A pesar que Biden advirtió 48 horas previas a la asunción de Trump del peligro de la “generación de una oligarquía” en EEUU, el mundo no se conmovió por esta “frase célebre”.
Los ricos, los más ricos de EEUU y del planeta ocuparon un lugar de privilegio. ¡Las cosas en su lugar!
Es que el sistema capitalista necesita una centralización política para salir de la crisis en la que está inmerso y a la cabeza de esa resolución los magnates intentarán tener la última palabra. Ahora sin máscaras protectoras de identidad.
La historia de la humanidad no puede ir para atrás. “El nuevo sueño americano”, “el comienzo de la edad de oro” que pregona el presidente electo va a contrapelo de un proceso de globalización imperante. Recordemos que el propio Elon Musk, propietario de Tesla, posee una planta en China que es capaz de producir cantidades exorbitantes de autos de última generación para el mundo.
Más allá de toda bravuconeada a la que nos tienen acostumbrados estos personajes que parió la historia, lo cierto es que la necesidad de una centralización política universal por parte de un sector de la oligarquía financiera se hace cada vez más necesaria.
El discurso inaugural no hace más que mostrar un vacío político cuando alardea de las intervenciones políticas-económicas- militares, ¡amenazante sí!, ¡preocupante sí!, pero hizo agua cuando a pocos minutos de su arenga no pudo dar respuesta concreta al caso de Groenlandia, Panamá, o el cambio de nombre del golfo de México… Se tomará su tiempo con Canadá como estrella 51 de su bandera y lo mismo con los aranceles a definir con Europa, China y sus vecinos México y Canadá. Pero hizo un acto escénico, “lloró” porque EEUU mantiene económicamente el acuerdo climático firmado en París aportando 500 millones de dólares. Acusó a China de aportar solo 39 millones. Pegó el portazo y se alejó del tratado por una suma ridícula, sólo por un vuelto para demostrar la existencia de “un nuevo orden”.
Lógicamente que firmó decretos que afectan las libertades políticas y eso es muy malo. Y no dudó en golpear al inmigrante hipotético “causante” de todos los males americanos. Entra en juego la lucha por el salario en forma directa y cruda. Ahora su “patio trasero” fundamental es el pueblo norteamericano.
Pero el mundo está yendo en un camino inverso para la oligarquía financiera mundial. No se avizora en lo inmediato y lo mediato una solución a esa centralización política que pueda poner fin a una crisis del sistema que lleva más de una década.
El camino elegido es la profundización de resoluciones políticas a través de las guerras interimperialistas, de aquellas que se ven y de las otras, de las cuales África y Asia las viven con intensidad. La crisis de superproducción no ha llegado a su fin, los procesos de concentración económica y centralización del capital exigen políticas de exterminio de unos capitales sobre otros: aniquilar a la competencia y con ello aplicar la dominación de clase contra las mayorías explotadas y oprimidas.
Pero es allí en donde aparece lo que no se ve. En la asunción de Trump la clase obrera y los asalariados (el “patio trasero”) condicionaron a la potencia imperialista con olas interminables de huelgas y conquistas. Por eso retomó en su discurso -forzadamente- su “simpatía” al obrero automotriz afirmando que el sueño americano empezará por la producción gigantesca de autos fundamentalmente híbridos. Se “olvidó” de la crisis de superproducción que existe en el rubro y de la crisis que cada una de esas empresas están atravesando.
No muy lejos de todo ello, llamó la atención la falta de definiciones sobre Medio Oriente, a sabiendas que el pueblo palestino supo resistir una embestida de su aliado en la región: Israel.
A 24 horas de iniciarse su nuevo mandato un frente de disputa interimperialista se abre: el papel de Turquía en medio Oriente y su disputa abierta con intereses del propio EEUU e Israel. Todo está indicando que allí habrá un agravamiento de la situación política militar. El silencio fue llamativo.
Los pueblos del mundo están diciendo no a las guerras allí en donde ella se encuentre y en donde no.
La concentración económica tiende a la concentración política, pero en simultáneo crecen las aspiraciones democráticas de los pueblos y ello no son palabras.
Biden lo sufrió, como lo sufren los gobiernos de las potencias imperialistas como Francia y Alemania y decenas de países de todos los continentes que están cansados de vivir como se vive bajo el sistema capitalista.
Los pueblos explotados y oprimidos sufrimos hoy en día las consecuencias de la ofensiva ideológica que supo imponer la clase dominante durante décadas, y esa ofensiva no cede. Esa es su fortaleza y hoy la defienden también con armas en la mano.
El engaño de las democracias burguesas occidentales ha sido sufrido por los pueblos del mundo. Pero a decir verdad las y los revolucionarios entendemos que el enfrentamiento de clases debe contener una lucha política e ideológica contra un sistema que lo único que puede prometer es más dolor e injusticias. Los pueblos no están cruzados de brazos y sus avanzadas están creciendo en la idea de revolución social para cambiar el actual estado de cosas. Trump asumió, pero la lucha de clases difícilmente hará una alto en el camino.