Ocurrió hace unos días en Mar del Plata. El asesinato por parte de la policía de Matías Paredes (un joven de 26 años que era papá de una nena) cuando volvía en auto de la presentación de la camiseta de Alvarado junto a sus amigos, porque lo “confundieron” con un ladrón, demuestra con claridad que pueden cambiar los gobiernos y los discursos, pero “el gatillo fácil” sigue tirando y los muertos los sigue poniendo el pueblo.
Ocurrió hace unos días en La Quiaca, Jujuy. Ivo Rodrigo Torres, un joven de 22 años (estudiante de Turismo y perteneciente a la comunidad kolla) se convirtió lamentablemente en una nueva víctima cuando fue asesinado a balazos por Gendarmería al confundirlo, supuestamente, con un narcotraficante. Todo esto amparado por el Plan Güemes, del Ministerio de Seguridad de la Nación, que presentara el mes pasado Patricia Bullrich.
Podríamos seguir, pero con estos ejemplos es suficiente. Nunca tan cierta aquella frase que señala que violento es el sistema y violentas son las políticas del gobierno de los monopolios, más allá de quién ocupe los cargos ejecutivos.
Por más que los vientos que soplen por estos tiempos parecieran nublar cualquier razonamiento sensato, hay cosas que no sólo no cambian, sino que se reafirman: la crueldad es inherente al modo de producción capitalista, sostenido en la explotación del ser humano y con el control del Estado por la burguesía monopolista. Siempre presente, vale aclarar.
Esa crueldad se expande al conjunto de la comunidad, que se encuentra sometida a los antojos de una minoría dueña de todo, que se regodea en la soberbia y la impunidad.
Día tras día sufrimos el atropello y la opresión en las fábricas y en los centros laborales, en las escuelas y en los hospitales, en las calles y en los hogares, en los transportes y en los servicios públicos.
La barbarie nos gobierna y para ellos somos sólo un número.
El capitalismo es un sistema de destrucción y bajo la dominación de los monopolios no tenemos futuro. No importa que tenga “mala prensa”. La necesidad de una nueva sociedad, que ponga las cosas en su lugar, que coloque al ser humano como el centro de su interés, está hoy más viva que nunca.
Una sociedad en donde las relaciones humanas dejen la hipocresía y el egoísmo que nos impregna la corrupción capitalista y crezca la fraternidad. Esa nueva sociedad ya se está construyendo, aunque aún no aparezca nítida ante nuestros ojos.
Cuando se manifiestan en el seno de nuestra clase obrera y nuestro pueblo signos de una época de luchas políticas que ya no pueden disimularse ni ocultarse (por más que le pese a todo el aparato al servicio de los monopolios), cuando se los enfrenta, siempre habrá esperanza.
Millones nos rebelamos –de una u otra forma- ante las injusticias. Somos los que encontramos la dignidad peleando por nuestros derechos, ganando en cada conflicto mucho más que las reivindicaciones puntuales; porque conquistamos además el orgullo de soñar un porvenir, porque no nos resignamos a que todo siga igual.
¿Quién puede hablar de nuestros sueños y aspiraciones mejor que nosotros? ¿Quién puede imaginar un futuro sin nuestro compromiso y nuestro protagonismo?
Todo lo hemos conseguido así, con compromiso y protagonismo, siendo artífices de nuestro destino. Nadie nos regaló nada en esta sociedad donde gobierna el lucro y la codicia.
Cada conquista, cada derecho lo hemos alcanzado poniéndonos de pie, plantándonos, pero sobre todo, haciendo.
Desde la cuna sabemos que una acción vale más que mil palabras.
Y la acción es mucho más contundente cuando logra aglutinar esas fuerzas que van despertando, dando espacio a la solidaridad y al involucramiento colectivo. Y es aún más poderosa cuando muestra un horizonte, cuando señala una salida a toda esta podredumbre.
Para avanzar hacia esa nueva sociedad de verdad es imperioso abrir las puertas al compromiso y al protagonismo, con la generosidad que la tarea requiere.
Debemos verlos mucho más allá de lo coyuntural porque tiene un contenido político estratégico. Enfrentar al poder dominante, al gobierno de los monopolios en todos los terrenos, en lo económico, en lo social, en lo político y en lo ideológico, clavando estacas para construir una victoria definitiva de la clase trabajadora y el pueblo.