Los informes de tres bancos de inversión coincidieron en reclamar al gobierno la acumulación de reservas en dólares, como condición para garantizar el pago de los vencimientos de deuda que alcanzan cifras multimillonarias.
El suizo UBS, el británico Barclays y el estadounidense JP Morgan (este último con más de media docena de sus “ex” empleados en puestos claves en las áreas de economía y cancillería), más allá de brindar elogios al programa que viene ejecutando el gobierno, hicieron hincapié en el reclamo mencionado. A ellos se sumó la funcionaria del FMI, Julie Kozack, con la misma advertencia.
A pesar de ello, el gobierno nacional se sostiene en ejecutar enjuagues financieros de todo tipo para mantener el precio del dólar y evitar una devaluación que impactaría directamente sobre los ingresos de la población, ya deteriorados casi hasta el límite.
Un deterioro que se ha agravado en las últimas semanas. A los aumentos mensuales en transporte, servicios, alquileres, se le ha sumado una andanada de incrementos en los alimentos como la verdura, la carne, los lácteos. La promocionada baja de la inflación se sostiene en un achatamiento colosal del salario (con ramas de la producción que no reciben aumentos hace más de 11 meses). A ello hay que sumarle el pago de sueldos en cuotas o con atrasos de uno o dos meses, las suspensiones, los despidos. Así y todo, con una caída de la actividad económica a niveles de la pandemia, los precios siguen subiendo y provocan un malestar generalizado que, si bien no se expresa en grandes manifestaciones de lucha, existe objetivamente.
Ante este cuadro, se entiende que la intención del gobierno sea que no se produzca una devaluación del peso. Por un lado, para mantener una ficticia “primavera” en los sectores con capacidad de consumo que aprovechan un dólar bajo. Por el otro, para impedir que ante la grave situación social y económica de amplias capas de la población, se produzcan reacciones de descontento incontrolables.
Este panorama, acompañado de las contradicciones inter burguesas y la crisis política del sistema, indica que la situación sigue prendida de alfileres. Tanto en lo económico como en lo político. La euforia del gobierno, y de la burguesía en general, por el “triunfo” electoral quiere ser aprovechada por la clase dominante para seguir avanzando todo lo posible en las reformas y medidas que atacan al proletariado.
Si bien hay sectores monopolistas que comienzan a hacer públicas sus quejas ante los efectos de la política del gobierno respecto de sus negocios, como el caso de Paolo Rocca del Grupo Tenaris o los empresarios de la construcción, la burguesía en su conjunto opta por unificarse en torno al gobierno en pos de lograr las reformas estructurales que vienen persiguiendo desde hace años; en particular, la reforma laboral.
El proceso de concentración y centralización de capitales está actuando como lo que es, un proceso objetivo y característico del modo de producción capitalista, al mismo tiempo que se lo incentiva con las medidas gubernamentales. En ese proceso, hay sectores que quedan a la vera del camino y hay otros que se harán beneficiarios de esa concentración ocupando el lugar de los desplazados. Sin lugar a dudas, habrá un momento que esas disputas se harán más virulentas. Pero en lo inmediato, quedan en un segundo plano ante la urgencia de continuar avanzando en contra de las condiciones de vida del pueblo trabajador.
A este escenario suma que la resistencia obrera y popular, aun cuando se mantiene en algunas zonas del país como la Patagonia en reclamo de puestos de trabajo, o en Mendoza para preservar la ley que impide la explotación minera, está atravesando una retracción respecto de la intensidad con la que se venía manifestando hasta hace poco tiempo atrás. El promocionado “triunfo” electoral del gobierno hizo mella en sectores de las masas respecto del ánimo y la disposición a la lucha. También influye, y mucho, la necesidad de paliar las necesidades más inmediatas ante la realidad de salarios que alcanzan cada vez menos.
Estos vaivenes, propios de una etapa de resistencia, deben ser apreciadas como una característica particular del momento de lucha de clases que se atraviesa. Y en el marco de lo que mencionábamos anteriormente, la fragilidad de la situación económica, política y social. Con ello queremos expresar que el gobierno puede manifestar una fortaleza que, al mismo tiempo, tiene una debilidad estructural.
Del mismo modo, el descenso en el ritmo e intensidad de la resistencia no significa que la misma haya cesado; más bien atraviesa un período en el que el movimiento de masas debe asimilar el momento político para recuperar nuevo vigor, inevitable ante la persistencia del ataque contra las condiciones de vida y de trabajo de amplísimas capas de la población.
Las fuerzas revolucionarias debemos persistir en la agitación, la propaganda, la explicación del momento, en organizar de lo pequeño a lo grande las fuerzas que se disponen a ello, pero fuerzas al fin. Relacionar los padecimientos y dolores cotidianos de las masas con la política general del gobierno y la clase que lo sostiene, con una propaganda específica en cada lugar de trabajo, estudio, vivienda, que ayude a sostener la moral y la expectativa de combate.
Lo complejo del momento político es lo complejo de la etapa de lucha de clases que atravesamos. Como ha sucedido en otras ocasiones, más o menos lejanas, las fuerzas revolucionarias debemos sostener la iniciativa política aun cuando las respuestas y la reacción del movimiento de masas no se manifieste. Esa persistencia, esa conducta política, derivará en nuevas etapas de lucha y de organización.