En los Manuscritos Económicos y Filosóficos (1844) Marx escribe: “…el obrero se hace más pobre mientras mayor riqueza produce, mientras más aumenta su producción en poderío y extensión. El obrero se convierte en mercancía más y más barata a medida que crea más mercancías.”
La supuesta “libertad” esgrimida como bandera ideológica por el sistema capitalista, condena en realidad a los trabajadores a vender su fuerza de trabajo en el mercado, cada vez a un precio más vil, en virtud del detrimento creciente del poder adquisitivo del salario.
El trabajo, quizá lo más esencial de la naturaleza humana, a tal punto que podríamos afirmar que es el trabajo lo que nos ha transformado en seres humanos, es en el capitalismo aquello que, en realidad, nos deshumaniza.
Marx describe cuatro formas de la alienación en el trabajo. Vamos a detenernos en la segunda forma, la alienación con respecto a la actividad en sí misma.
Y lejos de planteos académicos abstractos, vayamos a los ejemplos de la vida cotidiana, porque es ahí en donde con claridad podemos detectar esta forma de alienación (y por supuesto, también las otras tres definidas por Marx).
Cobramos salarios miserables. Las empresas nos exigen cada vez más, nos presionan con el aumento de la productividad. Viajamos como animales que van al matadero. Cada vez tenemos menos tiempo para dedicarle a otras actividades, digamos, relacionadas con el esparcimiento. Vivimos con el temor al despido, a los vaivenes de la economía, a las noticias de cada día, a las decisiones que los dueños de los medios de producción, a través de sus políticos, toman para profundizar el saqueo permanente y la acumulación de la riqueza que producimos con nuestro trabajo.
En suma, vivimos en una suerte de esclavitud asalariada que padecemos de manera cotidiana.
Ahora bien ¿qué tiene que ver esto con la alienación? Porque el trabajador, en su actividad, solo encuentra la mortificación, el desgano, lejos de realizarse como sujeto, como dijimos, se deshumaniza. Es decir, se siente en su trabajo “fuera de sí” (alienación, enajenación) y se siente más en lo suyo, digamos, cuando no trabaja. Es decir que el trabajo solo adquiere un sentido en tanto medio para satisfacer necesidades fuera del trabajo.
Pero, he aquí que ni siquiera ese beneficio obtienen las y los trabajadores, porque los magros salarios apenas alcanzan para sobrevivir. ¿Estamos entonces en un callejón sin salida? ¿Cómo combatir la alienación? Porque digámoslo con seguridad, la seguridad que nos brinda nuestra propia experiencia: todas las penurias que la dominación burguesa nos hace padecer, no solo afectan desde ya nuestra vida material, sino también nuestra vida psíquica.
Entonces, fenómenos como el desgano laboral, el estrés generado por la explotación, la angustia como sentimiento del sujeto que se siente en situación de indefensión frente a un enemigo implacable, la alteración de los ritmos de descanso, los cuadros depresivos, y podríamos seguir con una larga lista de alteraciones, se vinculan directamente con este fenómeno de la alienación en el trabajo.
Nuevamente, comprobamos entonces que “es el ser el que determina la conciencia” al decir de Marx: es decir, es el modo de producción, la manera a través de la cual la sociedad produce y distribuye la riqueza y organiza su actividad económica, la que determina los modos del pensar, las ideas, y también todo aquello que podemos incluir dentro de los fenómenos psíquicos, conscientes e inconscientes.
Claramente, debemos poner en primera línea esta cuestión, a la par de los demás aspectos de nuestra vida como sujetos trabajadores, a la hora de reflexionar acerca de la necesidad de terminar con este oprobio en el que unos pocos se aprovechan del trabajo de la inmensa mayoría de la humanidad.
Para ello, es claro también que la salida no es individual, si es que queremos realmente hallar una solución de fondo que cambie de manera sostenida nuestra manera de vivir.
Seamos conscientes de ello: las y los trabajadores podemos y debemos, como clase explotada y oprimida por un grupo de parásitos (la oligarquía financiera y sus piezas de ajedrez, verbigracia nuestros consabidos políticos-títeres) construir organizaciones que, emergiendo desde las mismas bases que no son otra cosa que nuestros lugares de trabajo, nos permitan disputarle el poder a la burguesía.
La organización es una necesidad política, si es que aspiramos a conformar una nueva sociedad. Seguramente, a la par del cambio en las condiciones materiales de producción y distribución de la riqueza en función de las necesidades y no de la ganancia, muchos de los padecimientos psíquicos mencionados no formarán ya parte del ser humano o, al menos, sin duda no serán de las mismas características. Puede parecer a primera vista un planteo especulativo. Pero, estamos hablando, lógicamente, del fin de la alienación en el trabajo, es decir, del fin del capitalismo.