¿De qué depende “la forma de pensar”?


La ideología de la clase dominante siempre está presente y dominante.

Si vemos los titulares de todos los medios de desinformación de la burguesía, la mayoría de ellos describen lo que nos pasa como “crisis de la economía” y de los “mercados”. Todas descripciones que responden con claridad a intereses bien definidos.

Prácticamente nada podrá leerse o escucharse respecto a los intereses de los explotados y oprimidos.

La burguesía monopolista no duerme. Y esto es así por dos razones: una, en el sentido perverso de su clase, con toda la crisis a cuestas influye y se ocupa de su dominación. Y su planteo general es exigir que pensemos de una sola forma. La concentración que se ha dado en los medios de comunicación y otras importantes herramientas del Estado, van en ese mismo sentido.

La otra razón (aunque la ninguneen) es la lucha de clases. Y sus resultados están a la vista: desconcierto y crisis política estructural. Muchas veces nos ponemos a pensar sobre la actual situación que padecemos como “trabajadores y trabajadoras de a pie”, en el abajo de esta sociedad, y nos abruma la incertidumbre. Y eso que nos sucede, a la vez pesa en los pensamientos.

Y es allí en donde la ideología burguesa juega sus cartas. Nos dicen: “hay una sola forma de pensar”. Y la misma es impuesta desde un Estado bien de clase. Si hasta parecería ser que pensar de otra forma es estar en contra de lo “democrático”. Curioso, ¿no? Una sola forma de pensar y sería “democrático”.

Si hay clase dominante, obviamente hay clase dominada. Pero esta es una cuestión que se oculta de una y mil maneras. Lo que intenta establecer esa “única forma de pensar” es que no hay clases. En todo caso, buenos y malos; honestos y deshonestos; izquierdas y derechas… Todo es lícito, pero clases en pugna… ni a palos.

Pero es en esa “otra forma de pensar” que -con un sentido de clase y de interés de clase- de diferentes formas se expresa el sufrimiento de vida que padecemos las y los trabajadores en “nuestras” jornadas negras.

Ningún medio de dominación pone semejante situación en el plano de disputa de las clases. Pero es esa misma existencia -cimentada en décadas y en la memoria transmitida- la que pesa y seguirá pesando para no dejarlos acomodar en sus negocios de “mercados”.

Sometimiento no significa resignación.

El dolor que recorre por estas horas cada hogar de explotados y oprimidos, no será gratuito para quienes nos están llevando al precipicio. Toda la burguesía quiere gobernabilidad, influyen en ello en toda la sociedad, pero la lucha de clases es más fuerte y va más allá de todo ello. ¿Qué estamos planteando? Que la lucha de clases es algo más que fuerzas políticas en disputa.

Pero hay algo cierto: la burguesía tiene sus partidos y organizaciones políticas que -aunque extremadamente debilitadas y corroídas- navegan como pueden en aguas turbulentas, mientras que el proletariado aún no tiene las fuerzas políticas robustas que puedan ponerse a la altura de las actuales necesidades de la lucha de clases.

Es en ese marco objetivo de acumulación de fuerzas políticas en el que hay que actuar decididamente. La clase obrera debe confrontar con el plan del gobierno y -a la vez- debe robustecer sus fuerzas, en un marco en donde la mayoría del pueblo comienza a mostrar disposición para avanzar por reclamos políticos y económicos.

Se necesita fortalecer el partido político del proletariado y de todos sus destacamentos de avanzada. Y fortalecer todas las organizaciones políticas que el pueblo ha generado en los últimos años, que han adoptado las metodologías que utilizan las más variadas formas de democracia directa.

A la burguesía no hay que dejarla acomodar, nunca

Hoy hay que quebrar sus planes y hacerla retroceder. Y en ese camino del paso adelante y del paso atrás, ir preparando las fuerzas políticas de un verdadero cambio revolucionario.

Hay otra forma de pensar. La experiencia del proletariado le pertenece a la humanidad, mal que le pese a la burguesía. Y con esa experiencia acumulada debemos revertir revolucionariamente la impronta ideológica impuesta por esa “única forma de pensar”.

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