La reforma de las relaciones laborales que impulsa la burguesía monopolista en el mundo, y en particular en la Argentina, es el centro de toda la estrategia de esa clase para amortiguar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, proceso objetivo del modo de producción capitalista.
Esto lo hemos afirmado en más de una oportunidad. Sin embargo, los exponentes de la clase dominante en nuestro país nos brindan constantemente pruebas irrefutables de hacia dónde apuntan específicamente; qué quieren decir cuando afirman que hay que cambiar las relaciones de trabajo para que seamos “más competitivos” (léase, que la burguesía sea más competitiva en la dura competencia interburguesa).
En el diario El Cronista, con fecha 15 de enero, se publica una nota de Julián de Diego, personaje que hace las veces de vocero de las necesidades del capital monopolista en la Argentina en esa publicación, en lo que se refiere a las relaciones laborales.
Con el título “El rediseño de las relaciones laborales exige cambiar la mentalidad” (https://www.cronista.com/columnistas/El-rediseno-de-relaciones-laborales-exige-cambiar-la-mentalidad-20190114-0070.html), el autor argumenta a favor de cambiar las leyes y normas que aun siguen vigentes y alude (como ya es norma) al cambio en la organización de la producción provocado por la incorporación crecientes de las nuevas tecnologías aplicadas a la misma.
Entonces expone medidas concretas a tomar, a saber: en el plano individual salir de la categoría laboral monovalente y pasar a la polivalencia funcional; de la jornada rígida a la jornada flexible y variable; de los descansos también rígidos a descansos elásticos; del salario por día o por hora a la retribución por resultados; de la jornada expandida pasar a distintos tipos de jornada adaptada o reducida; de la jornada máxima pasar a la jornada promedio; de las horas extras con recargos, a los trabajos suplementarios por resultados; de las vacaciones rígidas y acotadas a la vacaciones fraccionadas. En el plano colectivo propone: pasar de los convenios por actividad a los convenios por empresa; de las estructuras rígidas e inelásticas a mecanismos dinámicos dispuestos al cambio constante; de los salarios por tiempo (hora, día, mes) al salario básico por resultado; de la huelga como recurso violento e inconsulto a la negociación constructiva y sustentable; de los absurdos paros generales a los organismos tripartitos; de las comisiones internas y de delegados díscolos a la integración.
Queremos aclarar, y allí está el enlace para corroborarlo, que transcribimos textualmente las propuestas del autor de la nota. Sí, amigo lector: con ese desparpajo, esa desfachatez y ese cinismo la clase dominante quiere convencernos a los trabajadores que los cambios traerán mejoras a nuestras vidas.
Sólo una clase rapaz, enceguecida por la ganancia y en grado de descomposición total es capaz de afirmar que si renunciamos a tener una categoría definida en nuestro trabajo, una jornada que nos permita organizar nuestras vidas, a los descansos y las vacaciones planificadas con antelación, a saber cuánto va a ser nuestro salario, a organizarnos como mejor convenga a nuestros intereses como clase para la defensa de nuestros derechos como seres humanos, de esa manera seremos mejores trabajadores y haremos más competitivas a sus empresas.
La burguesía monopolista que hace un culto a la previsibilidad, a la seguridad jurídica, al respeto a las leyes y normas para garantizar sus inversiones propone que los trabajadores renunciemos a toda previsibilidad, a toda organización familiar y social, a saber cuántas horas vamos a trabajar y qué salario vamos a percibir. Es decir, una monumental desigualdad a la hora de definir nuevas relaciones laborales “adaptadas” a los cambios en la producción.
Su voracidad y su crisis estructural como clase los lleva a proponer el absurdo idealismo de que la clase productora “renuncie” a la lucha de clases y se someta mansamente a las necesidades y voluntad del capital.
El paraíso idílico que ellos se proponen es en realidad que la clase obrera y trabajadores en general aceptemos el sometimiento y la esclavitud sin chistar; que volvamos atrás cien años de conquistas y salgamos convencidos que así nuestras vidas serán mejores.
La burguesía construye el cadalso, prepara la soga, nos invita a subir al banquito y nos promete que, si aceptamos sus reglas, nunca ejecutarán la pena.
La historia de la humanidad, y de nuestra clase obrera en particular, ha sido y será que organicemos nuestras fuerzas para que la soga ajuste el cuello de la burguesía y no vacilemos en patear el banco que la sostiene.
De eso se trata la lucha de clases y para eso debemos organizar la misma y organizarnos los trabajadores y el pueblo.
Ellos vienen por nuestros derechos; vamos nosotros por sus privilegios y para terminar con su dominación.