Enclavado en plena época del Capitalismo Monopolista de Estado, la dominación del capital monopolista se ha globalizado a escala planetaria y la configuración del mundo se cristaliza a imagen y semejanza de la trama de sus negocios y sus guerras por la dominación y las ganancias.
En esta época nuestro país es parte integrante de todo este escenario inevitable en el que ha devenido el sistema capitalista: la productividad, la reducción de salarios y el ataque a las libertades políticas de los trabajadores en todo el mundo también son la “marca insustituible” de la generalización de estas condiciones del régimen capitalista. Las grandes ganancias y la concentración no pueden existir sin los exacerbados niveles de explotación a escala global y a expensas de una mayor proletarización. Aquellas condiciones de dominación no pueden existir sin sostener estas condiciones de vida.
El Estado está en consonancia con estas premisas. Su papel como órgano de clase al servicio del capital expresa la profunda subordinación del mismo a sus diversas facciones en lucha por la ganancia monopolista a escala mundial. Lejos de defender los “derechos de la nación” o “la soberanía”, “el bienestar y la salud pública”, el Estado capitalista con sus gobiernos de turno, se va encargando de desmoronar una a una todas aquellas trabas políticas y económicas que representen un escollo para los negocios multinacionales.
Todo aquello que impide arremeter en favor de sus intereses políticos y económicos es atacado por el Estado y por la cofradía de gobernantes que ocupa el gobierno en cada momento. Más todavía, la trama mentirosa y falaz de la democracia burguesa, con su andamiaje político, con su juego de partidos burgueses, de organizaciones sindicales -incluidos el sistema electoral- encubren todo ello.
No solo están en función de sostener este régimen social, sino que dan lugar al libre juego del capital monopolista a expensas del empeoramiento de las condiciones de trabajo y de vida de millones.
Recordemos sino las ventajas a las corporaciones mineras a cielo abierto, los intentos de las leyes anti glaciares, las grandes contribuciones y facilidades a Monsanto y la instalación del agro negocio, los acuerdos con Chevron en Vaca Muerta entre otras tantas políticas que el gobierno K contribuyó a viabilizar en concordancia con los intereses monopolistas.
La instalación definitiva del impuesto al salario y su instrumentación fue una medida en función de la reducción salarial en misma sintonía con la cantidad de devaluaciones y tarifazos que el señor Kicillof implementó desde el ministerio de economía. La llamada paz social, instrumentada en función del juego electoral, es otro «aporte» a este escenario.
No menor es la “contribución” del macrismo a las necesidades de los monopolios y de libertad de negocios a expensas de los trabajadores y el pueblo.
En un escenario de agravamiento mundial de la crisis estructural capitalista, donde la cruenta concentración del capital es la realidad de todos los días, el macrismo -como otra expresión de tales negocios e intereses globales del capital monopolista- ha consolidado la reducción de los salarios vía devaluaciones e inflación, el quebranto de las libertades democráticas, la profundización del ajuste, tarifazos y abandono de la salud y educación públicas… El cuadro de despidos y extorsión a los trabajadores se ha vuelto un medio para su mayor opresión, en función de avanzar en la productividad. Al mismo tiempo, las jubilaciones corren la misma suerte que con el gobierno anterior: son ínfimas.
Los grandes negocios agroindustriales, la producción petrolera y gasífera en Vaca Muerta, el litio en Salta, Jujuy y Catamarca y -al mismo tiempo- los llamados acuerdos con la EU (Unión Europea) que serán viables con la implementación de la flexibilidad laboral y las reformas tributarias, además de una serie de condiciones de represión que como gobierno del capital han venido implementando.
Más allá del juego electoral, en donde buscan diferenciarse mutuamente frente al electorado, sus políticas y sus conductas no hacen más que identificarlos como parte de una misma clase.
La campaña electoral que se desenvuelve en nuestro país es ajena y a contrapelo de las necesidades de los trabajadores y el pueblo. Es un fiel reflejo que el escenario de disputas interburguesas está detrás de todas sus alocuciones. Montones de frivolidades políticas inundan los medios intentando esconder un cuadro social cada vez más extenuante para la amplia mayoría de nuestro pueblo, y a pesar de ello, sigue girado la maquinaria electoral frente a un pueblo que intuye que la resolución de los problemas pasan por otro lado, inclusive si castigan a uno votando a otro o si no votan, o si votan al «menos malo».
Las promesas de salarios justos, de trabajo digno, de ordenamiento, de modernidad del Estado que unos u otros vociferan con facilidad y sueltos de cuerpo, más todo el palabrerío y las críticas mutuas, más toda la parafernalia mediática, no da lugar a dejar de lado –claro está- la defensa del régimen capitalista.
Y aunque a esta altura del propio desarrollo del régimen, con las agudas contradicciones expuestas socialmente, no tienen nada bueno que mostrar, ellos se las ingenian para intentar generar alguna simpatía electoral, frente a tanta apatía y desconfianza política de parte de nuestro pueblo.
Según Cristina Fernández «Esto es un régimen no capitalista donde la gente no puede comprar lo que quiere o la cantidad de cosas que quiere. Durante nuestra gestión los supermercados rebosaban de mercadería de primeras marcas. Ahora aparecen y proliferan marcas la pindonga o cuchuflito, que nadie conoce»… Lo dice alguien que estuvo al frente de una gestión que ha sido un medio muy eficaz para la concentración monopolista, cuando los resultados de acción de gobierno al servicio de los monopolios se traducen en grandes negocios que esas mismas corporaciones realizan a costa de la clase obrera. Más aún, por obra y gracia del actual gobierno de los monopolios, las corporaciones no sólo tienen las ventajas de producir con salarios bajo aquí, sino también, aprovechar las ventajas de producir con salarios bajos en otras regiones y realizar el negocio fuera de las góndolas locales a precios internacionales, inasequibles para el bolsillo de millones.
Eso es el capitalismo monopolista, es el mundo actual, el mismo que todos los políticos burgueses defienden, pero más agravado por la crisis estructural y más expuesto frente a los pueblos.
Pero la hipocresía burguesa es ruin y ve el “consumo de los pobres”, como el mal a corregir; con lo cual, lo único que está planteando en ese tipo de comentarios es cambiar el lugar donde esas mercancías producidas con bajos salarios van a ser adquiridas. Lo que en buen castellano significa nuevos negocios del capital monopolista a expensas de una abrumadora explotación asalariada.
Cambiar la ignominia y el fraude electoral no es la salida. Lo que hay que cambiar es el sistema que lo sustenta y el modo de producción que le sirve de base, que son las condiciones materiales sobre las que se levanta todo este régimen inhumano.
Tal es el contenido y la necesidad de una revolución social. Mientras el poder político y económico concentrado en manos del capital monopolista domine todos los resortes de la producción, de la distribución y del consumo, nada de ello va a cambiar. Pasarán los gobiernos a su servicio y el régimen capitalista (aun a la luz de todo su mal) seguirá haciendo su fiesta a expensas de la explotación y la subordinación de los pueblos a sus intereses.
La revolución social implica no sólo liberarse de las cadenas sino también de la clase social que manejan esas cadenas que nos esclavizan. Es decir, la lucha por el poder también es la lucha por la libertad, que implica la construcción de una sociedad socialista.