En la República Argentina coexisten dos realidades, según la clase social de que se trate. Mientras por arriba vemos encendidos llamados al diálogo, mientras la Iglesia preocupada por la profundización de la crisis política no sólo emite un documento, sino que inicia una serie de encuentros con la presidenta, se reúne el Congreso, la Corte Suprema convoca a la defensa de las instituciones y la importancia del consenso, y las cúpulas empresarias de la UIA, la Mesa de Enlace Rural y la AEA lanzan una declaración llamando a defender la democracia; mientras por arriba -como vemos- aparecen con nitidez las marcas de la debilidad política del sistema capitalista argentino, por abajo, en las entrañas del pueblo, el asco, la bronca y la decisión de enfrentarlos se extiende.
El caso del hijo de los actores Leonor Manso y Antonio Grimau es tal vez una de las demostraciones más palmarias del desamparo y la deshumanización que sufre nuestro pueblo bajo este sistema.
Que una persona sin ser identificada permanezca más de un mes en esta situación, tirado como un animal en una morgue, sin importar si tiene familia, amigos, vecinos que esperan por él, que lo buscan, que reclaman… Para la lógica de este sistema es un asunto sin importancia, un simple dato estadístico.
El caso sale a la luz cuando se revela que el muerto es hijo de dos personas públicas y reconocidas; imaginemos los cientos y miles de casos que quedan en el más cruel anonimato…
Como en Cromañón, como en miles de ejemplos, el accionar despiadado del Estado de los monopolios recae sobre nuestras espaldas. Lo único que les importa son sus negocios y sus ganancias.
Por eso, las preocupaciones de nuestro pueblo no pasan por defender la democracia de los monopolios, por afianzar sus instituciones, sino por profundizar nuestro camino, el propio, la lucha revolucionaria que nos conduzca a una vida digna.