Con pocas horas de diferencia ocurrieron dos hechos que, aparentemente, no tienen vinculación alguna. Pero sí que la tienen. Y mucha.
Mientras en Paraguay un senador nacional era “descubierto en un control de rutina” con más de 200.000 dólares en efectivo, en Córdoba un jubilado casi se prende fuego debido a que el PAMI no le entrega la medicación para su tratamiento oncológico. El senador no era la primera vez que traspasaba la frontera; el jubilado no era la primera vez que reclamaba su medicación.
El voto del senador fue clave para la aprobación de la Ley Bases. Con esa ley el gobierno logró parte de los instrumentos necesarios para llevar a cabo un ajuste demoledor contra el pueblo trabajador. No hacen falta pruebas judiciales para saber que el dinero que el senador llevaba (repetimos, no por primera vez) es la plata negra que la burguesía utiliza desde siempre para “convencer” a favor de sus intereses y planes a legisladores, jueces, fiscales, funcionarios de todos los rangos, etc. Esa misma plata es la que se les niega a los jubilados, que no consiguen medicamentos esenciales sufriendo recorte tras recorte, además de cobrar haberes miserables.
Una imagen que refleja con toda nitidez la impudicia, la crueldad, el desprecio por el ser humano de una clase que se vuelve cada día más parásita y reaccionaria, al mismo tiempo que nos muestra la catadura moral de una dirigencia política que se tira por la cabeza al senador caído en desgracia. Milei y Cristina Kirchner acusándose de «si es tuyo o es mío», nos muestran una vez más la fantochada que significa la representatividad de las instituciones burguesas y de cómo toda la dirigencia política está llamada a defender esos intereses, aunque sus discursos y promesas sean más o menos “progresistas” o “reaccionarios”.
Nada debe sorprendernos. Estamos hablando del mismo parlamento que en los 90 votó una ley para privatizar la entonces empresa Gas del Estado sentando en una banca a un diputado que no era diputado. Y ningún gobierno de los que sucedieron luego revisó tal escándalo. Y sólo por nombrar un hecho entre tantos.
Inversamente proporcional a la falta de sorpresa es la profunda indignación que provocan los cotidianos actos de injusticia de la clase dominante y sus gobiernos y sus instituciones. En las mismas, todo funciona a la medida y la necesidad de la burguesía. Estamos ante una institucionalidad que es una maquinaria perfecta a la hora de garantizar la dominación burguesa. Un andamiaje que todo lo que toca lo pudre, lo corrompe, lo ensucia, lo fagocita.
Y lo vuelve inútil, si lo que de verdad se persigue es terminar con la dominación y el poder de la burguesía monopolista.
Va de suyo -entonces- que la lucha por la conquista del poder para la clase obrera y el pueblo es antagónica con la institucionalidad de la burguesía. Con su concepción de representatividad. Y ello vale para todos los ámbitos en los que se desarrolla la lucha de clases, dado que esa concepción y esas formas de organización persiguen suprimir e impedir el protagonismo real de las masas obreras y populares.
El proyecto antagónico al de la burguesía, el que debe encabezar la clase obrera, se basa en el ejercicio y el desarrollo de la democracia directa como la forma de organización que viene a derrotar y a reemplazar lo que le sirve a la clase enemiga.
Esa es nuestra democracia y ese es el antídoto para repeler a los traidores. El protagonismo de las masas contra la falsa representatividad es nuestra arma porque, como diría el Che, no se puede llevar adelante una verdadera revolución utilizando las armas melladas del capitalismo.