Un relato que se va agotando


El ex Presidente Alfonsín recitaba el preámbulo de la Constitución burguesa y nos decía en sus carismáticos discursos: con la democracia se come, se cura y se educa.

Tiempo después, la crisis económica generada por la clase dominante demostró que esa democracia representativa, al servicio del capital, no servía ni para comer, ni para curar, ni para educar. Fin del relato radical (la cáscara política de la oligarquía financiera en ese momento de nuestra historia).

El ex Presidente Menem, que organizó su campaña electoral en torno a la mentira de la “revolución productiva”, privatizó (regaló) las empresas del Estado, aumentó el volumen de la deuda externa, elevó los niveles de desocupación en un contexto recesivo, favoreciendo la fuga de capitales y los negocios de las grandes multinacionales, sosteniendo el discurso que se podría resumir en la famosa frase de Martinez de Hoz, el ministro de economía de la dictadura: “achicar el Estado es agrandar la Nación”. El período menemista también terminó en un desastre para la clase obrera y el pueblo, profundizándose la pobreza estructural. Fin del relato menemista.

El kirchnerismo también hizo uso de su propio relato: distribución del ingreso, industria nacional, el “modelo peronista”, la utilización política de algo tan sensible y tan caro para todos los argentinos como los derechos humanos y los crímenes aberrantes de la última dictadura militar. Favorecido por los precios de los comodities, en especial de la soja, pudo sostener durante algún tiempo la nueva máscara de la clase dominante (que también obtuvo enormes beneficios durante la gestión Kirchnerista, vaya como ejemplo el caso de las empresas de Macri y sus negocios con el Estado). Pero todo terminó mal. Inflación en plena expansión, elevados niveles de pobreza, deterioro de las condiciones de vida para el conjunto del pueblo, cada vez más dependiente de las migajas de los planes sociales. Fin del relato kirchnerista.

Y ahora, nos encontramos con un gobierno y un Presidente que sostienen un relato conocido, y digamos también que la gestión anterior (y la anterior, y la anterior) le ha dejado las cosas servidas en bandeja de plata para el desarrollo del argumento.

No es sólo el problema del Estado que hay que destruir, (aquí se trata del relato ya conocido del libre mercado, de la “mano invisible”, de la competencia que ordena la economía, etc.) sino que también tenemos el problema del “comunismo”.

Retomando así el relato de la guerra fría, hoy para Milei occidente (y, obviamente, la Argentina) está en peligro porque pareciera ser que el “fantasma del comunismo” recorre el planeta. Y pone en peligro los valores occidentales: Dios (las fuerzas del cielo) Patria, propiedad.

Por eso, sostener el relato que sólo puede convencer a un reducido porcentaje de la población, conduce al Presidente (que, dicho sea de paso, está más que claro que sus facultades mentales están seriamente alteradas) a alinearse con el “occidente civilizado”, léase básicamente Estados Unidos e Israel. No vamos a referirnos a lo evidente: estas decisiones nos ponen en serio peligro en un contexto internacional de guerra.

Pero, el relato pretende constituirse en la nueva máscara, el nuevo cascarón de la burguesía monopolista, que se engolosina con los enormes negocios que algunas de sus facciones vienen haciendo gracias a la gestión libertaria (palabras de origen anarquista, por cierto: Milei es un ignorante, llama a su gobierno liberal-libertario, cuando en realidad es un remix aumentado de las viejas recetas del ajuste y la pata encima de los salarios).

Pero la clase obrera y el pueblo no comen vidrio: lo cual se viene demostrando en los profundos debates y algunas acciones que existen en las fábricas y otros lugares de trabajo.

Como quedó demostrado en las manifestaciones populares masivas contra la gestión de Milei. Basta con el ejemplo enorme de la marcha universitaria: más de un millón personas (800.000 en Congreso/Plaza de Mayo) y diversidad de organizaciones independientes (por fuera de los aparatos burocráticos), grupos de obreros y estudiantes que se manifestaron concurriendo en unidad, mostrando que en los lugares de trabajo hay debate y hay disposición a la acción.

Enorme avance en un contexto que, en apariencia, venía siendo de apatía y falta de compromiso colectivo.

La realidad hace que debamos replantear algunos supuestos y confiar en las masas: ahí tenemos que estar para organizar la insurrección que dé por tierra con el relato (usado, arcaico) de Milei y sus acólitos, parásitos igual que él, que nunca trabajaron, que sostienen a un Estado al servicio de la clase dominante, y que oportunamente serán juzgados por el pueblo y por la historia.

A la burguesía se le acaban los relatos. No confiemos en el retorno de viejos argumentos, porque han fracasado. Necesitamos una democracia real, la actual está agotada, es vetusta, inservible.

Seguramente, la elevación de la conciencia de clase a través de las experiencias de lucha y de la formación de obreros y trabajadores conscientes irán apurando su retiro, para que emerja lo nuevo.


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