corta, cualquier otra excusa solo busca tratar de salvar o “embellecer” esta podredumbre insostenible.
El sistema capitalista se sostiene en base a lo que producimos las clases trabajadoras, pero nada de lo que se produce está destinado a resolver las necesidades y las aspiraciones de las mayorías populares. Ellos planifican para la ganancia de unos pocos burgueses monopolistas, nunca para beneficio de “todos”.
Por eso, no se trata solamente de la producción, es necesario que como trabajadores comencemos a asumir con independencia de clase las decisiones de la cosa pública. Un camino que -en forma inconsciente aún- estamos transitando con el ejercicio de la democracia directa en medio de las luchas, decidiendo nuestro propio quehacer para lograr nuestros objetivos.
“Es imposible cambiar este orden de cosas”, pensarán y dicen muchos; como los que le decían a San Martin que “era imposible” emprender el cruce de los Andes hace poco más de 200 años atrás… Imposible pero imprescindible, contestaría a sus detractores el Libertador de América, apoyándose en ese pueblo pobre y golpeado, pero dispuesto a todo por su dignidad. Y la Historia le dio la razón.