La burguesía sabe muy bien cuál es su talón de Aquiles, y en ese terreno tiende de forma permanente a hacerle creer al pueblo trabajador que la «ideología» es algo oscuro… casi una mala palabra. Sin embargo, la humanidad padece hoy la etapa más dolorosa y compleja que haya conocido en toda su historia, y vaya si eso tiene que ver con la ideología burguesa!!!
Un sistema social que toca las puertas de su colapso total, cruel y despiadado, el capitalismo monopolista de Estado trasnacionalizado (en un estadío anárquico, virulento) ha sido capaz de generar un sinnúmero de contradicciones que estallan geométricamente cada día, cada hora, cada minuto, trastocándolo todo permanentemente, creando una relación del hombre con la naturaleza que frena e imposibilita que se realice en su razón de ser, que en última instancia es la vida socialmente feliz, en la permanente e infinita búsqueda de desarrollarse, mejorar, investigar, avanzar en nuestra relación armónica con la naturaleza por lo que nos da y por lo que le devolvemos. ¿O, qué entendemos por la libertad del hombre ?
La actual etapa del capitalismo exacerbó a tal punto la explotación del hombre por el hombre, e hizo de la ganancia el más preciado de sus dogmas, que colocó hoy a la burguesía a milímetros -nada más- del abismo.
El resto lo debe hacer la Revolución. Es la gran tarea de los pueblos. Por ello en este mar de contradicciones, el primer deber de los revolucionarios es tener bien en claro la caracterización de los tiempos que vivimos, contemplando una premisa fundamental y principal: la lucha de clases, y en ella, la lucha por el poder, parados contra viento y marea desde la clase transformadora, la clase obrera: el proletariado.
Y esto no tiene nada que ver con el dogmatismo de la burguesía, esas redes que nos encierran haciendo de la ideología un principismo, una religión. Porque lo primero que nos enseña el pensamiento científico marxista leninista es que analizar la realidad es para transformarla.
Para derribar esos muros hacen falta más que histéricas declamaciones buscando un lugar en los Parlamentos burgueses, incapaces de mover tan solo un granito de arena de semejante pared. La lucha revolucionaria, la política revolucionaria, es lo que le genera a la burguesía las contradicciones que la desesperan, que la atemorizan, que la pierden. Ellos van a contrapelo de la historia, es cierto, pero no les queda otra salida que seguir en ese camino, aunque eso genere una profundización de la lucha de clases.
La ideología del proletariado se asienta en la acción, que es la política y la conducta política del partido revolucionario, marcando un camino que tiene como objetivo el triunfo de la revolución, la destrucción del Estado de los monopolios, la desaparición de la explotación del hombre por el hombre. Parados en este plan, si hay algo que no hay que hacer es desvirtuar la relación entre ideología y política.
Algunos, con ropajes de «izquierda» (que tanto mal hacen al proceso revolucionario), su primer acto reflejo frente a cada organización genuina del pueblo, es coparla e imbuirla de un electoralismo visceral. Y lo único que hacen es alejar al movimiento de masas de una alternativa real, aportando más confusión y desprestigiando la revolución que dicen sostener. No son suficientes las declaraciones cargadas de verborragia anticapitalista, no sirven.
Mientras tanto, los revolucionarios seguiremos embarrándonos en los problemas políticos que lleven a una acumulación de fuerzas en beneficio de los intereses de la clase obrera, sin poner nunca el carro delante del caballo. Y es ahí en dónde se encuentra la ideología materializada, es decir, en la política. Cuanto más confiamos en la política y la llevamos a la práctica, más nos alejamos del dogmatismo y comprenderemos a fondo la capacidad inagotable del movimiento de masas en lucha. Diría Marx: “Los individuos son tal y como manifiestan su vida”. Con la lucha de clases pasa algo similar: depende qué intereses de clase se representen y así será -en última instancia- la política que se lleve adelante.