El presidente de Estados Unidos, Donald Trump inició su mandato con un discurso a través del cual expresa sus intenciones hegemónicas con respecto al mundo. Sin embargo, hegemonía política y desarrollo capitalista, son dos polos opuestos que se rechazan entre sí, pues la competencia monopolista sólo genera confrontación y la única posibilidad hegemónica es mediante la imposición por la fuerza.
En su afán hegemónico, o como él mismo dice, para que Estados Unidos vuelva a ser respetado como el país más poderoso, los anuncios de anexar a Canadá, apoderarse de Groenlandia, del canal de Panamá, y de cambiarle el nombre al Golfo de México por Golfo de América, con la evidente intención de considerarlo parte de Estados Unidos, sumado a sus definiciones xenófobas respecto de los inmigrantes a quienes considera delincuentes, su homofobia expresa, su denostación a la legalidad del aborto, etc. resonaron estridentemente en el mundo y generaron rechazo no sólo de los pueblos sino de gobiernos de poderosos países capitalistas aliados de Estados Unidos.
En nuestro país, la asociación de Trump con Milei es irremediable, sobre todo porque este último ha manifestado su convencimiento en el mismo sentido, afirmando no sólo iguales concepciones que Trump, sino que, como abanderado de todos los lamebotas, agrega que la pertenencia de nuestro país, se identifica fundamentalmente con la referencia de Estados Unidos e Israel, país este último que reporta, gobierno tras gobierno, el reflejo de una sociedad con conductas hegemonistas y racista que la conduce al genocidio palestino permanente.
Su posición política responde al mismo criterio hegemonista de Trump, fogoneado, tras bambalinas, aunque cada vez menos oculto[1], de ciertos sectores de la oligarquía financiera que intentan prevalecer por sobre el resto en un aquelarre de todos contra todos. La diferencia entre Trump y Milei es que el primero pertenece al campeonato de primera división, mientras que el segundo es un ratón que se mueve con los trebejos de un ajedrez de segunda.
Las falsas propuestas ante una contradicción inexistente
Al grito de “hay que parar a la derecha”, activistas de “izquierda”, populistas y oportunistas de diverso pelaje, no dudan en unirse o establecer alianzas con sectores de la burguesía dispuestos a “defender la democracia”.
Resulta entonces que el enfrentamiento, así simplificado, bajo esta falsa confrontación de derecha y de izquierda, se reduce a la lucha de la defensa de la democracia actual contra un supuesto fascismo.
Omiten intencionalmente el hecho de que en el parlamento y en toda la trayectoria política del año en que el actual gobierno lleva a cargo del Ejecutivo, la oposición supuestamente democrática ha acompañado con votos, con cuórum o con silencio cómplice, todas las medidas que Milei y compañía han propuesto, limitándose a criticar discursivamente con una indisimulada intención electoralista.
Es que lo esencial es la posición de clase burguesa. En la misma se evidencia que los partidos de la oposición tienen la convicción de que el gobierno está haciendo el trabajo que toda la burguesía sabe que debe hacerse en contra de los trabajadores y el pueblo, pero al que todos le sacan el cuero debido al cálculo electoral que los mueve en la disputa por los cargos y privilegios que les otorgan los mismos.
Mientras tanto, los efectos de este trabajo de equilibrar las cuentas sobre el hambre, la generalización de la miseria popular incluido el genocidio a largo plazo de los jubilados y pensionados, va acumulando malestar, odio y violencia en el conjunto de las masas laboriosas.
Ese estado de ánimo creciente que, en casos particulares se expresa mediante luchas y picos de resistencia, no encuentra forma franca de manifestarse por falta de una opción visible que permita ver claramente la posibilidad de salida a la crisis que estamos viviendo las mayorías populares. No hay duda que esa carencia influye, en casos, en inacción y cierta confusión.
Vivimos una misma crisis que envuelve tanto a la burguesía como al proletariado y el pueblo. Claro que con dos significados y efectos distintos y enfrentados.
La crisis capitalista es el embudo al que ha llevado la concentración mundial del capital. El propio mecanismo del funcionamiento del sistema ha profundizado las contradicciones insalvables en donde la competencia y el monopolio plantean un mundo sin fronteras dada la socialización mundial de la producción, a la cual hoy, se le quiere poner límites nacionales mediante la elevación de aranceles a los productos mundiales a los cuales pretenden identificar con banderas nacionales cuando cada parte de cualquier producto está construida por empresas de distinto origen y obreros de todo el planeta.
En medio de ese caos, sectores que dominan las finanzas transnacionales disputando con otros semejantes la apropiación de las riquezas producidas ya no sólo por empresas sino por los conglomerados mundiales de países, regiones y hasta continentes mediante el mecanismo de las deudas, intentan infructuosamente hegemonizar el rumbo político económico a favor de sus intereses particulares los cuales quieren hacer primar por sobre los demás.
El aquelarre en donde cada bruja pretende volar más alto, fomenta el enfrentamiento y prepara los escenarios para mayores y más generalizadas confrontaciones bélicas.
La burguesía no ve otra salida para la superación de su crisis y que el sistema vuelva a funcionar con posterioridad a una limpieza de todo cuanto lo traba que, es oportuno señalar, no es otra cosa que la propia superproducción provocada por la voracidad de ganancias infinitas y de mayor acumulación de capital. En una palabra, está encerrada en una contradicción que la lleva a la violencia para lograr sus fines.
Es inútil y malintencionado, a esta altura de desarrollo capitalista convertido en imperialismo el cual ha llevado a esta situación, tener expectativa en supuestas fuerzas políticas que defiendan esta democracia capitalista que ha desbarrancado a las formas políticas más reaccionarias.
Tal como lo planteaba Lenin el capital financiero, el imperialismo, tiende a la reacción.
En el otro extremo, los proletarios y pueblos del mundo y, particularmente, en nuestro país, se oponen a la guerra, a la reacción que no sólo plantea la confrontación entre países, entre razas, religiones y por una inventada exclusividad heterosexual, a la eliminación de los derechos y garantías y condiciones de existencia logradas con luchas y sacrificios de vida.
Esto se ha erigido como dique infranqueable frenando a la burguesía, que sin embargo avanza en sus medidas reaccionarias haciendo girar al revés la rueda de la historia, profundizándole sus desaciertos y crisis política obstaculizando y complicando sus aspiraciones de perpetuidad, hundiéndola en el descrédito y la inconsistencia de sus propuestas mentirosas que a todas luces generan desconfianza creciente entre las mayorías populares.
Esto confirma que la única salida que tenemos los explotados y oprimidos es la profundización de la resistencia a estas políticas, unir el proletariado y sectores populares formando una alternativa política y orgánica con base en la lucha y la acción, abrazarnos y practicar la lucha de clases contra la burguesía que sostiene tercamente este sistema que ya no tiene posibilidades históricas y que sólo puede sobrevivir a costa del sacrificio masivo de la humanidad.
Cada paso dado en ese sentido, por más pequeño que parezca, es un avance hacia la verdadera libertad.
[1] Ver la influencia de Elon Musk como miembro del gabinete de Trump, al que se suman Jeff Bezos, Marck Zuckerber, y otros.