El titular de Nestlé a nivel mundial, Peter Brabeck-Letmathe, un austríaco nacido y formado en Alemania, afirmó que «El agua debe tener un precio y ser privatizada». Fundamentó su pensamiento diciendo que «el agua debería ser tratada como cualquier otro bien alimenticio y tener un valor de mercado que viniera establecido por la ley de la oferta y la demanda. Sólo de esta manera, emprenderíamos acciones para limitar el consumo excesivo que se da en estos momentos».
Para Nestlé, la venta de agua le reporta un 8% de sus ingresos totales que en 2011 ascendieron hasta los 68.580 millones de euros, o sea, la no despreciable cifra de 5.286,40 millones de euros.
En realidad, el agua se trata como una mercancía más y tiene precio. No sólo el agua embotellada sino también el agua corriente de red. En nuestro país, como en todos los países del mundo capitalista, el que no puede pagarla no tiene agua potable.
Poblaciones enteras en el mundo padecen la carencia del agua y de los mínimos recursos alimentarios para poder sobrevivir y, por esa razón, a la que hay que sumarle otras más, producto de la sociedad capitalista, mueren en masa.
Las campañas de la burguesía monopolista, a la que se suman muchas de las llamadas “organizaciones humanitarias” con careta de ONG que no son más que pantalla de empresas que disputan el negocio, agitando y propagandizando que las fuentes de agua son limitadas y están en peligro de desaparecer, tienden a lo mismo, a ver al agua como un negocio para pocos, tal como ocurre con el resto de los alimentos.
En los últimos años, vemos cómo sectores “lúcidos” de la burguesía monopolista, adquieren tierras lindantes con humedales, lagos, acuíferos subterráneos y ribera de los ríos, con el objetivo indisimulado de instalar una canilla para vender esa agua al mundo con precio monopólico.
Los que derrochan agua, alimentos, y todo tipo de bienes no son precisamente las poblaciones a las que les faltan dichos alimentos, agua y todo tipo de bienes y que carecen de los recursos para adquirirlos. Tampoco las mayorías de los hombres, mujeres y niños que componen las sociedades capitalistas y que viven de su trabajo para adquirir sólo lo necesario para sobrevivir en condiciones crecientes de superexplotación como nuestro pueblo, ni el resto de los seres humanos que hacen un consumo racional del agua.
Son estos señores, como el capo de Nestlé y su coro de gobernantes y funcionarios estatales a sueldo, quienes “agotan” las fuentes de agua en el mundo de la única manera que puede agotarse: contaminándola y derrochándola a ritmos superiores al que la naturaleza puede reponerla.
Por ejemplo, las petroleras con su famoso sistema fracking para extraer el shale oil y shale gas; las mineras que envenenan los cursos de agua y napas, a la vez que despilfarran millones de litros que se pierden diariamente para extraer oro y otros minerales; los proveedores de las botellas de plástico que usa Nestlé, y la misma empresa a la que pertenece este señor, quienes contaminan los ríos y cursos de agua dulce con sus desechos industriales; las fábricas de pintura; las curtiembres; las agroquímicas; los grandes bancos y empresas financieras (industriales, comerciales y agropecuarias); etc., instalando el hambre y la desolación, sembrando de cadáveres y miseria el mundo.
Y todo esto porque la producción capitalista es derroche de recursos naturales empezando por el propio ser humano.
Este individuo del capital financiero mundial se animó a decir lo que el resto de la oligarquía financiera piensa y no dice, y a algún desprevenido esto podría sonarle a sus oídos como una muestra de impunidad basada en un poder absoluto.
Sin embargo, muy lejos de ello, el Sr. Peter Brabeck-Letmathe, pretende que los Estados legislen sobre el agua para instaurar un precio monopolista sobre la misma, pues imagina que con leyes estatales podrá proteger, incrementar y dar continuidad a su negocio al que ve peligrar por la actitud de los pueblos que, en su avance contra el ataque que el capitalismo perpetra contra el planeta, ejercen la defensa decidida de los recursos naturales y de la vida misma, tal como ocurre en nuestro país con la lucha contra el CARE en Buenos Aires, las mineras en las provincias cordilleranas, las pasteras en el litoral, las petroleras en el sur y norte argentinos, etc.
En realidad, este payaso de la oligarquía financiera teme que su negocio genocida se le escape como agua entre los dedos.