Es frecuente escuchar o manifestar en distintos tipos de conversaciones la expresión: hay mucho individualismo.
Según ciertas convicciones que forman parte de la ideología de la clase dominante y, por lo tanto, del llamado “sentido común”, el individualismo constituiría una característica innata del ser humano, a la cual podría oponerse el criterio de solidaridad. Ambas, contrapuestas, serían concepciones morales que, según determinadas conductas de los humanos tendrían una supremacía una sobre otra.
Desde este punto de vista, ambas características se conciben como valores inmanentes transmitidos de generación en generación a través de la familia, fomentados en la escuela y otros ámbitos sociales.
Así, el individualismo “bien entendido” refiere a las características personales e irrepetibles que cada ser humano lleva impregnada en sus genes y que, por lo tanto, lo hace diferente el resto de la masa. Esta característica le otorga al individuo el derecho de elevarse por sobre el resto y priorizar su satisfacción y aspiraciones en todos los planos.
Su oponente, la solidaridad, sería el producto de una educación social que apunta a la mejor relación y convivencia con los semejantes, aunque siempre sujeta a la prioridad individual. Esto se resume en la recomendación frecuente: si me sobra, si no lo uso o no lo consumo, lo doy.
El otro, es totalmente ajeno. “Mi derecho termina cuando comienza el derecho del otro”, dice la conocida frase, marcando a fuego el límite individual que nos separa del resto. Según esto, la humanidad está compuesta por la suma de miles de millones de individuos que se juntan circunstancialmente en localidades, países y continentes. Los intereses comunes o solidarios surgen y están nivelados por el territorio que habitamos los cuales pueden definirse como de tipo familiares, locales, nacionales y continentales.
Leemos, y nos repiten: estos “valores” morales, el individualismo y la solidaridad, al igual que otro tipo de “valores” pueden encontrarse en todo tipo de sociedad y han permanecido y permanecerán en todo el desarrollo de la humanidad.
Para combinar el individualismo bien entendido con la solidaridad tenemos que abrazar el concepto moral que respete al otro ser humano para entendernos y abordar los proyectos comunes, siempre respetando lo que es de cada uno. Ambos polos opuestos irán marchando siempre juntos si resolución en una síntesis.
Hasta aquí, sintéticamente, la concepción hegemónica, burguesa, sobre el tema.
Sin embargo, existe otra concepción que niega, con respaldo material, tangible, todo lo expresado anteriormente, dando respuesta, a partir del modo en que los seres humanos se fueron asociando para producir y reproducirse.
El individualismo, es decir, la supremacía del individuo sobre el resto, surge a partir de la propiedad privada, pues, para defenderla, el individuo debe priorizarse respecto de sus semejantes. Por lo tanto, la solidaridad, su antítesis, no es más que la confirmación social del individualismo.
Antes de la propiedad privada, el individuo, no podía concebirse fuera de la familia o de la familia extendida, la tribu. Sin ellas, no era ser humano. Su humanidad se afirmaba en el resto y por lo tanto, su “derecho”, o más correctamente, la satisfacción de su necesidad estaban en dependencia directa de la satisfacción de la necesidad social.
La propiedad privada, en sus distintas formas, producto necesario del desarrollo humano y su práctica social, fue oponiendo a los seres humanos entre sí dando lugar al inicio de las clases sociales.
El desarrollo histórico de las distintas clases ha culminado en el capitalismo con la simplificación de las mismas en sólo dos fundamentales: la burguesía y el proletariado. Este, en su práctica social, pone en movimiento los medios de producción que son sociales tanto en su funcionamiento como en su construcción. Esa tendencia, lo impulsa a fundirse con su semejante, aunque su conciencia esté impregnada por la ideología dominante basada en las ideas generadas por la propiedad privada.
En la punta opuesta, la burguesía, obtiene individualmente el producto social y lo sostiene por medio de las instituciones jurídicas, legales y educaciones del Estado, defendidos por los instrumentos de represión y guerra.
La contradicción entre individualismo y solidaridad encontrará su síntesis superadora en una nueva práctica social.
Esta nueva práctica social será producto de la resolución de la contradicción fundamental del modo de producción capitalista (producción social proletaria y apropiación individual capitalista) cuando la producción social y apropiación social se logre con el triunfo revolucionario del proletariado sobre la burguesía.
El proletariado, con su práctica social fundida en su hermano de clase, impregnará al resto de la humanidad con sus intereses comunes que superarán al individualismo e incluso, al concepto antitético de la solidaridad, sintetizándolo en el bien común el cual no estará limitado por su familia, localidad, nación o continente.
Mientras tanto, el “sentido común” proletario irá trazando surcos que llevarán, indudablemente, hacia ese punto histórico.
[1] Esta nota no tiene pretensiones “filosóficas”, por el contrario, ofrece una mirada materialista, en apretada síntesis, oponiendo el concepto de lo que la burguesía, y su “sentido común” hegemónico, llama valores intrínsecos del ser humano.