Mucho es lo que venimos escribiendo en esta página respecto al pensamiento leninista sobre el papel del Estado. En su obra “El Estado y Revolución”, el revolucionario ruso extiende de manera excepcional el pensamiento sobre el Estado burgués desarrollado por Carlos Marx y Federico Engels.
Con la llegada del presidente Milei, que disfruta “ideologizando” el plan de la burguesía en cada discurso, “el tema del Estado” se pone sobre la mesa con mayor potencia a la vista de millones de personas en nuestro país.
Esta especie de “partido de fútbol” que se plantea desde el gobierno con el “debate” Estado sí o Estado no, está lleno de mentiras y datos falaces y además enmascara una serie de trampas con el objetivo de confundir y tapar la verdadera esencia del Estado burgués.
Las herramientas que nos brindaron aquellos revolucionarios son fundamentales hoy para seguir profundizando esta realidad en un aspecto trascendental: el Estado en el capitalismo es una herramienta que protege y fomenta la existencia de la clase parasitaria. Clase que vive a costa del trabajo de los obreros y el pueblo en general, expropiándonos permanentemente. Porque sobre el Estado se erige el poder político de la clase dominante minoritaria.
Aquí y ahora, el debate sobre el papel del Estado se limita en grandes rasgos a la presencia o a la ausencia del mismo. Esta falsa disputa es legitimada por toda la caterva de “progres” que se pasean por los medios televisivos haciendo su show “en favor del pueblo” sin hacer la más mínima autocrítica respecto a la responsabilidad que tienen en habernos empujado hasta este abismo. Años atrás el ex presidente Mauricio Macri hablaba de un Estado “presente pero inteligente” incorporándole una vuelta de tuerca al asunto, pero en la misma línea en el plano ideológico: desclasar el Estado para ocultar su fin.
Por un lado o por otro de esta carretera hacia la indignidad, lo que en definitiva todos nos quieren hacer creer es que este instrumento de dominación (el Estado) está parado por sobre todas las clases sociales, que sería como una especie de “árbitro” entre los ricos y los pobres.
Otra variante de lo mismo se plantea respecto a “su tamaño” y a su “eficiencia”, pero desde ya que no se dice una sola palabra del para qué y para quiénes.
Nuestro país ha acumulado un grado de concentración económica y centralización de capitales enorme, siendo parte del proceso que se ha dado a escala global. La economía argentina no nació de un repollo o nos la trajo la cigüeña de Paris.
Desde la denominada revolución Libertadora (1955) en adelante, la burguesía transitó un largo proceso político alternando el “garrote con la zanahoria”. Y lo hizo con el objetivo de facilitar todos los mecanismos legales para que los monopolios se apoderaran del Estado.
Ese proceso afirmó a la burguesía monopolista como poseedora del Estado, fue consolidándose en Estado Monopolista. Un proyecto “burgués nacional” ya no podría tener cabida en el marco de una clase marcadamente concentrada.
Así el Estado se iría desarrollando como instrumento cada vez más sofisticado de represión y opresión sobre la clase obrera y el pueblo oprimido.
Por eso debemos tener claro que cuando ellos hablan del Estado, de su “presencia o ausencia”, de “su eficiencia o ineficiencia”, de su papel represor para ordenar a la sociedad y sujetarla a las leyes que ellos mismos despliegan, estamos viendo en realidad lo que el Estado dirime.
El Estado en manos de la burguesía, antes, ahora, bajo la tutela de los diferentes gobiernos, si para algo está presente es –justamente- para garantizar los negocios y aumentar las ganancias de unas pocas empresas dueñas del país.
Basta ver los puntos centrales de la llamada Ley Ómnibus que por estas horas se “debate” en el Congreso para encontrar que muchos artículos tienen nombre y apellido, según es denunciado hasta por conspicuos representantes de diferentes facciones burguesas. Esto quiere decir que se modifican normas, códigos o leyes directamente para favorecer a tal o cual empresa.
Nuestro partido y los destacamentos que se vienen desplegando en los diferentes lugares de trabajo, tenemos que seguir haciendo grandes esfuerzos para explicar el fundamento clasista del Estado, en el proletariado y en el movimiento de masas.
Desde esa insistencia, desde esa tozudez –si se quiere- que caracteriza a las y los revolucionarios nos enfrentamos en todos los planos con la ideología burguesa. Porque hasta en las cuestiones más pequeñas y que pueden parecer banales, el poder burgués no se detiene en embestir contra la conciencia de las mayorías para desclasarla.
Este gobierno no es ni será la excepción. Montado sobre una verborragia impresentable que por ahora le sigue dando algún “aire” frente al electorado, demolió las banderas de un Estado “presente” o “inteligente” y duplicó la apuesta: digo que voy a destruir o hacer desaparecer una herramienta fundamental que en realidad necesito para garantizar mis planes.
Por eso, las y los revolucionarios tenemos que disputar, combatir estas ideas enraizadas en años de dominación. Y cuando hablamos de disputar lo hacemos pensando no sólo en la denuncia, en el esclarecimiento, sino en llegar con estos principios y desde allí politizarlos.
No lo podremos hacer si no planteamos una alternativa política al poder burgués, con la lucha por el poder y la construcción de un Estado Revolucionario en manos de la clase productora.
Una revolución triunfante logrará resolver los problemas inmediatos, pero aún persistirán las clases en disputa; y la contrarrevolución seguirá intentando volver la historia para atrás. Y es allí en donde por un período será necesario construir y fortalecer un Estado revolucionario como herramienta fundamental de represión y opresión a esas minorías explotadoras que tanto daño han hecho y están haciendo a nuestras vidas.
A ese nuevo Estado proletario habrá que fortalecerlo por un período histórico. Pero llevará adelante desde sus mismos inicios un proceso de extinción, como constructor de la nueva sociedad comunista a la que aspiramos, sin explotadores ni explotados.