Las horas extra te empobrecen


Uno de los grandes problemas que vivimos como clase son los ritmos de vida. Las jornadas laborales cada vez duran más, el tráfico de vehículos y la distancia al trabajo las hace todavía más largas. Esto es algo que corre como regla general para cualquier asalariado, pero hay una forma particular, que pesa mucho, sobre todo en la industria, y es la imposición de las horas extra. Sobre eso, hay mucho para decir.

El sistema capitalista, como siempre, crea varios mecanismos para imponer la obligatoriedad de las horas extra. Veamos algunos de ellos:

El primero y más elemental es la coerción, la represión directa. O sea, si no haces horas extra, te despido. De esa manera, aunque bajo la forma de una “retribución extraordinaria”, la burguesía acaba extendiendo la jornada laboral de manera más o menos permanente. Si la ley dice que la jornada laboral es de 45 horas semanales, se terminan implementando, en la práctica, semanas de 72 horas -jornadas de 12 horas de lunes a sábados, y hay casos en que hasta los domingos se implementan esos regímenes-. Otro aspecto importante son los bajos salarios: muchas veces no queda otra que hacer horas extra para poder llegar a fin de mes, pagar deudas, etc. Esas son formas de represión directa, aunque no haya policía ni balas de goma.

Pero la burguesía no nos domina solo con la imposición material, objetiva –o sea, la amenaza de despido y la pobreza salarial-, también lo hace con el discurso, con su ideología. Esta dominación activa un montón de sentidos de culpa, que muchas veces se nos presentan como el famoso “sentido común”, y que en realidad no es otra cosa más que el discurso de la clase dominante.

“A este país se lo saca laburando” ¡Cómo no vas a hacer horas extra si laburando se construye el futuro de la patria! No te podés negar, porque ya no es por la plata, es una cuestión hasta moral. Esta frase, expresada desde el nacionalismo, también se expresa bajo la forma de discursos religiosos: en el caso más tradicional, el ocio es penado como un pecado, así que cualquier tiempo que dediques a algo que no sea trabajar, está prohibido. Ese discurso también se replica en muchas iglesias evangélicas, quienes instalan que “dios retribuye a quienes se esfuerzan trabajando día y noche”.

Los sentimientos de culpa también se expresan bajo la idea de sacar el máximo rendimiento monetario al tiempo de vida. El tiempo es oro se termina aplicando en las cabezas obreras “Si me pagan las horas al 100% cómo no voy a ir, no puedo desaprovechar esa oportunidad”. Este aprovechamiento del tiempo al máximo, aparece también por comparación con otros sectores proletarios «Hay gente que la está pasando tan mal, que cobran en negro ¿Y yo voy a negar las extra?”

El sistema utiliza hasta el machismo como forma de doblegar la mente: el que no labura todas las horas posibles, el que afloja, no es lo suficientemente “macho”, no se la banca. Y muchas veces, si no son los propios jefes o compañeros de trabajo quienes hacen ese tipo de planteos, incluso puede llegar a suceder en la familia “Tengo que hacer las horas extra, porque sino mi esposa –o esposo- me va a decir que soy un flojo, etc.”.

Estos no son más que algunos mecanismos que, mediante la dominación ideológica, la burguesía utiliza para generar sentimientos de culpa e imponerle a la clase obrera la extensión de la jornada laboral.

Ahora ¿Por qué la burguesía quiere extender la jornada? ¿Qué gana con obreros cansados y superexplotados?

Gana mucho, y lo hace en dos aspectos: en términos económicos, y en dominación política. Veamos.

En términos económicos resulta muchísimo más rentable pagar horas extra –por más que se abonen al 200%- que contratar un nuevo trabajador. Por eso las empresas, sobre todo aquellas que tienen picos de trabajo por temporada, prefieren imponer dos turnos de 12 hs, antes que tres turnos de 8 hs. Se pagan menos impuestos y cargas sociales por cada trabajador o trabajadora, se ahorran la compra de material de seguridad, ropa de trabajo, alimento en planta, gastos administrativos (como cuentas bancarias) y tiempo de adiestramiento. Además, mediante el mecanismo de las horas extra, las empresas evitan aumentar la capacidad productiva de la planta: en lugar de invertir en una nueva línea de producción, con más trabajadores, aprovechan la capacidad disponible en épocas de alta producción sobreexplotando los recursos existentes. Es decir, sobre las espaldas de la clase obrera se hace recaer los vaivenes del mercado, y no al revés, como gustan decirnos. O sea, no es que el capitalista “asume los costos” de los vaivenes del mercado, sino que los asume la clase obrera pagando con su vida.

