El PTS ha lanzado hace unos meses una serie de publicaciones donde analizan el entramado productivo en el AMBA. Recientemente han publicado una versión modificada del mapa de distribución de asalariados y empresas en el territorio del AMBA, cuya base de datos original elabora la el Ministerio de Economía.[1] En este artículo nos proponemos analizar la metodología y conclusiones del PTS.
El primer artículo de la serie se titula “¿Dónde golpear al capitalismo en el AMBA?”.[2] En primer lugar, saludamos que el PTS se pregunte cómo golpear al capitalismo, y que pretenda hacerlo desde el estudio objetivo de la matriz económica. Las principales conclusiones del artículo mencionado llevan a señalar la importancia de golpear la producción y distribución de mercancías, los puntos neurálgicos de las cadenas de valor -que ellos denominan “puntos de estrangulamiento”- y a entender que, con el método del just in time, la paralización de una empresa de mediana envergadura puede llevar a un corte extendido en la cadena de suministros. Por último, saludamos que mencionen la huelga política de masas, es decir, el método insurreccional, como la forma… no digamos de toma del poder político, porque no se animan a hablar de revolución abiertamente, pero sí “como un crecimiento de la actividad y la organización que apunte a cuestionar el poder de la clase dominante.”[3]
Queremos partir de lo positivo, porque todo avance en el estudio y comprensión de la distribución de fuerzas de la clase obrera, constituye un patrimonio para la clase, y hay que reconocerlo. Ahora ¿Dónde está el problema en la serie de investigaciones del PTS?
El artículo arriba citado, arranca con mal paso al afirmar que:
“La estructura económica argentina se caracteriza por ser dependiente y atrasada. Existe un peso importante del capital extranjero, principalmente en ramas estratégicas que cuentan con cierto grado tecnológico y ligadas a la exportación o al consumo masivo. Basta mirar el peso de las empresas trasnacionales en la industria automotriz, en las exportadoras o en las alimenticias.”
Desde una posición de clase, cualquier trabajador se preguntaría ¿En qué me afecta a mí que mi patrón sea un burgués con DNI argentino o con pasaporte extranjero? ¡En nada! Pero además de eso, al escudarse bajo el problema del capital extranjero como sinónimo de “atraso” se recurre a un argumento muy esgrimido por el progresismo de todo color: la actual configuración del sistema capitalista, a nivel global, implica la trasnacionalización del capital, lo que significa que éstos no tienen “patria”, ni se los puede referenciar con un país de origen. Basta tan solo colocar ejemplos como el de la General Motors, que produce y vende en China más unidades que en el propio EEUU; o como el de Glencore, que comparte negocios con bancos suizos, al tiempo que es accionista de Rosneft (la petrolera “estatal” rusa), de manera compartida con el fondo de Qatar, siendo a su vez uno de los principales acreedores del gobierno de Venezuela, cuestiones éstas que no impiden que el presidente del fondo de inversión, Larry Fink, sea miembro del Partido Demócrata estadounidense, llegando a sonar inclusive como candidato a secretario del Tesoro. Esta trasnacionalización del capitalismo no tiene nada que ver con niveles de “atraso” que el PTS da por sentados, repitiendo el mismo libreto que la izquierda viene cantando hace años.
Pero la cosa no termina ahí. Al decir que el peso de las empresas extranjeras determinan ese supuesto atraso, terminan otorgándole a una supuesta “burguesía nacional” un proyecto político propio, una vía alternativa a la superación de ese “atraso”.
Otro aspecto importante es el referido al tamaño de las empresas. En el mismo artículo se afirma que:
“el 70 % de la producción industrial de la provincia de Buenos Aires es realizada por el 37 % de las empresas del país.”
Para empezar, la economista que escribe el artículo no hace ninguna referencia al origen del dato ¿De dónde lo sacó? Entiéndase, se trata de un problema metodológico importante, porque se está afirmando que el 37% de las empresas industriales concentran el 70% de la producción, un dato que contrasta de manera severa con el obtenido por nosotros en base a cálculos de la Encuesta Nacional a Grandes Empresas, donde para el año 2018 el 52,80% del Valor Agregado Bruto sectorial estuvo concentrado en tan solo 270 empresas, lo que constituye menos del 0,5% de las empresas manufactureras en el total país.[4] Por otro lado, considerando el volumen de mano de obra, para 2020 fueron solo 1.781 empresas (3,4% del total) quienes emplean el 53,63% del total de la fuerza de trabajo.[5] Como se ve, estos porcentajes están muy lejos de constituir el “37% de las empresas del país”, como afirma la nota del PTS.
Ojo, esto no quiere decir que la información brindada por los autores sea incorrecta –aunque todavía deben justificar de dónde extraen el dato- pero su exposición en lugar de aclarar confunde, porque diluye la concentración del poder económico al englobar un universo mayor de empresas que no ilustran absolutamente nada.
