En el área metropolitana de Buenos Aires el transporte público aumentará un 40%, así lo afirmó el ministro Dietrich. Dice que con ello, se “garantizará mejorar el traslado a sus labores de millones de personas”. En fin, más de lo mismo.
Qué lejos están éstos señores de garantizar nada de nada. La concepción en sí misma que se hace del transporte público está teñida por el sistema de la ganancia, poco interesa cómo se viaje.
No se quiere mejorar, no se puede mejorar, porque de lo que se trata es de ganar plata.
Los argentinos deberemos pagar cada vez más y viajar cada vez peor… no hay fórmulas mágicas. No sólo hay aumentos directos, se continúa con los subsidios a las empresas.
El transporte público debería ser gratuito.
Es una parte fundamental en la producción de nuestro país, pero la ideología de la clase dominante ha dado por sentado que el boleto hay que pagarlo. Varias generaciones hemos dado por hecho, por fuerza de la costumbre, por “sentido común”, que así deben ser las cosas.
“Señor” Dietrich: usted que es ministro de gobierno y a la vez portavoz de los sectores más concentrados del país, fue coherente con sus intereses: no se sonrojó al afirmar que este aumento decretado va a mejorar la situación del transporte y de su pasaje.
Pero la cuestión viene de raíz. Cuando los sucesos históricos de 2001 estallaron, la burguesía tuvo que retroceder varios casilleros. ¿Qué pasó con el transporte colectivo? Los aumentos directos se frenaron, la burguesía hizo pie con los subsidios a las empresas, no había condiciones para más avanzadas del capital. Recordemos que los subsidios lo pagamos las grandes mayorías, salen de nuestros bolsillos, pero la burguesía tuvo que retroceder. Por un período histórico, el golpe al bolsillo en forma directa estaba condicionado.
De una u otra manera, con avanzadas o retrocesos en el mismo sistema, el pasajero viajó mal, viaja mal. No se trata entonces de “mejoras” o de aspirinas. El sistema exige apretar el cinturón, recaudar y ese es el mandato.
De lo que se trata -como tantas otras cosas- es de poner al pasaje en el centro de la escena y con ello, desterrar la idea de la ganancia y del negocio a costa del sudor de las grandes mayorías.
Podríamos ir pensando -por ejemplo- en un país en donde la industria automotriz se reconvierta para producir más y mejores unidades de transporte colectivo. Desplegar al máximo el sistema ferroviario e incrementar la red subterránea.
Si concibiéramos otro tipo de país, en donde la sociedad humana está en el centro de los problemas, las grandes ciudades irían dando paso a una integración de campo-ciudad, en donde no sólo las urbes insoportables de hoy se irán descomprimiendo, sino que el robustecimiento de ciudades en todo el país -sujetas a producciones de riquezas locales- permitirían incrementarlas, para la mejora -no sólo de los productos- sino de sus traslados a otros puntos del país.
No se necesitarían millones de cubiertas, cientos de miles de coches producidos cada año para traslados individuales. No se afectarían a los individuos ni su medio ambiente, ya que las mejoras tecnológicas, los avances científicos aplicados a la producción irían dirigidos al traslado de personas y productos. No habría producción anárquica. No se produciría para “la nada”, para el consumismo impuesto por el sistema capitalista, que requiere de la ganancia permanente, que debe quemar fuerzas productivas.
Está claro que el “señor” ministro tiene la moral que le da SU sistema, se regocija dando respuestas a SU clase, y pretende fortalecer la idea de mejorar el transporte con más aumentos.
No se puede “señor” ministro: este sistema es perverso y usted es reflejo directo de ello. Pero tiene que mentir y decir que no hay otro camino, cuando en realidad sí lo hay.
Hay otra salida, hay otro sistema que puede dar respuesta este problema desde otra concepción de clase. Se trata -primero de todo- que los medios de producción estén en manos de la clase obrera y el pueblo, y que desde ese principio, que rija la idea central que el centro de los problemas a resolver es la sociedad toda.
Hay condiciones en nuestro país para todo ello y una revolución de este carácter debe tomar cartas en asuntos tan acuciantes como éstos. Imaginemos reconvertir la industria automotriz… recordemos –por ejemplo- que en la segunda guerra mundial la Ford se reconvirtió para la guerra, en pocos meses pasaron de fabricar autos a fabricar tanques.
Estamos hablando de reconvertir la industria dando prioridad al traslado de pasajeros en nuevos colectivos, más líneas… y a la vez, reconvertir para la agroindustria, que posibilite incrementar la capacidad producción, que permita que los hogares argentinos reciban productos en tiempo y forma.
“Señor” ministro: mientras su clase sea la dueña de los medios de producción y el pueblo siga trabajando para ustedes, el futuro será siempre sombrío, de castigo directo al bolsillo, o en el mejor de los casos, de forma disimulada con subsidios. Pero -de ninguna manera- habrá mejoras para las mayorías.
“Señor” ministro: sigan cerrando las válvulas de escape, sigan subestimando la capacidad de reacción de nuestro pueblo… pero esta vez, no sólo los castigaremos, además, raudamente avanzaremos en el proyecto revolucionario, que comience a dar las primeras respuestas a una añeja aspiración de progreso de nuestra sociedad.