Cuando cae la dictadura militar argentina en 1983, el pueblo sintió y vivió como un triunfo propio el haber derrotado a los militares. Muestra de ello es que los años posteriores se sucedieron impresionantes movilizaciones de masas para hacer valer los derechos políticos, sociales y económicos que la democracia burguesa amenazaba a cada momento con querer cercenar. Sin embargo, los ideólogos burgueses machacaron con la tesis de que la caída de la dictadura fascista había sido producto de los propios errores de la misma, y no de la movilización y la lucha obrera y popular. Por aquellas épocas, los mismos ideólogos, con la ayuda interesada de muchos “ex revolucionarios”, levantaron la teoría del posibilismo; esta hacía su acento en que lo alcanzado era lo posible y mejor no agitar olas, no fuera cosa que perdiéramos lo poco que logramos por quererlo todo. De esta manera, la legitimidad de la democracia burguesa no podía ser cuestionada, se agitaban los fantasmas golpistas, se decía que más no se podía pretender.
Después de la crisis de 2001, la burguesía monopolista, condicionada por la agitación de masas, debió acomodar sus políticas a las exigencias de cambio que el pueblo movilizado exigía, con un margen de maniobra acotado por la lucha de clases. Ese espíritu combativo y de lucha de nuestro pueblo no fue frenado; por el contario, se fue ganando en confianza y las demandas fueron generando conquistas que hoy se pretenden presentar como beneficios que la clase dominante nos ha otorgado. Acto seguido, se nos vuelve a presentar el dilema: todavía falta, pero hay que cuidar lo que se consiguió porque puede venir la “derecha” y sacarnos todo.
Con otro vestuario, el posibilismo vuelve a entrar en escena. Esta receta está en el ADN de la ideología burguesa; por un lado, negando el papel determinante que juega la lucha de clases para que, en una u otra etapa del proceso, las demandas y conquistas populares sean posibles de ser realizadas. Y por otro lado, intentando sembrar el temor y, lo peor, que si este gobierno fracasa sería porque los reclamos de las masas sobrepasan los “límites” y terminan haciendole el juego a la “derecha”.
Tanto en los 80 como ahora, el carácter burgués de la dominación se debe dejar de lado. Tanto en aquellas épocas, como en la actual, se subestima la capacidad y la experiencia de nuestro pueblo en su búsqueda de los caminos para su emancipación.
Hoy que atravesamos una ofensiva de masas, en una etapa inicial, cuando la actividad política del pueblo se acrecienta y cada vez más rompe los moldes de la institucionalidad de la burguesía, ésta intenta desarmarnos políticamente en un vano intento por desviar la lucha del camino revolucionario.
Ellos apostarán a fondo en esta jugada para enfrentar como clase a la clase antagónica que comienza a ponerse de pie. De la misma forma, los destacamentos revolucionarios no debemos dudar un solo instante en esta lucha ideológica y política. Hacer conciente al movimiento del verdadero nivel que va alcanzando la lucha y de la necesidad de presentar una batalla sin concesiones contra la burguesía monopolista es tarea indelegable de estos destacamentos. La crisis del capitalismo es estructural y ellos querrán levantar alternativas para salvar su sistema, recurriendo a lo que mejor saben hacer que es mentir y atacar a las fuerzas de la revolución. Por el contrario, la política revolucionaria debe mostrarse con toda la verdad con la que cuenta, aportando a dar solución definitiva los problemas que el sistema capitalista genera y no es capaz de solucionar.