En otras palabras, nuestro dato de concentración económica es muchísimo mayor que el informado por el PTS. Y este no es un tema menor, porque de los niveles de concentración económica se determinan los famosos “puntos de estrangulamiento” que ellos mismos se proponen estudiar. El problema es simple, si se aceptan nuestros niveles de concentración económica indefectiblemente se llega a la conclusión de que la pequeña y mediana industria no tienen ningún peso determinante en la economía y, por lo tanto, tampoco se puede hablar de “atraso” en términos capitalistas ¿O acaso empresas como Unilever, P&G o Toyota invierten en Argentina con capital fijo de la década del 50? ¡No! Invierten con la tecnología media que utilizan a escala internacional, necesitan hacerlo así porque sus estándares de productividad no son “nacionales” sino trasnacionales, al igual que las cadenas de valor y la composición misma de capital…
Ahora, antes de detenernos en las conclusiones políticas, echemos un vistazo al artículo recientemente publicado como “Informe especial. El mapa de la fuerza trabajadora en el AMBA”. Allí se presenta un mapa elaborado en base al GPS de Empresas, del Ministerio de Economía. El Ministerio publica un mapa de empresas y mano de obra por rama[6]. En su metodología el afirma que se toman como referencia las locaciones “de explotación” para la mayoría de los casos, y donde no pueden determinarla – ¿cómo es que no pueden determinar dónde una empresa efectivamente tiene sus plantas productivas?- utilizan el domicilio fiscal. La otra limitación del mapeo oficial consiste en que no permite observar la posición precisa de los establecimientos, por temas referidos al secreto estadístico –otra de esas leyes aprobadas durante dictadura militar que la “democracia” nunca quiso derogar, a pesar de tener la firma de Onganía-. Sobre este mapa base, el PTS realizó una modificación para poder localizar específicamente los puntos. La idea, tanto del Ministerio como del PTS, está buena, hay que decirlo. El problema es que con la base de datos disponible la realidad queda completamente distorsionada y el epicentro de las grandes empresas parece desplazarse hacia el microcentro porteño. Para peor, el mapa del PTS no permite discernir claramente las grandes empresas de las micro, con lo cual un conjunto de pequeños talleres diminutos puede “pintar” una región cómo muy intensiva industrialmente, a pesar de resultar marginal.
Por ejemplo, en la imagen 1 se observa el mapa del Ministerio contemplando los sectores del agro, industria manufacturera, minería y petróleo.
Imagen 1: Mapa productivo-laboral argentino para la zona del AMBA y los agregados “Agro y pesca”, “Industria” y “Minería y Petróleo”.
Fuente: Ministerio de Economía.
Según este mapa, hay más concentración de trabajadores productivos en el microcentro porteño que en zona norte.
Ya si nos ponemos a hilar fino, ambos mapas (PTS y Ministerio) ubican grandes empresas, químicas o metalúrgicas por ejemplo, en pleno Puerto Madero, con lo cual también queda distorsionada la locación en que se ubican las empresas con 200 o 500 trabajadores.
Imagen 2: Mapa productivo-laboral modificado por el PTS, agregado “Fabricación de sustancias químicas”.
Fuente: laizquierdadiario.com.
También se llega a absurdos como que en Av. Rivadavia al 700 funciona un yacimiento petrolero, donde tiene su cede el edificio de Pampa Energía. Lo mismo sucede con el rubro automotriz, ya que reconoce toda la red de concesionarias como parte de la producción industrial.
Buena idea, pésima implementación. Pero lo peor de todo es que genera una imagen distorsionada y ridícula del aparato productivo, asignándole al microcentro una importancia que no tiene, lo mismo que a las PyME’s.
Volvamos ahora al artículo inicial “¿Dónde golpear al capitalismo en el AMBA?”. La conclusión final que abordan, en términos generales, es correcta. O sea, hay que golpear la producción industrial y su distribución, como los puertos. No podemos estar más de acuerdo en esta afirmación, de hecho nos hemos cansado de repetir este tipo de argumentos.[7] Pero resulta que el PTS, al igual que toda la izquierda hegemónica, se caracteriza por insistir una y otra vez con realizar movilizaciones testimoniales al microcentro que no le hacen ni cosquillas a la producción capitalista. En cada conflicto sindical donde han tenido presencia se han esforzado por desviar la lucha desde el terreno local de cada empresa para trasladarla a las casas de gobierno, a los ministerios de trabajo, etc. Ante esa práctica tan característica de estos grupos cabe preguntarnos ¿Es una casualidad entonces que el manejo de la información estadística arroje como resultados una alta concentración de mano de obra productiva en CABA?
Pero todavía hay un aspecto que nos parece más importante. Si bien en el cuerpo del artículo recalcan la importancia de la clase obrera, lo hacen de una manera tan general que roza el oportunismo ¿Por qué? Porque en la concepción dominante del reformismo cualquier cosa es clase obrera. Es decir, no saben diferenciar entre el proletariado en general y el proletariado industrial, la clase obrera, o sea, los asalariados que participan directamente en la producción de valor. Esto los lleva a perder de vista los “nodos” de producción del país, es decir, el conjunto de capitales monopolistas que dirigen el proceso económico. Terminan así colocando en una misma bolsa una concesionaria de automóviles y una terminal automotriz; una autopista y una terminal portuaria; un parque industrial y una zona con muchas micro empresas; confunden el término de la unidad económica (empresa) con el papel cualitativo que cumple en el proceso de acumulación. Por eso, al analizar por ejemplo CABA, se olvidan mencionar la industria farmacéutica; al hablar de la industria alimentaria, le asignan un peso importante a las pequeñas y medianas empresas, sin contar con que, por ejemplo, solo cuatro empresas lácteas controlan más del 90% del mercado.
En definitiva, pensamos que es muy importante estudiar la estructura productiva del país en función de un plan político que permita insurreccionar a la clase obrera para avanzar en un proceso revolucionario, saludamos las iniciativas en este sentido, sin embargo alertamos: ese trabajo no se puede hacer partiendo de las categorías de análisis burguesas.
[4] PRT “Argentina ¿Un país industrial?” – Capítulo II.
[5] Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social – Observatorio de Empleo y Dinámica Empresarial (OEDE)
Disponible en: https://www.trabajo.gob.ar/estadisticas/oede/estadisticasnacionales.asp
[7] Por ejemplo, en PRT-NPS “YPF: La farsa de la soberanía energética”.