Además, es una forma de aumentar la desocupación. El aumento de la desocupación reduce directamente el salario, ya que se ejerce una mayor presión sobre el obrero activo bajo la amenaza del despido y de caer en la desocupación. En otras palabras, si aumenta la oferta de mano de obra disponible para un puesto de trabajo, -o lo que es lo mismo, si cae la demanda laboral, por existir una superexplotación mediante las horas extra de la clase obrera ocupada- disminuye el salario.

Por otro lado, en el plano político se evita contratar mayor cantidad de mano de obra, esto implica menores conflictos potenciales –sí, porque cuanto más trabajadores, mayor conflictividad potencial, para la burguesía un obrero es un conflicto en potencia-. Además, las largas jornadas laborales multiplican la enajenación del trabajador: aumentan los conflictos personales, familiares y el consumo de drogas; disminuye la vida social de la clase obrera, impidiendo que nos juntemos con trabajadores de otras empresas, ya sea para hacer deporte, estudiar u organizarnos políticamente ¡Qué difícil es congeniar horarios laborales y despejar un día de la semana para poder juntarnos con otros compañeros y compañeras a organizarnos políticamente! ¡Si no tenemos tiempo ni de ir al médico, qué difícil es hacerse el tiempo para organizarse políticamente!

Con este mecanismo, el obrero u obrera individual pasa a enajenarse cada vez más, nuestra vida se reduce al espacio que ocupamos entre las cuatro paredes de la fábrica ¡Pasamos a ser un simple accesorio de la línea de producción, siempre disponible de acuerdo a las necesidades de la empresa! ¡Y encima nos presentan toda esta explotación como si fuera un “beneficio”! El “beneficio” de las horas extra, el “beneficio” de vivir solo para trabajar.

De esta manera la burguesía va construyendo obreros y obreras sumisos, que no tienen vida más allá que para garantizar el ciclo productivo.

Por eso tenemos que luchar contra las horas extra, organizarnos en los sectores de trabajo para negarnos, porque eso también es luchar por nuestra dignidad, y por nuestro salario.

-¿Por nuestro salario dice?

¡Sí, por nuestro salario! Porque si nos negamos a hacer horas extra, aumenta la demanda de trabajadores, las empresas se ven obligadas a contratar más personal.

-Pero nuestro salario no alcanza. No vamos a cobrar más a fin de mes si no hacemos horas extra.

Esa es otra mentira. Por un lado, el salario continúa cayendo, y justamente la caída salarial es una garantía para que los obreros y obreras se vean obligados a hacer más horas extra para llegar a fin de mes. Al contrario, organizándonos para no hacer extras, estamos al mismo tiempo luchando por nuestro salario básico. Primero, porque si crecemos en organización para no hacer horas extra, luego es más fácil organizarnos para luchar por un mejor salario; segundo, porque la burguesía se vería obligada a contratar más mano de obra, y de esa manera disminuye la desocupación, o sea, disminuye la oferta de trabajadores disponibles, por lo que los salarios tenderían a aumentar: estaríamos en mejores condiciones objetivas para obtener mejores salarios.

Por eso, cuando en otras épocas de la historia nuestra clase tenía conciencia política, las horas extra eran mala palabra. No se hacían horas extra porque las y los trabajadores comprendíamos que de allí no sacamos ningún beneficio, que a la larga solo nos traen más explotación, menores salarios y menores libertades políticas.

Mientras empresas, sindicatos y políticos se suben a la calesita del circo electoral, problemas como éste son los que nos aquejan como clase. Ellos que hablen de las elecciones, nosotros organicémonos para enfrentar la explotación asalariada. Ellos que hagan su política, nosotros tenemos que hacer nuestra política, y luchar contra las horas extra, con la conciencia de que es una lucha que damos contra el sistema capitalista y por la libertad de nuestra clase; forma parte de esa lucha política que tenemos que dar desde cada puesto de trabajo.

La dignidad de la vida no se paga al 50%, ni al 100% ni al 200%. La dignidad de la vida se conquista luchando contra este sistema.

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