La independencia que necesitamos


Se cumplen hoy 206 años de la declaración de la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata de la monarquía española.

Decisión tomada en lo formal por el Congreso de Tucumán, pero que contiene toda la acumulación de la lucha de mujeres y hombres del pueblo deseosos de nuevas formas de organización y de vida, acorde a sus necesidades reales. Enfrentados a un modelo atrasado, vetusto, desbordado por el desarrollo creciente de las fuerzas productivas y de las revoluciones burguesas que le disputaban el poder al antiguo régimen prácticamente en toda Europa.

Un continente en el que hacía tiempo resonaban las ideas de la libertad, asociadas justamente a las necesidades de la clase revolucionaria del momento. Resumiendo en exceso, esas ideas de libertad e igualdad, estandartes de la Revolución Francesa y plasmadas en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, son la envoltura de la necesidad de conquistar la libertad para comerciar, para hacer negocios, resultantes del empuje de la historia.

Por supuesto, esa influencia iba a llegar a las colonias americanas, atadas con diferentes y variados lazos a las metrópolis, algunas en decadencia (España) otras en franco ascenso (Inglaterra).

Hoy, como cada 9 de julio, se festejará el Día de la Independencia, se cantará el Himno Nacional, se recordarán en los medios masivos hechos puntuales, recortados, manipulados, de nuestra historia.

Aparecerán en la palestra los próceres (muchos de los cuales merecen quizá toda nuestra admiración) pero rara vez se recuerda que estos no son sino la expresión de la lucha colectiva, del empuje del pueblo y de las masas que se organizan para pelear por sus necesidades, frente a la explotación y al despojo, a la esclavitud y al hambre, que en aquellos tiempos imponía el imperio español en las colonias.

Ahora bien, detrás de toda esta parafernalia se acumulan décadas de trabajo ideológico de la clase dominante, que ha instituido a sus héroes y ha logrado imponerlos en el conjunto social, recurriendo a «principios», a ideas y a elementos manipulados de la historia que, como todo el mundo sabe, la escriben los que ganan.

De este modo, concepciones tales como el nacionalismo, la «defensa de los intereses de la Patria», los valores «occidentales», y expresiones por el estilo, (dicho esto, ahora, en términos generales) son utilizadas como elementos de combate en la lucha ideológica que la burguesía sostiene contra la clase obrera y el pueblo. Y se trata de elementos poderosos que es preciso desmenuzar, y pulverizar.

Así, nos enseñan desde que iniciamos nuestro recorrido en las instituciones educativas los nombres y las historias lavadas y tergiversadas de los padres de la Patria, de los héroes de la Independencia, de los hacedores de la Nación.

Pero sabemos muy bien que ya en la mismísima Revolución de Mayo (antes, en realidad, porque no deberíamos olvidarnos, por ejemplo, de la Revolución de Chuquisaca y La Paz, en 1809, primer grito libertario de América) se comenzaba a dirimir el enfrentamiento entre dos modelos de país: uno que acompañaba las ideas de progreso económico y desarrollo industrial de la Nación, que alimentaba la idea de una América unida al sur del Río Bravo, y otro que se aferraba al Imperio en decadencia, el que quería sostener sus privilegios, que en definitiva y luego de las guerras civiles se va a terminar imponiendo.

En suma, se dirimieron intereses entre sectores añejos de la herencia hispana, y la pujanza de las ideas modernas provenientes de la Revolución francesa, necesarias para los cambios económicos del momento histórico. Y ya unas pocas décadas después, estamos hablando de una Nación hecha a la medida de los intereses de las nuevas oligarquías provinciales y la aristocracia porteña.

Tal fue el proyecto del Estado Nación de Mitre, Avellaneda, Roca, Alsina, y otros «virtuosos» personajes que despreciaban profundamente a los sectores populares y a los pueblos originarios, representantes de la clase dominante que apuntaba a que Argentina se insertara en el mercado mundial como proveedora de materias primas y alimentos, con el modelo agroexportador. En suma, el aparato político del Partido Autonomista Nacional. Pero damos por sentado, más allá de cierto revisionismo histórico también muchas veces manipulado, que así son las cosas, que así fue la historia, y que los héroes no se tocan ni se cuestionan.

