¿Alguien puede suponer que es posible el avance de los intereses obreros y del pueblo oprimido sin una organización que sintetice y resuma esas aspiraciones y esas disposiciones y que, desde allí, esboce líneas de acción, tácticas y estrategias que allanen el camino?
El debate sobre la necesidad de fortalecer el partido revolucionario está indisolublemente ligado al debate sobre el papel de la clase trabajadora, sobre la responsabilidad histórica de convertirse en la clase dirigente del proceso revolucionario, de acaudillar a todo el pueblo, encolumnarlo en el enfrentamiento a la dominación monopolista. No puede comprenderse a fondo la razón de ser del partido, sin definir el marco de la lucha de clases, y los roles de cada cual en ella.
La clase obrera ocupa un lugar clave en la sociedad; desde sus manos salen las mercancías y todos los productos básicos para la vida social, abasteciendo con su trabajo, y con la calidad del mismo, a toda la comunidad. El desarrollo social de la producción ya no puede ocultarse.
Los capitalistas -frente a cada conflicto obrero- lo que primero intentan es negarlo, y si no lo logran, lo utilizan como ariete para tratar de enfrentar al pueblo con las y los trabajadores en lucha. “La responsabilidad social” de las y los trabajadores son parte del arsenal que la santa alianza de Estado, empresas y sindicatos, esgrimen para justificar el sometimiento y la explotación.
Bajo la tramposa lógica del capital y una vez concluida su labor, la clase obrera pasa a ser una especie de masa deforme desmovilizada, un conjunto de individuos dispersos desvinculados de cualquier debate como clase social; “de casa al trabajo y del trabajo a casa” fue el lema burgués con que se intentó congelar el protagonismo clasista que dio origen, por ejemplo, entre otros, al mítico 17 de octubre de 1945, nacido en los frigoríficos del conurbano sur de la provincia de Buenos Aires
Paradójicamente, por estos días este debate vuelve a ponerse sobre la mesa con la confirmación de la condena por corrupción a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Esas mismas estructuras sindicales y políticas, cómplices de las gerencias empresariales, apretadoras y perseguidoras de trabajadoras y trabajadores combativos, intentaron en estos días salir a caminar las fábricas convocándonos a “defender el destino de la República y la democracia”, buscando generar “un nuevo 17 de octubre”, pero esta vez de cotillón. O los llamados “a la resistencia” que culminen “en el balcón de Cristina” en el barrio de Constitución.
Porque quienes padecemos hace años el brutal autoritarismo de los sindicatos en los frentes fabriles y en los lugares de trabajo, viendo no sólo cómo se cagan en “la democracia” sino cómo combaten y persiguen cualquier vestigio de organización obrera, sabemos fehacientemente que estos nefastos personajes no sólo no nos representan hace años, sino que forman parte de las fuerzas que debemos combatir, son parte de la burguesía.
Por eso, cada intento de intervención colectiva como clase por parte de las y los trabajadores, es visto por la burguesía como un desafío a su orden (y tienen razón) y, en consecuencia, pasible de disciplinamiento y represión.
La clase obrera por su posición social y por su accionar colectivo puede (y debe) disputarle a la burguesía la utilización y el destino de los bienes y las ganancias que surgen de su trabajo, rompiendo el mecanismo mezquino de la apropiación privada de una producción cada vez más socializada, para volcarla en beneficio del progreso social y a la dignidad humana.
Este es el papel histórico que guarda “bajo 7 llaves” toda la burguesía –se pinte del color que se pinte- papel que revolucionarios y revolucionarias reivindicamos, poniéndolo como eje central de la discusión.
Si la clase obrera tiene una misión estratégica, la organización de esa misión adquiere la misma importancia y calidad.
El partido revolucionario de la clase obrera es la respuesta orgánica para esa responsabilidad y ese desafío, es el intelectual colectivo de sus intereses históricos y estratégicos.
Su función es convertirse en dirección política, indispensable para la derrota económica, social y política de la burguesía, transformándose en la herramienta que oriente la destrucción del aparato de dominación monopolista y la construcción de una verdadera sociedad libre, sin explotadores ni explotados.