Ayer, la multitud furiosa arroja al río, semidesnudo, al ministro de finanzas de Nepal.
Fueron imágenes que recorrieron el mundo cuando un gran movimiento popular salió a las calles en defensa de sus derechos políticos.
Hace poco en Kenia se produjo otro levantamiento de masas de características similares, y sucede lo propio en Senegal; todo esto en un marco donde el rechazo al genocidio provocado por Israel-EEUU se va ampliando por todo el mundo.
Hoy se desarrolla una jornada de protestas masivas en Francia bajo el lema “Bloqueemos todo”, con enfrentamientos en París, Marsella, Estrasburgo, Rennes, Lille y Lyon.
Estas expresiones visibles son la punta del iceberg, detrás de esto y algo más… La clase obrera sigue afirmando su comportamiento de clase en muchos países del globo.
Las cadenas de suministros (“las venas abiertas” para los negocios de lo más concentrado del capital) se siguen viendo afectadas cuando las huelgas portuarias, ferroviarias, aéreas las paralizan por reclamos económicos y políticos. Ya no son garantía de “libre” tránsito de mercancías.
Es una ola proletaria que no ha nacido por estas horas. Es un proceso de acumulación de largos años luego de la embestida furtiva de la clase dominante allá por los años 80 y 90 del siglo pasado.
Las instituciones burguesas hacen agua y vemos cómo las creadas luego de la segunda guerra mundial han dado paso al caos político, por ejemplo, en las Naciones Unidas.
Si recorremos país por país veremos como una marea humana reclama y aspira a ampliar sus derechos políticos. Y a la vez, esas aspiraciones democráticas de los pueblos van chocando, inevitablemente, con la necesidad de la burguesía monopolista de recortarlos.
La lucha de clases se está expresando en lo que ya es visible, pero sobre todo en lo que se oculta o que intencionadamente no aparece como lucha de clases.
Un ejemplo claro ha sido nuestro propio ejemplo como pueblo, pero sobre todo cómo la clase obrera industrial, en los ejemplos cotidianos que venimos publicando en nuestros medios de propaganda, viene asestando duros golpes al gobierno, y con ello a toda la institucionalidad.
Esa lucha de clases que se expresa, aunque aún no visible, también apareció en las urnas y “las no urnas”. Se castigó al gobierno con el voto y se castigó a la clase dominante, cuando el abstencionismo y el voto en blanco fueron los protagonistas del golpe al plan de gobierno.
El plano internacional y nacional de la lucha de clases están cada vez más relacionados. Y fenómenos como el de nuestro país se están sucediendo incluso en países donde existe una aparente centralización del poder político. Esa “parte de la verdad”, la centralización política va acompañada de “la otra parte de la verdad” que es la lucha de clases.
Esos pueblos viven el derrumbe de sus “sueños”, son pueblos que “accedieron a la clase media” pero ahora viven el dolor proletario. Producen riquezas trabajando de sol a sol, superexplotados y las nuevas generaciones “no quieren trabajar”. Hablamos de China, de los “tigres asiáticos”, del propio Japón. Ni que hablar del descenso abrupto de las condiciones de vida de los proletarios de Europa y del propio EEUU.
Esa ola gigantesca de malestar que recorre la humanidad es la lucha de clases. Y en ese caminar está contando la experiencia de 4 décadas, en donde la burguesía arrinconó al proletariado. Muchos pueblos, su clase obrera, han vivido por experiencia propia el caos que produjo el sistema capitalista, “nadie se lo ha contado”.
Ese proceso que se está transitando en un marco en donde las ideas de revolución social comienzan a recorrer las mentes de nuevas generaciones que -como hemos visto- enfrentan “sin piedad” las instituciones burguesas.
Es también este un marco de resurgimiento de las ideas de revolución social, donde la clase dominante cada vez más concentrada debe recurrir una vez más a las guerras interimperialistas.
Pero lo “nuevo” no está en el poder burgués, lo nuevo está cuando los pueblos del mundo rechazan las guerras.
Los negocios de la guerra interimperialista están muy a la vista. Es una época en donde el capital se presenta sangriento como lo es, no puede esconder su voracidad y entre ellos disputan por las riquezas que no les pertenecen al ser clase parasitaria.
Israel-EEUU y el genocidio contra el pueblo palestino es la expresión política y más cabal de cómo se presenta a los ojos de los pueblos del mundo la lucha por intereses estratégicos de todo orden.
Son los pueblos que se están movilizando mientras los Estados hacen la vista gorda a tamaña afrenta a la humanidad. Más allá de alguna agitación política, los Estados capitalistas que comercian con Israel están sosteniendo el genocidio. Hay contadas excepciones que sí actúan, pero quienes debería pesar para parar ese genocidio prefieren el negocio, fundamentalmente el de las armas y de reconstrucción de lo destruido.
Países de occidente y de oriente son cómplices, pero puertas adentro de sus propios Estados todo hace pensar que la movilización no se detendrá y la misma ya está creando crisis políticas al interno de sus dominios.
La crisis de superproducción del sistema capitalista crea el caldo de cultivo para las guerras, 57 en vigencia a nivel global. La burguesía necesita “quemar fuerzas productivas” humanas y materiales. A modo de ejemplo, los tanques soviéticos que tenía Polonia y se los vendió a Ucrania se “agotaron” en la guerra de Rusia-Ucrania. Pero esa voracidad capitalista se va chocando, irremediablemente con lo nuevo que los proletarios del mundo están expresando en el ensanchamiento de las aspiraciones verdaderamente democráticas en una resistencia al capital de una amplitud inaudita.