Un discurso presidencial que mostró la debilidad a propios y extraños


A la defensiva tras el golpe recibido en las elecciones de Buenos Aires —donde el 52% del padrón (entre no votantes, votos en blanco y anulados) dio la espalda no sólo al gobierno sino también a toda la parafernalia electoral—, sumado a quienes votaron a La Libertad Avanza para impedir el triunfo del peronismo y a quienes votaron al peronismo para frenar a La Libertad Avanza (dato no registrado oficialmente pero presente en encuestas callejeras), el Poder Ejecutivo encabezado por Milei se vio obligado a presentar el presupuesto 2026 en el discurso transmitido anoche por cadena nacional.

El mensaje puede dividirse en dos partes.

La primera, plagada de mentiras recicladas sobre la teoría del derrame —reformulada como “lo peor ya pasó”—, prometió un país que, en treinta años, ocuparía el podio de las naciones más desarrolladas. Prometió aumentos que no son tales: por ejemplo, una partida de 4,8 billones de pesos para universidades, cuando estas reclaman un piso de 7,3 billones para funcionar mínimamente. Ni hablar de la burla artera del 5% prometido para asignaciones por discapacidad, el mismo porcentaje para jubilaciones, y un 17% para salud, aclarando que serían “por encima de la inflación”. Aunque más adelante advirtió que, si se compromete el equilibrio fiscal, las partidas deberán achicarse.

Cinismo e intento de engaño que, previsiblemente, tendrá escaso efecto entre una población oprimida, harta de falsedades y de la existencia miserable que sobrelleva. Una población que necesita y aspira a tener pájaro en mano y no cien volando. Los tiempos de patear la pelota hacia adelante se acortan al ritmo de la creciente resistencia de trabajadores y sectores populares.

La segunda parte del discurso estuvo dirigida a la burguesía altamente concentrada, asegurando que el equilibrio fiscal será sostenido a capa y espada. Sin nombrarla directamente —o más bien mediante el eufemismo de “crear condiciones para el capital”— se refirió a la flexibilización laboral, al deterioro de las condiciones de trabajo y a la eliminación de impuestos que “atentan contra la producción y la propiedad privada”.

En síntesis: todo para el capital, a costa del trabajo asalariado y no registrado, encubriendo la explotación de la fuerza de trabajo bajo el manto del monotributo o directamente del trabajo en negro.

Allí se zambulló el discurso del gobierno, en medio de un descreimiento cada vez más generalizado, no sólo hacia el partido gobernante sino también hacia una oposición que no ha movido un dedo para frenar esta política de saqueo y empobrecimiento de los sectores populares.

Fuera de los discursos, ningún partido opositor llamó a la rebeldía ni a la movilización desde los centros de producción para frenar el saqueo. Tampoco lo hizo la CGT, que se autotitula peronista. Esta se vio obligada a mover su aparato y proyecta manifestarse en las calles para acompañar el reclamo universitario. Sindicatos enrolados en dicha central hicieron lo propio, como en la rama metalúrgica, ante conflictos como los de Ternium y Vasalli.

La burguesía sabe que el actual gobierno está haciendo lo que ningún otro —ni anterior ni posterior— quiso ni querrá hacer, pero que todos consideran necesario: despejar los escollos que impiden al capital avanzar en un nuevo ciclo de acumulación, con condiciones laborales y de vida cada vez más paupérrimas para las masas trabajadoras y populares, a fin de sostener y, si es posible, acrecentar sus ganancias.

Sin embargo, esta unidad frente a su oponente de clase no está exenta de profundas contradicciones y disputas, montadas sobre intereses particulares que empujan a cada sector a exigir mejoras urgentes para obtener ventajas frente a sus competidores.

Todos saben —contrariamente al discurso del consenso— que las disputas entre capitales se dirimen por la fuerza del volumen que cada uno representa, y no por otra cosa. Esto facilita la contienda entre grandes y pequeños, pero se complica enormemente cuando la disputa es entre grandes jugadores, como ocurre hoy en Argentina y en el mundo, escenario que confirma lo dicho, incluso con guerras mediante.

Claro que, como sucede a escala planetaria, en nuestro país estas disputas se desarrollan en el marco de las aspiraciones democráticas de los pueblos, por mejoras en sus condiciones de vida y libertades políticas. Lo cual incide, a su vez, en el desarrollo y profundización de las contradicciones del capital, que día a día muestra con mayor claridad su descomposición y su tendencia a la desaparición del sistema que lo reproduce: el capitalismo.

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