En un pueblo de Omán, país rodeado de desierto, existe un pueblo que cuida del agua por más de 5.000 años. Actualmente existen los “maestros del agua” (también conocidos como guardianes del agua), que se dedican a cuidar el canal que transporta el preciado recurso con las mismas técnicas de sus antepasados. Son “maestros” puesto que educan a las nuevas generaciones en el cuidado del canal, pero por sobre todas las cosas, en el uso del agua para beber y regar lo que se produce en frutos y hortalizas.
Cuando venimos a nuestra realidad recibimos un golpe certero a nuestra “mandíbula”: los zares del agua van por profundizar el negocio y sus ganancias a costa de la impunidad contra los trabajadores y para una sociedad como la nuestra, castigada por el capital financiero más concentrado.
El uso indiscriminado del vital recurso por parte de empresas monopolistas (minería, extractivismo, fracking, entre otros) es propio de un sistema que produce “para la nada” en relación a las necesidades básicas de la población. Esa producción que solo responde al “mercado” es una producción anárquica propia del sistema capitalista.
A ese uso indiscriminado del agua y de otros recursos naturales y humanos solo lo mueve la sed de ganancia.
En momentos como los que estamos viviendo, de una caída brutal de las condiciones de vida, la clase dominante nos ha impuesto la idea que el servicio de agua y tantos otros hay que pagarlo, que la actualización tecnológica, que el mantenimiento del sistema, que su ampliación etc. tienen un costo y ello hay que solventarlo. A tal punto han metido esa idea que una buena parte de la población expresa ese servicio como si fuese un pago de impuesto. No es casual ni tan equivocado.
No nos proponemos retroceder la historia para el tratamiento del agua y su uso, pero sí venimos de una historia de la relación entre la sociedad humana y el agua que muy poco tiene que ver con el mercado del agua y la apetencia de ganancia que provoca en lo más concentrado del capital.
En esa historia de relaciones el presente nos indica que así las cosas están muy mal.
El negocio del agua que hacen muy pocos monopolios y que utilizan otros pocos, afectan a las grandes mayorías. No solo en la calidad y cantidad que se vuelca al pueblo, sino que como “impuesto” o servicio, (o como se lo quiera llamar) se transforma en una herramienta más de expropiación lisa y llana de nuestro actual salario.
Esto es capitalismo y la resistencia de los trabajadores y trabajadoras dan muestras que la resistencia pasa por enfrentarlos en las condiciones actuales que se puedan.
Sin embargo, es prudente asociar este saqueo a nuestro pueblo al sistema capitalista que defiende gobierno tras gobierno para responder a las necesidades del capital más concentrado.
Y es aquí en donde cabe la pregunta; ¿se puede hacer otra cosa?
En principio profundizar la resistencia como se la está haciendo. Se enfrenta, se generan nuevas organizaciones de carácter autoconvocado y las metodologías avanzan hacia una democracia directa. Se está quebrando la institucionalización que pretende la clase dominante. Todo está sumando para frenar el plan del gobierno.
Pero es un momento donde se hace perentorio poner sobre la mesa el programa revolucionario por el cual nuestro partido pone sobre el tapete la lucha política que exprese el antagonismo entre las clases en disputa.
Cuando el gobierno dice que no hay plata miente. La clase burguesa “nunca tiene plata” pero sí es cierto que hay una mentira más grande: cuando dicen que esa plata se la ganaron de buena ley, ocultan que esa “platita” fue generada por la clase productora, que es la clase obrera, esa riqueza que ellos poseen se la generó el trabajador.
Si los trabajadores y trabajadoras generamos la riqueza y no tenemos nada, se trata entonces que esa riqueza que generamos quede en nuestra clase, y es aquí en donde el tema del agua sirve como muestra.
Nos dicen que hay que cuidar el agua. Es una verdad a medias. Es cierto que debemos cuidar el agua, pero ellos, los monopolios nos piden cuidar el agua a nosotros mientras ellos despilfarran infinitas veces más que la población.
Al producir para las ganancias, para el mercado, son impunes, y para avalar legalmente ese robo a través de sus parlamentos e instituciones, legalizan el saqueo.
La utilización del agua para la “nada misma”, solo para el enriquecimiento de unos pocos cada vez más concentrados.
Pero esta resistencia la tenemos que asociar para realizar cambios profundos. Se necesita asociar, por ejemplo, la lucha actual por el agua a un cambio de sociedad que permita que el agua esté en función de la humanidad. Estamos hablando de una sociedad socialista y de una resistencia que se encamine a la lucha por el poder.
Ese poder que se está amasando desde esta resistencia debe asimilar desde cada trinchera que quienes generamos las riquezas, las mayorías explotadas y oprimidas, podremos construir una sociedad justa. Sabremos cuidar el agua porque será nuestra.
Hay ciertas cosas que el proceso revolucionario irá aprendiendo sobre la marcha, pero sí es cierto que de un día para el otro el tema del agua o tantos otros tendrán una respuesta inmediata que favorezca la relación de la sociedad humana con la naturaleza en beneficio simultáneo.
Aparecerán entonces los verdaderos “maestros” del agua que hoy están siendo castigados con despidos, sanciones y bajas del poder de compra del salario.