Un 1° de mayo que presenta nuevos desafíos a la clase obrera


Como decimos en la Columna que publicamos anoche en Youtube (https://www.youtube.com/watch?v=fY0pFFzDvA4) no vamos a hacer aquí un «saludo a la bandera» sobre el 1º de mayo. Estamos comprometidos hoy para que la clase obrera termine de romper con los aparatos sindicales empresariales, porque romper con ellos es romper con la concepción y la práctica de la representatividad burguesa que los sindicatos encarnan en los lugares de trabajo, cosa que -en el marco de la resistencia- sectores de nuestra clase ya lo viene haciendo.

El sábado 1° de mayo de 1886 estalla una huelga en Chicago, uno de los principales polos industriales del mundo en aquellos años. El 2 de mayo se producen violentos enfrentamientos entre la policía y una columna de 50.000 obreros. El 3 de mayo, en una nueva manifestación la policía reprime con balas de plomo dejando un saldo de 6 muertos. El día 4 de mayo, una nueva movilización es reprimida con un saldo de 38 muertos. La conflictividad obrera creció y para finales de mes muchísimos dueños de fábricas cedieron ante los reclamos y reconocieron la jornada laboral de 8 horas. De la movilización del 4 de mayo se realizó un juicio “trucho” donde se condenó a muerte a cinco de los ocho acusados, conocidos hoy como los “Mártires de Chicago”.

Estas son parte de las efemérides que pueden recordarse un 1° de mayo, pero no debemos hacerlo como una imagen “congelada” por lo que significaron aquellas históricas jornadas.

No solo significó una insurrección, fue una extraordinaria expresión de unidad de la clase obrera que, con una huelga política de masas, incluyendo la lucha de calles, derrotó a la burguesía en el reclamo económico (el límite de la jornada laboral) y en lo político demostró las posibilidades reales de conquistar reivindicaciones propias con una organización independiente. La lucha por la jornada de 8 horas pasó a constituirse en una lucha política internacional que enfrentaba al proletariado con la burguesía.

En la Argentina de hoy, la clase obrera transita una etapa de resistencia que –más allá de sus altibajos naturales- se encuentra en un ascenso sostenido.

Hay tres elementos centrales en los que nos queremos detener:

Primero trabajar para que las y los trabajadores se reconozcan como parte de una misma clase, independientemente de las ramas laborales, haciendo pesar un sentimiento colectivo de intereses antagónicos con la burguesía, y buscando una unidad superior, elevando los niveles de organización, enfrentamiento y masividad.

En segundo lugar, construir organizaciones obreras verdaderamente independientes de cualquier institución del Estado. Formas de organización sindical discutidas y decididas por los propios obreros, organizados de manera directa, y no por ningún estatuto burgués de cómo debemos organizarnos.

Por último y no menos importante, la necesidad de la organización de la clase en su partido, un partido revolucionario en busca de su emancipación.

Los y las revolucionarias tenemos hoy la enorme tarea de reconstituir las mejores tradiciones de organización y lucha del proletariado internacional. La lucha no sólo es teórica, política y económica, sino que debe abordar los problemas eminentemente prácticos.

Rescatar las verdaderas formas de organización de nuestra clase implica, hoy más que nunca, salir a construir democracia obrera en cada puesto de trabajo, discutir, decidir y ejecutar todo en asamblea, conformar agrupaciones y organizaciones de base que rompan abiertamente con el sindicalismo empresarial representativo, regulado por el Estado, formador de burocracias de izquierda y de derecha. Ese es el único camino real para avanzar hacia la unidad de la clase obrera y conquistar no sólo una mejora en la jornada laboral y salarios dignos, sino un horizonte revolucionario para la liberación de la humanidad de la explotación asalariada.

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