Entonces, recordamos en el calendario oficial a diferentes personajes de la historia y toda una serie de hechos trascendentes que, con diferentes matices y proyectos de país ( muy diferentes por cierto), apelaron siempre a esa idea del nacionalismo, que resulta muchas veces completamente discordante con los intereses de la clase oprimida y explotada.

El nacionalismo, en este sentido, puede resultar un arma de doble filo, y debemos ponderar la aplicación del concepto, analizar y contextualizar. Nadie va a dudar de que la idea de Nación independiente fue, entre otras, la que decantó de la necesidad y derivó en definitiva en los movimientos revolucionarios que desembocaron en el 9 de julio de 1816.

Pero el nacionalismo, aquí y en todo el mundo, ha sido muchas veces un recurso fenomenal al que apeló la burguesía con fuerza, para dividir a los pueblos, para combatir al movimiento obrero, para desterrar las ideas revolucionarias.

Claro ejemplo de ello es lo que ocurrió en las revoluciones de 1848, la Primavera de los Pueblos (oleadas revolucionarias que acabaron con la Europa de la Restauración). En esos movimientos revolucionarios burgueses de Europa, la clase obrera se hace presente como fuerza social, y el nacionalismo fue utilizado como herramienta por la burguesía (que buscaba afianzar en ese momento su dominación, en lucha revolucionaria contra el antiguo régimen y la Restauración monárquica) para ahuyentar a cualquier fantasma socialista y de gobierno obrero.

Tal era el temor que tenían, que recurrieron entonces a las guerras entre los pueblos, con tal de sostener su lugar como clase en el poder.

Y esa idea maravillosa para sus intereses, (el nacionalismo utilizado en este sentido, y sacado a relucir en fechas tan importantes como la de hoy) hoy alimenta los más ridículos relatos en nuestro país, cuando con los recordatorios de las efemérides de los «patriotas» y las fechas importantes, se encolumnan detrás de la «soberanía energética» de la YPF «nacional», de la «soberanía alimentaria» que se pretende defender intentando la «nacionalización» de Vicentin, o marchando para defender la llamada Hidrovía, que debe ser «nacional y popular».

Cosas que solo existen en las mentes extraviadas o mal intencionadas de quienes sostienen semejantes posiciones “independentistas”. Pretenden de ese modo acallar la protesta social, que el nacionalismo se imponga como idea para combatir posibles formas de organización obrera y popular que se plantan para defender los intereses de su clase.

Por eso, volviendo a la cuestión de los feriados y los festejos oficiales, no se recuerda ni se hace mención en el aniversario de Ernesto Guevara, de Mario Santucho, de Agustín Tosco, todos argentinos si vamos al caso, protagonistas de importantes procesos históricos, todos luchadores que valoraron el poder de las masas y del colectivo, y no el supuesto heroísmo personal, como si el progreso de la humanidad y los derechos conquistados fueran un logro individual y no el de la lucha de clases. No estamos apelando al reconocimiento de los calendarios oficiales.

En definitiva, estamos  hablando de la independencia que necesitamos.

206 años después, el 90 % de las y los trabajadores vivimos por debajo de la línea de pobreza, millones de compatriotas no pueden pagar un alquiler, las corridas cambiarias, la especulación financiera, la explotación por parte de la burguesía rapaz, se comen día a día el ya de por sí el magro salario que percibimos.

La independencia real, la que debemos conquistar, es la independencia de clase, que nos encamine a modificar esta realidad hecha a la medida de una burguesía en decadencia, decrépita, envuelta en enormes contradicciones políticas, y que va a contramano del avance de la historia. No olvidemos eso, este 9 de julio.

Sólo una Revolución Socialista logrará conquistar esa independencia, que se encamine a cambiar de manera radical las condiciones de vida de nuestra clase obrera y el pueblo trabajador. Como decía Walsh, la burguesía se empeña permanentemente en desconocer la historia de las luchas obreras y populares.

Por eso inventa sus ídolos, símbolos petrificados de la historia, cuya persistencia sigue siendo utilizada como tapón para contener ese profundo odio de clase que se gesta desde abajo, y que requiere de unidad y organización para expresarse e imponerse.

Es nuestra tarea, es la tarea del proceso revolucionario.

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