Cuando estallaron las insurrecciones en Egipto y Túnez, derrumbando sendos gobiernos, los intelectualoides “demócratas” argentinos se llenaban la boca aclamando que habían caído las dictaduras, y como los conflictos se extendían en todo el Medio Oriente le pusieron el mote a esas democracias burguesas de “cleptocracias” (democracias basadas en el poder del robo).
Lo que la burguesía no puede comprender, y aún no sabe lo que está pasando, es que aquellos alzamientos fueron de la mano de la lucha por la libertad y una vida digna. Asombrados estaban los mimos intelectuales, que no tuvieran aquellas luchas un carácter fundamentalista religioso o nacionalista.
Lejos están esos analistas de comprender o aceptar, y más tarde admitir, que la lucha de clases es la que mueve los engranajes de toda la vida humana en este sistema dividido en clases; y que lo que une, por un lado, y divide, por el otro, son precisamente los intereses de clase que superan todos los intereses “nacionales” o manipulaciones religiosas.
Las multitudinarias movilizaciones y manifestaciones de los nuevos indignados de Israel en contra del gobierno y las políticas económicas que asfixian a la población, rubrica las afirmaciones de que cuando la lucha de clases se tensa hace volar en mil pedazos las mentiras que por años subyugan a los pueblos.
Muchas máscaras se caen, y también arrinconan políticas guerreristas asentadas en algunos consensos, como en este caso, cuando el Estado de Israel se aprestaba a inventar nuevas guerras a las puertas del reconocimiento de las Naciones Unidas del Estado Palestino.
La lucha de los pueblos en el mundo se acrecienta. Las crisis políticas del capitalismo en su fase imperialista se profundizan, al grado que cuando quieren tomar medidas de carácter drástico para salir de la crisis se paralizan, pues ya los pueblos no están dispuestos a tolerar más esta vida y encuentran en la lucha la esperanza cierta de que esto tiene que cambiar.