Milei, el «paladín de la libertad y de la anticorrupción» ejerce en forma autocrática la más perversa corrupción y el ataque más furibundo contra la libertad y la democracia, reflejando, de la forma más fiel, el espíritu de la clase burguesa a la que sirve.
Los fuegos artificiales entre las estructuras políticas del peronismo, los libertarios, los partidarios del PRO y otros sectores políticos burgueses son, para nosotros, totalmente secundarios, aunque estén colgados como noticias principales en todos los medios masivos de difusión, las instituciones del Estado y de la sociedad en general, las redes sociales y todo cuanto constituye el engranaje del sistema.
A no confundirse entre las trampas de las falsedades y mentiras con las que nos pretenden involucrar en sus asuntos, porque cuando afirmamos lo anterior, nos referimos a la situación del proletariado y de las mayorías populares oprimidas.
Desde esas usinas, desfilan ante nuestro ojos los más diversos “problemas políticos” que nada tienen que ver con nosotros, es decir, con quienes trabajamos todos los días por un salario o por un ingreso paupérrimo, los que recibimos jubilaciones y pensiones de sobre vida que ni siquiera alcanzan para ello, los que luchan contra la tormenta del hambre sin posibilidad de ingresos más o menos seguros, los jóvenes y niños que emprenden el sinuoso camino colmado de obstáculos del estudio y la formación profesional que los prepare para poder trabajar y ganar el pan diario… etc.
Nuestros problemas no tienen nada que ver con los falsos números de los negocios y las finanzas, de los cargos electivos para ocupar los puestos de la política estatal, de los nombramientos de jueces, de los juicios cruzados entre funcionarios y ex funcionarios, pues de todo ello, sólo recibimos el salario, los ingresos paupérrimos de nuestro trabajo, el desprecio de los funcionarios estatales, la represión como respuesta a nuestras demandas sociales, las injusticias del aparato judicial que sólo castiga con rigor a las mayorías populares, genera falsas expectativas que engañan y dan largas a nuestra agonía como sociedad.
Nuestros problemas políticos son nuestras condiciones de vida cada vez más empobrecidas, el engaño de una falsa democracia que ni la burguesía respeta, el ejercicio de la acción en contra del fracasado sistema capitalista que pone grilletes a nuestra libertad a la que aspiramos las mayorías que hacemos funcionar el país con nuestro trabajo y solidaridad de clase.
La rebeldía e insubordinación a las imposiciones autocráticas de la clase burguesa, el ejercicio de la democracia directa (la única democracia verdadera), la unidad y organización de la clase obrera, el proletariado en general y sectores populares oprimidos, son los aspectos políticos que tenemos que generalizar y extender para acabar con tanto oprobio, avanzando así hacia el objetivo de emancipación de las cadenas que nos impone la burguesía sosteniendo un sistema que ha fracasado en nuestro país y en el mundo.
Un sistema que nos conduce con fuerza hacia la guerra y la destrucción, no sólo de los pueblos que están siendo diezmados sino de toda la humanidad, al que sólo frenaremos en su tendencia, profundizando la movilización y la lucha por la paz mundial y en contra de las invasiones entre países. Y eso sólo se garantiza luchando en cada país en contra del poder burgués que necesita de esta agresividad para sostener sus negocios y el sistema capitalista, aunque esto sea una contradicción en sí misma.
La profundización del enfrentamiento hacia las decisiones que, en nombre de la Nación, toman los funcionarios de los gobiernos de turno, es el único camino que puede llevarnos a sacarnos de encima esta peste capitalista encarnada en la clase burguesa que nos gobierna e impone las condiciones de explotación, desigualdad, injusticia, corrupción, autoritarismo y pobreza cada vez más profunda, al tiempo que se enriquece a nuestra costa.
Esta y no otra, es la política a la que nos referimos cuando hablamos de política proletaria y popular. Una política revolucionaria que dé vuelta la tortilla y que ponga de pie lo que hoy está de cabeza: la riqueza para quienes la producimos y la expropiación para los parásitos que deciden en nuestro nombre para beneficio de ellos.
La clase productora de toda la riqueza y servicios, es decir, el proletariado y, en particular, el proletariado industrial, es la única que tiene el poder -emanado de la producción que tiene en sus manos- de unificar a todo el pueblo oprimido y llevarlo de la mano de su partido revolucionario y las organizaciones políticas de masas, hacia ese objetivo emancipador.