La gravedad de la situación que está padeciendo nuestro pueblo, producto de todas estas políticas emanadas de lo más concentrado del poder mundial, la oligarquía financiera, ponen en blanco sobre negro como nunca antes el carácter imperialista de la actual fase del capitalismo que estamos atravesando. Y con ello, también el destino y sentido inminentemente político de cualquier tipo de expresión de lucha y protesta generado a diario por la clase obrera y el pueblo.
Tal planteo nos coloca en una situación que nos obligada a elevar la mirada de las necesidades más urgentes y fundamentales en la actual etapa, que desde ya, trasciende al gobierno de turno de los monopolios que esté.
El hecho que las propias leyes de la burguesía se les haya transformado en una traba para sus negocios y ganancia, termina colocando a su propia democracia representativa y su verdadera funcionalidad en una entelequia. Es decir, necesitan llevar adelante reformas que no tienen cabida en el juego legislativo y judicial, donde inevitablemente están obligados a violar las reglamentaciones que “ordena” la famosa república burguesa y su mentado “estado de derecho”. Donde si no lo hacen a sangre y fuego, asesinando y encarcelando es porque no tienen la fuerza política para hacerlo, lo cual no implica que estemos ante el más vil de los autoritarismos.
Donde tal autoritarismo se va a ver expresado -entre otras cosas- en la actitud impune de cómo asumen los monopolios las medidas que necesitan, si estas no pueden avanzar por la aprobación jurídica que les da los poderes del Estado.
Pero no solo son el poder Ejecutivo, el parlamento o el poder Judicial las herramientas que los monopolios poseen, que les permite la impunidad; tienen un recurso invalorable para sus fines explotadores: la burocracia sindical. Verdaderas mafias, con status gerenciales en las empresas, que como el camaleón se van disfrazando, donde los gobiernos pasan, pero ellos quedan.
Esa es una de las herramientas que más le ha servido a este gobierno para llevar adelante las medidas económicas y políticas que le permitieron avanzar en la reducción de la salarial y la flexibilización laboral de facto. Verdaderos artistas de la mentira, donde recostados sobre los pretextos de las crisis económicas con los planteos “la mano esta brava, hay que cuidar el laburo”, juegan un papel determinante en la extorsión a los trabajadores.
En el plano nacional se plantearon la necesidad del diálogo y no movieron un dedo, y en el plano particular se encargaron de jugar al policía (como hicieron toda la vida) trabajando para intentar desmantelar todo tipo de organización de los trabajadores que se para desde los intereses independientes de la clase obrera.
Por otro lado, con el claro afán de enriquecerse o de mantener su estilo de vida y el pretexto de su proyecto sindical, terminaron siendo -al igual que los partidos políticos de la burguesía- expresión de tal o cual interés, de una u otra facción de los monopolios.
Es decir, si bien no estamos afirmando nada nuevo, es preciso tener presente que tales prácticas burocráticas terminaron constituyéndose en una cultura dominante en el sindicalismo, contagiando así las prácticas de sectores denominados de izquierda o progresistas, que en las disputas por mantener los cargos cayeron en el mismo juego corporativo, se mimetizaron y con un discurso “popular», donde es imposible sostenerse sin sentarse a negociar con la burguesía y atacan a la burocracia con palabras pero ejecutan sus métodos en los hechos. Formas varias, pero la esencia es darle la espalda al protagonismo de las masas, negando en la práctica la democracia directa, teniendo todo armado para sus discursos ya pre establecidos, donde el fin termina siendo la especulación electoral.
Pero también, todas estas prácticas niegan la sociabilización de la producción y van a contra pelo de la practica social de la producción, donde -como diría Marx- “la practica social, genera conciencia social”, siendo esta una de las premisas fundamentales que ponen en un plano principal la contradicción de carácter antagónico entre las prácticas sindicales burocráticas y las aspiraciones consientes e intuitivas de la clase obrera de un nuevo sindicalismo de carácter revolucionario. Donde lo preponderante de la práctica de la organización masiva de los trabajadores son las metodologías inherentes indefectiblemente a un proyecto político revolucionario y liberador, que destrone a la burguesía del poder y destruya su Estado para sustituirlo por un Estado revolucionario.
Es por esto que hoy la lucha contra la burguesía en la defensa de derechos y por conquistas, es esencialmente también anti-burocrática. Es la única manera que la clase obrera destrabe este tiempo histórico para pasar a ser la clase protagonista de un proyecto liberador de todo el pueblo, hacerse de su propia organización independiente. Hoy para la lucha y romper para siempre que el sindicalismo no puede ser jamás una asociación del capital y el trabajo traducida en el derecho burgués.