El artículo que publicamos en el día de ayer en esta misma página, no sólo deja mucha tela para cortar sino que permite ampliar el análisis con la perspectiva del 2019 que pronto se inicia, en donde la burguesía monopolista intentará embretarnos (nuevamente) en su mugre electoral.
Uno de los principios de nuestras concepciones como revolucionarios es la existencia de la lucha de clases. Desde que las sociedades humanas se dividieron en clases antagónicas, la Historia es escrita a partir de este fenómeno que existe, más allá de la voluntad de las clases en pugna; precisamente, Marx definió a la lucha de clases como el motor de la Historia. La misma no la hacen individuos aislados, sino la acción de clases sociales que se enfrentan y producen hechos y los grandes cambios en la sociedad.
A la burguesía (intentando preservar sus intereses de clase) le encanta “decretar” que la Historia ha llegado a su fin y que toda lucha por un cambio revolucionario es estéril. De allí desprende que no hace falta combatir al capitalismo, ya que es algo “natural”, que siempre ha existido; en todo caso, lo que necesita es que se lo mejore, se lo emprolije… todo lo demás –según ellos- terminará en fracaso. Busca entretenernos y nos dice que se puede discutir todo lo que queramos sobre las formas del sistema capitalista, pero sin discutir al sistema mismo; es decir, que se cuestione cualquier cosa menos su dominación sobre el conjunto de la sociedad.
Y ahí aparecen los adalides “del mal menor”, o sea: es preferible que “nos administre” el menos malo entre todos los malos que existen (cosa que ya se da por sentado). Que los trabajadores o el pueblo emprendamos un camino propio, independiente de cualquier variante burguesa, es algo desterrado.
En la historia política argentina hay muchos ejemplos en los que la “única” opción fue optar por el mal menor; por el burgués “más bueno”. Todas fantasías que en lo más mínimo rozaron el cuestionamiento al poder ni cambiaron en serio las condiciones de trabajo y de vida de las mayorías.
Hoy, cuando nos acercamos nuevamente a que nos presenten ese “abanico” de falsas opciones, vivimos un momento político en donde la burguesía como clase se encuentra en un franco proceso de crisis política, que la afecta seriamente a la hora de ejercer su dominación como quisiera sobre el conjunto de la sociedad.
Así y todo, los engaños de la burguesía apuntarán en la misma dirección. Se presenta de nuevo el debate sobre los proyectos en pugna y la necesidad que el pueblo argentino cuente con uno PROPIO, encabezado por la clase obrera.
Dejarnos chantajear por la teoría del mal menor, significará conceder a la burguesía un trecho político de ventaja. Los trabajadores y el pueblo debemos avanzar sobre la debilidad de ellos, con nuestra fortaleza, para terminar de destruirlos.
Este 2018 que termina ha dado muestras de que el movimiento de masas en nuestro país viene dado pasos en esa construcción. Nuevos métodos de lucha y formas organizativas, que vienen a cuestionar y hasta reemplazar la concepción burguesa de delegar el poder, es una base insustituible y fenomenal desde la cual se erige el proyecto revolucionario.
Eso es lo que la burguesía no controla y a lo que tanto teme: el ejercicio de la democracia directa y la organización independiente del pueblo argentino, que –aún disperso y no sin dificultades- va sumando y multiplicando las fuerzas para un proyecto liberador.
Los que se colocan por fuera de ese proceso y lo bastardean, intentando volver atrás esta experiencia para que la burguesía retome el “control”, quedarán fuera de la Historia, no los revolucionarios. Les guste o no, las clases tienen proyectos propios. Más o menos desarrollados –es cierto-, justamente por eso, por ser una clase social determinada con intereses históricos a conseguir.
Los tuvo la burguesía desde su nacimiento como tal, hasta su triunfo absoluto sobre el régimen feudal; la clase obrera tiene un proyecto histórico que está en disputa desde la instauración del sistema capitalista, y seguirá vigente mientras persista este sistema.
En ese camino se desarrolla la lucha de clases, más aún en la época del capitalismo monopolista de Estado, y entonces corresponde a la clase obrera y a su Partido mantener firme el timón en dirección a la lucha irreconciliable contra el poder burgués: la tarea de un partido revolucionario es la de organizar la lucha de clases.