El brazo ejecutor del crimen de lesa humanidad en Gaza es el Estado Sionista genocida de Israel. Los últimos bombardeos han matado de a cientos de personas por día, entre niños, mujeres y ancianos, pero la matanza de palestinos, su opresión infinita, el hostigamiento, la ocupación cada vez más intensiva de territorios por parte de los criminales llamados “colonos” ocurre desde 1948.
Según un artículo de Prensa Latina publicado en mayo de 2024, Israel había matado a 134.000 palestinos, con lo cual, a la fecha, podríamos decir que el genocidio asciende a cerca de 200.000.
Dirigiéndose al mundo, los medios burgueses y los gobiernos de dicha clase vociferan que el conflicto se inició con el ataque que Hamas perpetró en octubre de 2023 contra personas que festejaban la Simjat Torá, con un saldo de cerca de 1200 israelíes muertos (766 civiles, 36 niños y 373 miembros de las fuerzas de seguridad más 251 adultos secuestrados).
A partir de dicha fecha, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, a la cabeza del gobierno, comenzó una escalada militar que rápidamente mostró su cara genocida y la indisimulable intención de utilizar dicho hecho como pretexto para exterminar a miles de palestinos y echarlos del territorio de Gaza para anexarlo a Israel.
Simultáneamente, y como parte de su intención de borrar del mapa a Palestina, en Cisjordania se incrementaron los hostigamientos, ejecuciones, robos y expulsión de palestinos por parte de los criminales que el Estado israelí alienta, y el mundo “occidental” denomina “colonos” quienes no son más que criminales con licencia de corsos. Los ataques a Siria y Líbano van en el mismo sentido de extender sus fronteras.
Desde el mencionado ataque de Hamas hasta hoy, se reconocen más de 60.000 muertos entre los que hay al menos 26.000 niños y más de 10.000 mujeres civiles. El bombardeo y destrucción de hospitales y centros de salud ha sido sistemático. Más de 110.000 heridos y 14.500 desaparecidos engrosan la lista de víctimas. A ello debemos agregarle el crimen lento del hambre y la desnutrición impidiendo que lleguen alimentos, el acceso al agua y ayuda humanitaria.
Mientras tanto, los gobiernos e instituciones mundiales, con Estados Unidos a la cabeza, soporte y mentor esencial del Estado Israelí, destinan billones de dólares para “ayudar” a Ucrania contra el Estado capitalista ruso, con el que negocian paz a cambio de tierras raras para sus negocios, no mueven un dedo (ni unos ni otros) para sancionar a Israel, o frenar la matanza y destrucción masiva, por el contrario, avalan a dicho Estado o miran para otro lado y, algunos, mal actúan un repugnante y falso repudio verbal que no hace mella al terrorismo sionista.
Por su parte, en una actitud opuesta, los pueblos de esos mismos Estados cómplices, manifiestan su indignación y repudio al genocidio palestino en manifestaciones masivas como las realizadas en Egipto, Inglaterra, España, Francia, Líbano, Marruecos, Yemen, Jordania, Escocia, Dinamarca, Brasil, Perú, Colombia, Venezuela, Malasia, Nueva Zelanda, Australia, y la más reciente de Países Bajos que reunió a unas 100.000 personas, sólo por nombrar algunos.
La oposición entre la justificación de la guerra de los mencionados Estados por un lado y por el otro, los pueblos frente al genocidio israelí contra palestina y en oposición a toda guerra, es una expresión del antagonismo entre la burguesía y la clase obrera mundial y los pueblos oprimidos.
Ese antagonismo propio del capitalismo, en su fase imperialista, la cual lleva ya casi un siglo y medio, se exacerba con cada crisis del sistema, abona la beligerancia mundial y multiplica la explotación y la violencia contra las clases oprimidas (proletarios y sectores populares) al interior de cada país.
El genocidio palestino, al igual que cualquier guerra, sólo será posible frenarlo con la intensificación del enfrentamiento de proletarios y pueblos en contra del capitalismo en cada país, como eslabones de una cadena mundial que debe pulverizarse.
Organizar la lucha de clases no es sólo la conquista de mejoras en los ingresos y libertades políticas ganadas a cada Estado al servicio de la burguesía, sino también abunda en el debilitamiento de la explotación, ganancias y apropiación de bienes, mercados y territorios, de la burguesía mundial, verdadero combustible de las guerras y genocidios que sufrimos como humanidad.
La pelea entre el capital y el trabajo asalariado no es una discusión de ideas que pueda resolverse en una mesa de negociación como hipócritamente repite la burguesía, por el contrario, el genocidio palestino, las decenas de guerras en el mundo, la degradación del planeta, el hambre y la miseria crecientes, son aspectos inseparables de una lucha práctica entre clases antagónicas en la que la vida de las mayorías populares depende de la derrota de la minoría explotadora y sanguinaria… Y esto es un tema que sólo pueden resolver los proletarios y pueblos oprimidos por su cuenta sin esperar nada de nadie más.