Podríamos decir que los tiempos políticos que corren son muy propicios para que todo tipo de mentiras disfrazadas de verdad circulen por los más diversos medios de desinformación masiva. Así las cosas, el ala “progre” y “políticamente correcta” le achaca a la administración de Mauricio Macri que -producto de su “plan neoliberal”- “el Estado está ausente” y por eso nos va como nos va.
Una aseveración que quizás rápidamente pueda ser compartida por muchos de nuestros lectores, pero que nos parece necesario aclarar, ya que en la esencia de la misma se encuentra uno de los principales venenos que le permite continuar subsistiendo a este sistema capitalista decadente.
La teoría de Marx y Engels acerca del Estado nos permite comprender la esencia del mismo y de todas sus instituciones. El Estado surge con la aparición de las clases sociales y es el instrumento de opresión de la clase dominante sobre el conjunto de las clases desposeídas; es, lisa y llanamente, una dictadura de una clase sobre otra. Si bien el Estado aparenta existir “por encima” de la sociedad, ello no significa que esté por encima de las diferencias sociales, como se lo intenta presentar.
“El Estado surge en el sitio, en el momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables” decía Lenin. Este es un concepto básico en el que hay que detenerse, ya que -en diferentes épocas y de diversas maneras- esto es lo que se oculta descaradamente.
Desde el surgimiento de la gran industria capitalista y la libre concurrencia, la burguesía consolidó el Estado Nación para garantizar así la obligada centralización política que era provocada por la centralización de los medios de producción y la concentración de la propiedad en pocas manos, al tiempo que grandes masas de población se aglomeraban en las ciudades.
Desde esa época a la actual mucha agua corrió bajo el puente, y las formas del Estado fueron adecuándose al ritmo del desarrollo del modo de producción capitalista. Pero en ningún caso, ni en ninguna circunstancia, ese Estado ha dejado de existir ni de cumplir su principal papel: garantizar la dominación de una clase sobre otra.
Por eso, la burguesía no se ha contentado con presentar al Estado como “árbitro” de los antagonismos de clase, intentando conciliar lo irreconciliable. Avanza en la mentira con planteos como la “ausencia” o la “presencia” del Estado; si hace falta más o menos intervención estatal en la economía; etc.
La ausencia o presencia del Estado es una deliberada manipulación de la realidad, debido a que estamos hablando de un instrumento que, lejos de estar ausente o presente, está permanentemente al servicio de la clase en el poder. Por lo tanto, lejos de poder hablarse de mayor o menor injerencia, de lo que debemos hablar y tener siempre claro es qué clase se encuentra al frente del aparato estatal, y el carácter que va adquiriendo esa dominación clasista.
A finales del siglo XIX y principios del XX el surgimiento de los monopolios terminan con el capitalismo de la libre concurrencia, transformándose en capitalismo monopolista. Con el comienzo de la Primera Guerra Mundial, Lenin estudia y demuestra que el capital monopolista se funde con el Estado, dando origen al capitalismo monopolista de Estado. Estos procesos, incluida la propia guerra, propios del desarrollo económico del capitalismo, necesitaron una adecuación política, por lo que la función de los Estados nacionales de mediados del 1800 no era la misma que la del capitalismo monopolista; y muy distinta también con el afianzamiento del capitalismo monopolista estatal.
Sin embargo, en ningún momento esos Estados dejaron (ni siquiera era posible) de ser el instrumento de dominación de la burguesía sobre la clase obrera y el pueblo.
Las burguesías nacionales necesitaban a los Estado nacionales para su reproducción como clase capitalista; el surgimiento de los monopolios hizo surgir a una oligarquía financiera, por lo que ya no era toda la clase burguesa sino esa elite la que tomaba las riendas políticas y el dominio estatal. En estas diferentes fases, la burguesía al frente del Estado pudo destinar más o menos recursos a la salud y la educación; que el Estado fuera dueño de más o menos empresas industriales o de servicios; que intervenga más o menos en la economía; pero el carácter clasista del Estado se mantuvo inamovible como inamovible se mantuvo la existencia antagónica de las clases.
En nuestro país sobran las muestras: se podría afirmar que el Estado no regula ni salvaguarda la explotación de nuestros recursos naturales, como el petróleo y la minería, pero lo que en realidad sucede es que los monopolios trasnacionales que explotan esos recursos, utilizan todas las palancas que necesiten del aparato estatal, para obtener las normas que legalicen el saqueo que realizan. Se podría afirmar que los subsidios a ciertas ramas de la producción responden a un proyecto que aspira a desarrollar estratégicamente tal o cual actividad productiva, sin embargo se subsidia sólo para reemplazar inversiones que los monopolios no realizan de sus propios bolsillos, pero de las que son exclusivos beneficiarios. Allí donde faltan los recursos para la salud o la educación de la población también está la mano del Estado monopolista, que privilegia exclusivamente sus negocios también en estas áreas, dejando desprotegidas a millones de personas.
“Neoliberal” o “proteccionista”, más allá de los nombres y de lo que se quiera ocultar detrás de ellos, no debe quedar ninguna duda que, tratándose de capitalismo, la ganancia está por sobre todas las cosas, prevaleciendo el grupo o sector monopolista que tiene la sartén por el mango para subordinar al resto de los capitalistas y dominar al conjunto de la sociedad, con todo el aparato del Estado a su servicio.
Si hay que volver a más “estatismo” o debemos alejarnos definitivamente de él es, en definitiva, una discusión que la clase burguesa nos mete por la ventana, con la intención de que terminemos discutiendo si el Estado es más o menos “bueno”, y no quiénes son los dueños del Estado y cómo se sirven de él para garantizar el sometimiento al conjunto de la sociedad.