En boca de la burguesía y de todo el abanico de partidos institucionales (desde la derecha a la izquierda), la lucha política es la rosca, la negociación, la carrera electoral, el alcanzar los puestos estatales para lograr alguna ventaja, los contubernios y canjes, la utilización de la mentira o verdades a media… En suma, todo lo que las grandes mayorías populares odian, rechazan y mantienen a distancia para no contaminarse.
Esa política es la política de la burguesía.
Cuando, desde una óptica revolucionaria, hablamos de lucha política estamos refiriéndonos a un aspecto de la lucha de clases que también comprende la lucha económica y la lucha ideológica.
Precisamente, cuando las masas con sus luchas no sólo cuestionan los efectos que generan las decisiones del Estado a través de sus gobiernos, y pasan a atacar las motivaciones de esas decisiones y todas las herramientas que se utilizan para hacerlas efectivas, estamos hablando de lucha política.
Cuando las masas cuestionan la red de leyes creadas por la burguesía para expropiar no sólo la plusvalía sino también la propia vida y de las futuras generaciones; cuando se cuestionan las instituciones que crean y sostienen esas leyes y cuando se atacan las decisiones a través de las cuales no sólo se afecta a un sector social o a una clase sino a todo el pueblo, estamos asistiendo a la lucha política.
En la nota de ayer, destacábamos que los obreros metalúrgicos de Río Grande, Tierra del Fuego, estaban realizando una lucha política porque cuestionaban las leyes de flexibilización laboral que no sólo afectan a los metalúrgicos sino a todos los trabajadores en general.
La lucha política es el involucramiento en la cosa pública. Es opinar y luchar, en forma autoconvocada y ejerciendo la democracia directa, sobre todas las decisiones que afecten a algún sector del pueblo en beneficio de la oligarquía financiera. Es poner palos en la rueda a cada una de las decisiones del gobierno de turno que intente ejecutar algún movimiento que se haga en desmedro de cualquier sector del pueblo a fin de beneficiar a los monopolios.
Es romper las trampas a donde nos quieren conducir con el verso de las elecciones y la “democracia formal” que ya nadie se cree. Pues la democracia que vale es la que nació en las calles y ejerce el pueblo en cada lucha.
Es luchar por el pan, por la vida, por la salud, por la seguridad de nuestras familias y el futuro de nuestros hijos y el bienestar de las grandes mayorías laboriosas.
Es luchar por lo que nos une a todos los trabajadores y pueblo de Argentina en un proyecto común como es el de poder trabajar en un país en que el fruto que obtengamos de nuestro esfuerzo se refleje en nuestro propio beneficio social y no vaya a parar a las arcas de la minoritaria burguesía monopolista y sus alcahuetes chupasangre.
Es profundizar y extender la lucha, organizándonos para conquistar el poder a fin de decidir libremente qué hacer con los recursos que creamos con nuestras propias manos, cerebros y sentimientos.
La lucha política revolucionaria es por eso el estado más alto que puede alcanzar un pueblo en la búsqueda permanente por su dignidad.
Por eso es tan importante que, como los obreros de Tierra del Fuego, generalicemos la lucha política y derribemos leyes, instituciones y todas las herramientas del sistema de las que se vale la burguesía monopolista para obligarnos a subsistir esta vida agobiante que ya no queremos soportar ni estamos dispuestos a que continúe.
La lucha política del proletariado y el pueblo argentino es la lucha contra el enemigo común: la oligarquía financiera, sus instituciones, su Estado y su gobierno, por una nueva vida digna en una sociedad revolucionaria.