Una nueva reunión de los capitalistas de las finanzas internacionales realizada en Davos, Suiza, terminó en un estrepitoso fracaso, en donde fue imposible, lograr acuerdos entre los pulpos imperialistas que hoy dominan el mercado mundial.
Las noticias dan cuenta que el problema central no es económico sino político, dejando así deslizar la idea que, si entre los llamados “líderes” mundiales se ponen de acuerdo, los problemas globales se resolverían.
No obstante, a pesar de esa interesada sugestión, es cierto que el imperialismo mundial afronta profundos problemas políticos generados no sólo por sus propias disputas sino, fundamentalmente, por las luchas incesantes de los rebeldes e irreductibles pueblos que se resisten a vivir en las paupérrimas condiciones que les impone el capital financiero transnacional.
Pero lo falso de la expectativa que se quiere crear sobre la posibilidad de que el capital financiero globalizado encuentre canales de desarrollo armónico, tiene que ver con las características intrínsecas del propio mecanismo económico del capitalismo. Veamos:
El fenómeno imperialista nacido a principios del siglo XX fue transfigurando al capitalismo, sistema que fue cambiando su fisonomía al ritmo que le impusiera la exportación de capitales. Al comienzo, esta exportación de capitales, llevaba la impronta de la nacionalidad de los mismos, a tal punto que las guerras por las conquistas de territorios, fuentes de materias primas, nuevos mercados, búsqueda de mano de obra más barata o esclava, se relacionaban con las ambiciones de las burguesías de determinados países poderosos y dominantes en el concierto de las naciones.
Tanto la primera como la segunda guerra mundial, cada una con su característica particular por el diferente marco mundial en que se desarrollaron, obedecieron a dicho patrón. Es que la característica del propio nacimiento del sistema cuyo impulso fundamental fue posible gracias a la unidad nacional lograda por las burguesías actuantes en determinados territorios, le fue otorgando un determinado cariz a la exportación de capitales. Así, la identificación de determinados capitales con determinadas naciones era moneda común hasta mediados del siglo pasado.
En la mayoría de los países oprimidos por las potencias mundiales, la lucha de clases era a la vez, lucha de liberación nacional. Los Estados nacionales eran instrumentos necesarios de las “aventuras” mundiales de las burguesías que transponían las fronteras hacia la conquista, a sangre y fuego, de los territorios que se lanzaban a dominar.
Pero así como la aparición del capitalismo requirió , para el desarrollo de un solo mercado en determinado territorio, de la necesaria unidad nacional, con la eliminación de las onerosas fronteras feudales que malograban su impulso y la imprescindible constitución de un solo Estado Nación con única moneda y leyes de juego democrático burguesas para todos los capitales, la conquista de los mercados regionales y mundial también requiere de una unidad monetaria y leyes iguales para la contienda de los diversos capitales que actúan globalmente.
Las unidades nacionales fueron posibles por la existencia de un capitalismo joven y en desarrollo en el que las fuerzas productivas hacían gala de su plétora y en donde el mundo aparecía sin límites territoriales y los porcentajes de ganancia no encontraban techo, a costa del sometimiento y martirio de poblaciones enteras, que eran adosadas por la fuerza al capitalismo mundial. Las tasas de ganancia media se fueron configurando nacionalmente, proceso que, en su propio nacimiento, se fue modificando hacia una perspectiva internacional, inclinación que fue producto del capitalismo monopolista de Estado. Pero cuando el reparto del mundo culminó, y sólo era posible barajar y dar de nuevo, es decir volver a “repartir” lo ya obtenido, se llegó al techo limitante del capital. Además, las tensiones de las guerras de rapiña y luchas de liberación generadas en las luchas de clases del proletariado y los pueblos, significarían crecientes obstáculos para el sostenimiento del sistema.
La exportación de capitales fue favoreciendo la concentración y fusión de capitales con distinto origen, constituyendo capitales transnacionales sin ningún tipo de apego nacional. Los Estados nacionales fueron superados por las decisiones tomadas en los despachos de grandes monopolios con valores superiores a los productos brutos de varias naciones.
El propio capitalismo monopolista de Estado se fue constituyendo en el obstáculo institucional para la unidad mundial de los monopolios ansiada y deseada por los apologistas del capitalismo. En medio de la debacle actual, hay una fuerte tendencia a la restauración de fronteras comerciales, imposición de aranceles, tendencias separatistas, en donde destaca el brexit, etc., contradictoria a la existencia del mercado único mundial y a los propios capitales financieros transnacionales, que hoy superan a la existencia misma de los Estados Nacionales, confirman lo expresado y hace más irracional al sistema.
Pues la tasa de ganancia nacional no puede hacerse valer en un mundo globalizado en donde es imperante una tasa de ganancia mundial regida por el funcionamiento de los monopolios transnacionales y, a la vez, contrarrestada por la existencia de un desarrollo desigual y las subsistentes realidades nacionales. En medio de un capitalismo en su fase imperialista, en descomposición, moribundo…¿es posible acaso una especie de organismo estatal mundial que regule el juego? ¿Es tal vez posible una unidad mundial de monopolios para el desarrollo de un solo mercado global? Está claro que, a la luz de lo que ha pasado y pasa en el contexto mundial, eso no es más que una utopía producto sólo de mentes burguesas ambiciosas de perpetuar un sistema que ya no resiste su propia existencia.
Las contradicciones insalvables y destinadas a profundizarse en el propio mecanismo de reproducción del capital, son irremediablemente aumentadas y llevadas a extremos por sus propias leyes de funcionamiento autodestructivas y a la propia lucha de clases en donde el proletariado y los pueblos laboriosos reclaman su parte en la torta productiva, debilitando aún más al vetusto sistema.
Las luchas de clases en cada nación contribuyen al crecimiento de las tensiones mundiales y viceversa, al tiempo que la voracidad infinita de los monopolios, atenta contra la estabilidad mundial y hace aún más imposible algún acuerdo, intento de eliminación de aranceles, establecimiento de reglas iguales o uniformidad comercial. El capital financiero se debate entre una competencia de pares cada vez más violenta al tiempo que las luchas de los pueblos arrecian.
Los problemas del funcionamiento del capitalismo en su fase imperialista no se resuelven con acuerdos políticos supuestamente racionales entre burgueses, ya que son imposibles concebirlos en un sistema irracional. A esas razones centrales se deben los fracasos recurrentes de las convenciones mundiales de la oligarquía financiera mundial, en Davos, OMC, UE, ONU y cualquier organismo que intente reglar el comportamiento del capital financiero.