Los ejes políticos e ideológicos que bajan desde las alturas con artículos, notas u opiniones están adecuados a los tiempos que se viven. Sin embargo, no dejan de ser más de lo mismo. Por ejemplo, no es casual que se apele a comparaciones con las épocas posteriores a la 2° Guerra Mundial u otros flagelos históricos en que la humanidad se vio sumergida, o a otros escenarios de crisis recientes para tratar de demostrar que las perspectivas futuras son de un reanimamiento y posterior solución a los males que aquejan al mundo.
A tal punto que se afirma que una vez pasado el pico de la pandemia la situación habrá de ir revirtiéndose como en China. Según esto, se muere el virus y se acaba la crisis. Entremezcladas con esta falacia se pueden permitir incluso mencionar algunas de las consecuencias sociales económicas y políticas para millones de trabajadores y pueblos, producto de esta crisis, pero cuidándose de decir cuáles son las verdaderas razones de las misma. Se ocultan y contrabandean las mentiras más deliberadas para tratar de salvar la mala prensa del propio sistema capitalista. Si aun a pesar de las cifras y ciertas consideraciones son renuentes a considerar las causas que han generado la crisis, los flagelos y las guerras, con sus secuelas de destrucción, también lo son al considerar la presente situación que atraviesa el mundo.
La defensa a ultranza del sistema requiere de las renuencias, de los ocultamientos, de los disfraces y de las mentiras más falaces para tratar de mitigar el escenario de la lucha de clases que ha venido surcando todos los continentes y que preocupa como ningún otro al poder monopolista globalizado en las condiciones actuales. Tales luchas, independientemente de su diversidad, son en su esencia contra las mismas consecuencias funestas que el régimen capitalista ha generado. La razón de ser de la crisis política es consecuencia de las demandas de los trabajadores y los pueblos del mundo por la propia crisis estructural.
En sus análisis reconocen incluso los procesos recesivos, la destrucción de los mercados, las caídas de las bolsas, los procesos inflacionarios, las guerras comerciales y no pueden evitarlo. Pero ensombrecen la lucha de clases y con ello la crisis que los abarrota. Por tal razón el ocultamiento y el contrabando más deliberado es que la crisis es producto del COVID-19. Por medio de esta y otras tantas falacias y de las medidas restrictivas impuestas por la cuarentena se intenta poner al propio Estado burgués y sus instituciones “representativas”, fieles servidores de los monopolios, como el responsable más serio y efectivo para enfrentar este “enemigo invisible”.
En paralelo, con la defensa a ultranza del capitalismo y sus grandes negocios globales, los ideólogos de todo cuño apelan -en una nueva vuelta de tuerca- a confiar en el Estado burgués y en la moral de sus gobernantes. La receptividad de este discurso se orienta a toda la sociedad y aun a pesar de los miserables paliativos económicos otorgados como ayuda, el gobierno impulsa una política de “arréglense como puedan”. Tal es el escenario que la amplia mayoría de los trabajadores, demás sectores asalariados y el pueblo debemos enfrentar este escenario creado por ellos.
A contrapelo de su moralidad, las políticas de Estado son un fiel reflejo de los intereses que expresa.
La subordinación a los monopolios y sus negocios no implican -por ejemplo- la producción de respiradores que se necesitan de forma imperiosa para enfrentar al corona virus. Solo implica un discurso moral que no resuelve nada, siendo más repulsivo todavía por el hecho que la plata para encarar este tipo de soluciones está, como también está para proveer toda la serie de necesidades sanitarias para enfrentar los enfermos del virus, del dengue, la malaria, el sarampión, la tuberculosis y también el hambre. Que están tanto o más presentes y desde hace años que el COVID-19 en varias regiones de nuestro país, donde “la presencia” del Estado deja ver nítidamente la secuela de miseria y fallecimientos.
Esta conducta frente al pueblo no implica el abandono de los negocios. Por el contrario. A la par que las siderúrgicas siguen trabajando a ritmos infernales y en los puertos desde Villa Constitución hasta Timbues la labor febril de carga y descarga está a toda máquina con el riesgo que tiene para los trabajadores, en estas semanas de cuarentena se han abrochado varios negocios con diversos conglomerados multinacionales en materia de transportes, minería, energía, comercio exterior y finanzas, donde se ventilan nuevos marcos de concentración y ganancias. Negocios que en este escenario de crisis y al amparo de este virus implican más ajustes, más inflación y reducción de salarios. Y claro está, más extorsión y explotación de la clase obrera.
Sin embargo, sus mentiras y falacias, sus argumentaciones de clase, más allá de la diversidad de matices de unas u otras expresiones de los diversos intereses del capital monopolista, se subordinan a la defensa del capitalismo y de su instrumento de dominación y represión: el Estado a su servicio.
Las apelaciones a la “confianza” en los monopolios y al Estado a su servicio desnudan que las perspectivas no son halagüeñas y que la crisis política está presente con un gobierno insulso y mentiroso complicado por sus engaños frente a un pueblo que esta asqueado de tanta mentira.
Por abajo se intuye que esto es así. No porque lo diga la prensa burguesa sino porque se vive en carne propia. La experiencia de años de convivir en estas condiciones ha generado en nuestro pueblo la madurez de prever que las circunstancias por venir requieran de mayor comprensión de lo que ocurre para saber cómo encarar las soluciones. Es decir, la necesidad de adoptar la ideología revolucionaria, la ideología del proletariado. Partimos desde ya (y esta es la premisa fundamental del marxismo) que las soluciones están en nuestras manos, en los trabajadores y el pueblo, que ellas pasan por una revolución social.