El dólar y la no ciencia económica de la burguesía


Gobierno tras gobierno, acompañados de un enjambre de economistas, financistas y empresarios de toda laya, los funcionarios de turno intentan equilibrar precios atando los mismos a la paridad del dólar.

Es tal la difusión de dicho mecanismo que contamina las mentes de toda la sociedad. Todo el mundo compara precios con el dólar… El kg. de carne cuesta tantos dólares, el pan, la manteca, los autos, los alquileres…

La comparación entre los precios de los bienes y servicios con el billete norteamericana es moneda corriente en muchos ámbitos. Esa práctica es común y correcta en determinados momentos, porque dicha moneda se utiliza como referencia entre los precios de distintos productos como si fuera una fotografía.

Toda moneda constituye un equivalente universal para un determinado mercado. De hecho, es uno de los roles que juega cualquier moneda… El peso también lo es.

El problema es cuando la moneda se utiliza como si esa referencia o equivalencia no sufriera cambios en el tiempo o como si el precio de las mercancías, no sufrieran variaciones diarias.

Así tenemos comentarios tales como que el dólar está bajo o está alto, lo cual puede expresar una parte de verdad. El problema, es ¿respecto de qué cosa estaría bajo o alto? Y aquí, lo que subyace es que el valor de todo lo producido nacionalmente no equivale al valor que expresa la moneda. Allí es donde se producen los cortocircuitos.

Los economistas, financistas y empresarios y pretenden atar al “valor” del dólar sus productos, los bienes que compran y todo tipo de transacciones. No hablemos de los funcionarios que hacen exactamente lo mismo.

Todos caen en el “error” inducido por el fetichismo[1] de la moneda.

Pareciera entonces que el dólar tiene un valor intrínseco al que deben someterse todos los productos existentes, independiente del transcurrir del tiempo. Aunque el tiempo por sí mismo no opera sobre la moneda. En tal caso, durante el tiempo es que el valor de los productos cambia y, con él, los precios (aunque en la era del capitalismo financiero o imperialismo, la relación entre valores y precios se relativiza mucho más que en épocas anteriores a dicha era).

Lo que debería reflejar el dólar o, por caso, cualquier moneda, sería el valor de la producción total de un determinado país, o su equivalente en valor relativo a cualquier moneda mundial. Pero siempre, sustentada en el valor de la producción que no es otra cosa que el tiempo de trabajo total consumido en la fabricación y elaboración de todos los bienes de cambio. Cuando esto no ocurre, todo se desequilibra y recrudecen los tira y afloja por el precio del dólar. Esta equivalencia debe comprender también la necesidad de una parte de billetes circulantes que permite realizar transacciones, cambios en la propiedad de los bienes, y hasta desecho de billetes gastados que ya no sirven para el manejo entre las personas.

Ahora, esos bienes que se producen, van cambiando sus valores a medida que el conjunto social va superando la forma en que esos bienes se producen, lo cual origina una disminución en el tiempo de trabajo en que se producen los mismos. Por eso entre los bienes tampoco se mantiene una relación de valores y precios fija. Ejemplo: ocurre que, en un momento determinado, un pantalón puede cambiarse por diez kgs. de carne. Pero resulta que los pantalones que antes se hacían en determinado tiempo de trabajo, gracias a la incorporación de nuevas y más perfectas máquinas, ahora se fabrican en menos tiempo de trabajo, mientras que la carne se sigue fabricando de la misma manera, es decir, en igual tiempo de trabajo.

Con ello, los pantalones tienen menos valor que la carne y, por lo tanto, también se modifica el equivalente en la moneda que representa sus precios. Y así ocurre con todas las mercaderías y bienes de uso. Por esa razón es imposible tomar como referencia estática el “valor” de cada una de ellas respecto del dólar al estilo de: “antes, con cien dólares compraba un pantalón o diez kgs. de carne, y ahora compro un pantalón y me sobra plata, aunque sigo comprando diez kgs. de carne. Estamos hablando de valor y de “valor”, asemejando este último entre comillas al precio por el cual se intercambian los bienes.

Aclaremos que los precios no reflejan necesariamente el valor de las cosas, aunque siempre hay una relación entre ambos. Pero también aclaremos que, en esta época del dominio del capital financiero, la especulación genera una distorsión mayúscula entre precios y valores y entre precios comparativos de las distintas mercancías.

De ahí, la desesperación de los economistas, funcionarios, empresarios y financistas de encontrar un ancla al cual fijar valores y precios, por lo cual recurren al dólar que es la moneda más habitual para las transacciones mundiales. Sin embargo, esto constituye no sólo un error que los lleva a profundizar el caos de precios y valores en el mundo sino también a alimentar el fetichismo sobre el poder de la moneda que, en realidad, no va más allá de ser un equivalente general temporal y no permanente.

La disputa actual entre economistas, empresarios y funcionarios sobre si el dólar está desactualizado o no, encubre la intencionalidad de sostener o aumentar ganancias por diversos mecanismos, todos en contra de los salarios, según los negocios en marcha que cada uno tiene. Pura especulación a favor de intereses particulares que se contradicen entre sí.

Para el caso de los asalariados, es falsa la comparación: Un bien, costaba tantos dólares y ahora cuesta más o menos dólares. De nada sirve comparar salarios, ingresos y bienes con el dólar si la producción de bienes está en permanente cambio y con ella la misma equivalencia en moneda. El salario es también la expresión del precio de la fuerza de trabajo o mano de obra, una mercancía para la burguesía, la cual se cuidan puntillosamente de ir depreciándola en el tiempo.

¿Cuál sería entonces para un trabajador la posibilidad de comparación para verificar su salario?

Ni más ni menos que el poder adquirir mínimamente la canasta familiar y, de allí en más. Es decir, todos los bienes que les permiten a él y su familia, vivir y reproducirse, entendiendo por tal, consumir los bienes necesarios para la época en que vivimos (vivienda, educación, salud, vestido, ropa, servicios –gas, agua, luz, transporte-, recreación y esparcimiento, etc.).

Hoy, la mayoría de los trabajadores estamos lejos de ese salario como condición laboral que determina también nuestra condición de vida. Como vemos, la barrera que nos impone la economía nacional burguesa, es de índole política porque la misma es el rasero con el que los capitalistas miden nuestras vidas, pues para ellos se trata de una masa global de precios de todo el país, que comparan con la masa global de salarios también de todo el país, aunque cada uno de los capitalistas atrincherado en su rama de producción pretenda, con mayor o menor éxito, sacar mayor tajada de su propio kiosco.


[1] Veneración excesiva de algo. Asignarle un poder superior a algo que, en realidad, excede su valor.

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